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Contra las profecías autocumplidas

Sábado, 7 de diciembre 2019, 22:24

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Permitir que algo ocurra, también depende de nosotros. De un nosotros como colectivo social, capaz de identificar objetivos realizables.

Después de seis largos años de recesión, en 2013 comenzamos la fase de crecimiento económico. Pero durante todo el año 2019, la opinión pública se ha hecho eco de numerosas informaciones negativas. Ya no crecemos como antes (ralentización/desaceleración), el Brexit, la guerra arancelaria entre China y EE UU, y la inestabilidad política, especialmente difundida por la derecha para criticar la posible formación de un gobierno progresista en España. Estos y otros hechos han impactado y provocado una disminución de la confianza empresarial y de los hogares vascos en la evolución de la economía general.

Los ciclos de crecimiento-desaceleración-recesión son inherentes a un sistema que, para seguir funcionando, se autorregula y ajusta. Estos ajustes han afectado con mayor crudeza a los estratos sociales más vulnerables y a una buena parte de la clase media, que ha salido maltrecha de la última crisis, con un enriquecimiento del segmento social más elevado.

Y el pesimismo se contagia más rápidamente que el optimismo. Ambos dependen del estado de ánimo psico-social, y en mayor medida de la voluntad, pero de una voluntad que también puede ser manipulada.

Todos deseamos que nos vaya bien y mejor. La vida nos ha enseñado que si a unos les va bien, a otros les irá peor. Sin embargo, esto sólo es una constatación histórica de una época concreta. Una determinada política económica, la que hemos vivido en las últimas décadas, nos lleva a pensar que estos efectos constituyen el orden natural de la economía. Pero no deja de ser una convención. Funcionó así, pero pudo no haber sido y, sobre todo, puede no serlo en el futuro. El período 1950-1970 en Occidente fue un ejemplo de cómo se construye un Estado de Bienestar.

En todo caso, la desconfianza y el pesimismo han adquirido centralidad en el imaginario colectivo sobre el futuro de la situación económica y social. Y lo grave es que una definición falsa de la situación suscita conductas que hacen que la errónea predicción original afecte a los acontecimientos posteriores, y posibilite que la situación se vuelva verdadera. Es la Profecía autocumplida que acuñó R.K. Merton hace setenta años.

Los estereotipos generados artificiosamente, y a menudo maliciosamente, abundan en nuestro imaginario colectivo, fruto de demasiada información interesada y no veraz. Si me quiero reír de alguien, no tengo más que vestirle de payaso. Pero no por eso es un payaso.

Cito a Merton. «Las predicciones del regreso del cometa Halley no influyen en su órbita. Pero el rumor de insolvencia del banco de Millingville afectó al resultado real. La profecía de la quiebra llevó a su cumplimiento». Y son profecías que tienen una fuerza muy poderosa. Nuestra tarea debe consistir en generar voluntades colectivas y políticas que, frente a un optimismo ingenuo de decir que «lo que se quiere se puede», podamos hacer valer el optimismo de la voluntad, que es la mejor receta para combatir el pesimismo del devenir. Y así, evitar que esas profecías o predicciones se cumplan.

No pretendo con esta afirmación ser negacionista, sino luchar contra la extensión de un pesimismo que ahonda en la desconfianza en el futuro. Las crisis serán difícilmente evitables, y habremos de ser cautos ante algunos nubarrones. Pero siempre las abordaremos mejor desde el optimismo de nuestra voluntad que con el pesimismo contagioso. Los actuales datos de desaceleración no necesariamente presagian ninguna recesión. La prudencia será necesaria, y parece constatable que algunos sectores económicos han ralentizado sus proyectos de expansión. Repensar el futuro es siempre necesario ante nuevos interrogantes. Pero parar y no hacer nada es la peor de las decisiones.

Es cierto que crecemos menos y generamos menos empleo que hace dos años. Pero es igualmente cierto que seguimos creciendo y generando empleo interanual. Con una demografía decreciente, no podemos esperar crecimientos altos. Pero podemos y debemos hacer posible que el crecimiento sea sostenible y equitativo, y que el empleo generado sea suficiente para unas vidas dignas. La senda de un crecimiento razonable, sostenible y con equidad sin menoscabo de la eficiencia es posible, y no es una quimera.

Los equilibrios económicos y políticos globales son complejos y dependen de muchos factores. Nos provocan naturales inquietudes. Pero frente a la incertidumbre, hemos de anteponer voluntad, actitud y medidas para que no afecten más de lo que vayan a hacerlo por sí mismos. Lo que es imposible, no podemos evitarlo; lo que está en nuestras manos, es un deber hacerlo.

Ante una cierta generalización del pesimismo, los poderes políticos han reaccionado adecuadamente, con mensajes y actuaciones de prudente confianza en el futuro. Es evidente que, de producirse nuevos hechos económicos negativos, las políticas económicas a emplear no pueden ser las mismas que se aplicaron en la crisis de 2008. Ya hemos sufrido las consecuencias nefastas de la contención salarial y del menor gasto público, sin que la política monetaria del BCE de mantener los tipos de interés muy bajos haya servido para relanzar la actividad. Las nuevas políticas anticrisis no pueden ahondar las desigualdades. Otras políticas económicas también son posibles, y al menos igual de eficientes que las anteriores. Los pactos económicos de los que venimos teniendo noticia estos días, en Madrid y Vitoria, no son menos eficientes que los anteriores. Y tienen un aliento en la búsqueda de la equidad que los hace más cercanos a los ciudadanos.

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