EL PODER POLÍTICO Y ECONÓMICO DE LOS MAYORES
En mi artículo anterior abrí el melón de un tema tan controvertido e inquietante como son las implicaciones del envejecimiento de la población, y señalé una primera: las pensiones. En este artículo me gustaría completar la reflexión introduciendo algunos otros elementos de igual importancia. Me refiero a las repercusiones en el espacio socio sanitario y en la política de dependencia, para acabar en el poder político y económico del colectivo de las personas mayores.
Empiezo por el espacio socio sanitario. Una de las características que distinguen a las sociedades occidentales, aparte de su mayor nivel de desarrollo, es el significativamente mayor envejecimiento de su población, fruto de haber alcanzado los mayores estándares de vida que se han conocido en la historia de la humanidad. Y en la cabeza de esta saludable situación estamos los vascos (y sobre todo las vascas). Las implicaciones en el sector de la sanidad son evidentes. Una persona mayor se caracteriza por las enfermedades crónicas que va desarrollando. No es raro conocer a personas con diabetes, hipertensión, cardiopatías, artritis, párkinson, esclerosis, o con todas a la vez. Es por ello que la atención a un enfermo crónico es mucho más cara que la de un agudo. A este último en el peor de los casos se le ingresa en un hospital, se le cura, y en dos o tres días se le manda para casa. Pero en el crónico la atención tiene que ser permanente, con medicación diaria y revisiones periódicas, si no es que además requiere una hospitalización de larga estancia. Si esta situación la alargamos a la atención a las personas con dependencia, nos encontraremos con un panorama cada vez más complejo vinculado al envejecimiento. Sin embargo, el tipo de intervención o asistencia desde el sector sanitario no tiene necesariamente que ser el mismo que para la cura de un enfermo agudo.
Es aquí donde entra el concepto del espacio socio sanitario como la mejor solución, quizá la única, para preservar el extraordinario modelo de sanidad pública que hemos conseguido desarrollar. El espacio socio sanitario es la visión conjunta de las asistencias médica y social, como manera más eficiente de atender a personas que están en situación de cronicidad o dependencia. En otras palabras, asignar los medios y los recursos allá donde resulte más razonable desde el punto de vista económico y social. No resulta necesario mantener a una persona crónica o dependiente en una carísima cama de un hospital cuando esta cama no se ha pensado para ese fin. Es mejor prestar la asistencia desde soluciones más ajustadas a las necesidades del paciente, ya sean residencias, centros de día o atención domiciliaria. Aquí me quedo.
El segundo elemento que me gustaría tratar es la dependencia. El punto primero de la exposición de motivos de la Ley de Dependencia dice que la atención a las personas en situación de dependencia y la promoción de su autonomía personal constituye uno de los principales retos de la política social de los países desarrollados. El reto no es otro que atender las necesidades de aquellas personas que, por encontrarse en situación de especial vulnerabilidad, requieren apoyos para desarrollar las actividades esenciales de la vida diaria, alcanzar una mayor autonomía personal y poder ejercer plenamente sus derechos de ciudadanía. Como es bien sabido, esta Ley se aprobó justo antes del estallido de crisis de 2008, por lo que su desarrollo ha quedado muy limitado. Sin embargo, la dinámica poblacional hace que cada día existan más personas con limitaciones en su autonomía personal que requieren atención intermitente o permanente.
Sin entrar mucho en todas las situaciones de dependencia, lo que sabemos seguro es que se van a necesitar recursos públicos, y me temo que muchos. En la primera parte de este artículo mencionaba que la población mayor de 65 años en Euskadi ya se acercaba a las 500.000 personas, y que dentro de 10 años estaría en 600.000. No sé cuántas estarán en situación de dependencia, pero me temo que muchas. Lo que sí tengo claro es que desde el músculo financiero de las familias su sostenimiento va a resultar imposible, cuando es normal encontrar residencias que cobran entre 3.000 y 4.000 euros al mes para cuidar a nuestros mayores. Traduzcan esto al salario de un mileurista y veremos que necesitaremos a 5 nietos trabajando y dedicando todo su sueldo para pagar la residencia del aitite. Quizá exagere un poco, pero creo que se entiende.
¿Es esto sostenible desde un punto de vista social? Me temo que no. ¿Lo van a aceptar las personas mayores? Seguro que tampoco. Y aquí me adentro en el último tema que me gustaría tratar en este artículo: el poder de los mayores. No es la primera vez que lo digo, la población mayor de 65 años se va a constituir, si no lo es ya, en el mayor poder político y económico. Son personas en una gran parte en perfectas condiciones físicas y mentales, en su madurez cultural y de conocimiento, con tiempo, y con una gran capacidad de influencia sobre la vida política y social. Además, en su conjunto serán los principales titulares de acciones y de fondos de pensiones y de inversión. En consecuencia, con una influencia más que destacable en las decisiones económicas y financieras que afectan a un país. Son personas que quieren mantener su estatus de vida, y tomarán las decisiones oportunas para que esto sea posible. Son un grupo de influencia de primer orden al que ya estamos escuchando, y lo que nos falta por escuchar.
Acabo. El envejecimiento de la población nos conduce a un escenario muy diferente al que hasta ahora conocíamos. Esto se produce además a la salida de una de las mayores crisis económicas de las últimas décadas, y en un momento de cambios tecnológicos como nunca antes habíamos visto. A las personas mayores nos coge, quizá con el pie cambiado, en medio de unos cambios que igual no somos capaces de entender en su totalidad, pero que sin embargo todavía nos toca liderar, o al menos tutelar, porque en ello nos va el bienestar en la última parte de nuestras vidas. Complejo tema este del cambio económico, tecnológico y generacional. Quizá dé para otra reflexión por mi parte.