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Durante décadas, Euskadi ha sido una de las comunidades más prósperas de España. Con una renta per cápita superior a la media nacional y europea, ... una tasa de paro inferior al promedio estatal, una sólida estructura industrial, una mano de obra adiestrada y una deuda pública contenida, el País Vasco ha sido un modelo de estabilidad económica y solvencia institucional.
La prosperidad de esta tierra no ha sido fruto del azar. Se asienta en la cultura secular del esfuerzo y en un marco institucional singular que distingue a Euskadi del resto de las comunidades autónomas, llamado Concierto económico. Esta arquitectura institucional ha permitido aplicar políticas públicas exitosas en ámbitos clave como la educación, la sanidad, las infraestructuras o el desarrollo industrial.
Sin embargo, la pujanza descrita ha coexistido con un pasado traumático que ha tenido un elevado precio. El azote del terrorismo vasco, con más de cuatro décadas de duración, constituye el más dilatado de los registrados en el mundo occidental contemporáneo. Cientos de asesinatos planificados, el chantaje, la amenaza y el exilio forzoso marcaron a generaciones enteras. La violencia de ETA dejó una huella profunda, no solo humana y social, sino también económica y demográfica. Aunque la banda se disolvió hace más de una década, sus efectos perduran. Persisten ecos sociales de aquel ciclo oscuro, al tiempo que se arrastran daños estructurales, derivados del traslado de centros de decisión empresarial hacia otras autonomías o la emigración de un contingente humano altamente cualificado -los llamados transterrados- que algunos estudios cifran en torno a las 180.000 personas. Como resultado, la economía vasca ha mantenido una aceptable velocidad de crucero, pero muestra ciertos signos de fatiga. Discurre bien cuando podría ir mejor, y se desvanecen algunos logros conquistados con tanto esfuerzo. Indicadores, entre otros, como la desaceleración del crecimiento industrial, una productividad de los factores estacionaria o la menor atracción de inversión extranjera frente a otras regiones sugieren un ligero declive, pese a la solidez general.
Pero más allá de la dimensión económica, y en cierto modo eclipsándola, Euskadi ha destacado en la últimas décadas por la exaltación de su identidad nacional. Los partidos mayoritarios -PNV y Bildu- a la estela de sus predecesores, siguen sosteniendo proyectos independentistas o al menos aspiraciones de mayor autogobierno. Ahora bien, ¿cómo han de progresar estas señas en los años venideros? Un reciente informe del Observatorio CEU-CEFAS -de orientación conservadora- plantea una reflexión rigurosa sobre el invierno demográfico vasco, y su alto impacto político y social.
Los datos oficiales son altamente elocuentes: en Bizkaia, los nacimientos de madres nativas han caído un 81% entre 1976 y 2024; desde 1990, hay muchas más muertes que nacimientos de vascos; en 2023, por cada bebé vasco nacido, fallecieron 2,4 personas, frente a una media española de 1,8; uno de cada siete habitantes vascos actuales ha nacido en el extranjero, y superan el 50% los nacimientos recientes correspondientes a padres inmigrantes. Y de mantenerse las tendencias señaladas, en 2045 más del 50% de la población vasca será de origen inmigrante, porcentaje que en 2065 podría alcanzar el 70%.
Estas cifras, fruto de una inercia lenta pero progresiva, anticipan una importante transformación social en Euskadi. La combinación de envejecimiento nativo e inmigración creciente posiblemente alterará no solo la estructura poblacional, sino también el paisaje emocional y los valores abanderados por determinados partidos políticos del país.
Un giro de gran calado dibuja, para bien, una economía vasca reforzada con recursos extranjeros, pero con la consecuencia previsible de un cierto desvanecimiento del discurso soberanista. ¿Si la población futura no los comparte -o no lo hace en clave militante - qué ocurrirá con los postulados de autodeterminación, patria e identidad colectiva?
Todo apunta a que la senda demográfica conduciría a una dilución paulatina del posicionamiento político más radical, aquel que ha dividido y polarizado a la sociedad vasca, justificando tiempo atrás lo injustificable.
Es más probable que la población inmigrante priorice otras inquietudes, como la integración económica o la cohesión social. Se abre así un nuevo ciclo hacia la segunda mitad del siglo XXI. En él, el nacionalismo radical cedería espacio a una Euskadi más plural y unida. Rescatando nuestros valores más universales, la convivencia y el respeto mutuo guiarían así nuestro futuro común.
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