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Jordi Alemany

Los inmigrantes tiran del empleo en Euskadi

En 2022 supusieron el 60% de los nuevos cotizantes a la Seguridad Social hasta sumar un récord de 83.233

Ana barandiaran

Miércoles, 25 de enero 2023, 01:07

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Los trabajadores inmigrantes lideran el empleo en Euskadi desde que se inició la recuperación en 2014, tras la crisis financiera. Salvo por el frenazo de la pandemia, su presencia ha ido creciendo año a año y en 2022 encadenaron varios récords históricos hasta cerrar el ejercicio con 83.233 cotizantes extranjeros en la Seguridad Social. Ese ejercicio un 60% de los puestos de trabajo fueron ocupados por foráneos. Ahora suponen el 8,4% de la fuerza laboral vasca.

Estas estadísticas evidencian cómo los inmigrantes están cubriendo la necesidad de profesionales que sufre una Euskadi envejecida, en la que la natalidad está en mínimos históricos. Los datos también muestran que están ocupando los puestos más precarios y de peores condiciones, con un salario medio de 14.000 euros frente a los 26.800 de los autóctonos. El colectivo más numeroso es de las empleadas del hogar y cuidados, con 12.000 cotizantes, aunque el sector que lideró el crecimiento en 2022 fue la hostelería, con 11.500 afiliados extranjeros.

Su situación es especialmente vulnerable hasta que consiguen los papeles, algo muy complejo y que requiere en el mejor de los casos dos años de empadronamiento en los que deben subsistir en la economía sumergida «La Ley de Extranjería prácticamente les obliga a trabajar en B durante este tiempo», explica el abogado Alejandro Goenaga, que lleva la oficina Lex en Getxo.

  1. Derik Humberto (Honduras)

    «Con Glovo encontré la estabilidad»

Vídeo. Derik Humberto de Honduras nos cuenta su experiencia en Bilbao. Badr Ben Brahim

Derik aterrizó en Euskadi, en 2012, en lo peor de la crisis financiera. Vino desde Tegucigalpa con su mujer y sus dos hijas, la pequeña con solo unos meses. Les había animado su suegra, que ya vivía en Barakaldo y trabajaba como cuidadora. «Habíamos montado un negocio de ropa pero nos fue mal. Pensamos que aquí podríamos salir adelante, pero los primeros cuatro años fueron desesperantes. No encontré nada. No había trabajo para los hombres». Su esposa, que en Honduras se dedicaba al marketing, se puso a trabajar en limpieza y cuidado de niños.

La llegada no fue fácil, pero no tiró la toalla. «Andaba por la calle de Los Fueros desde primera hora preguntando a ver si necesitaban ayuda en cualquier lado. Conseguí un primer empleo cuidando a un señor, pero murió al de quince días», relata al rememorar aquellos días. Fue encadenando trabajos y logró que un conocido le hiciese un contrato de un año, por el salario mínimo, para conseguir los papeles.

Entonces se sacó el carnet de conducir y se puso a trabajar en una empresa de mudanzas, que se desplazaba por toda España. «Salíamos el martes y volvíamos el viernes. Muchas veces dormíamos en el camión».

En 2017 vio un anuncio de que Glovo desembarcaba en Bilbao y necesitaba repartidores. «Hice un pedido y les pregunté a los que me lo trajeron cómo trabajar ahí. Me convertí en 'glover', pero a diferencia de los demás iba en coche. Había comprado un Ford Fiesta por 350 euros y no tenía dinero para una bici». Con Glovo, dice, «conseguí la estabilidad porque si trabajas duro logras un buen salario». Ahí sigue como autónomo y haciendo el reparto en coche.

  1. Elizabeth (Colombia)

Elizabeth atiende a una señora mayor en Oñati. Ignacio Pérez

Elizabeth se ofrece a contar su historia porque quiere reivindicar el papel que desempeñan personas como ella, que se encargan de cuidar a mayores, muchas veces con demencia senil o Alzheimer. «El trabajo de interna es agotador y es necesario que se pongan límites. En algunos casos roza la esclavitud. No se puede pretender que una persona cuide 24 horas a alguien muy enfermo. Una residencia cuesta 3.400 euros, el triple de los que se paga a una interna. El nuestro es un trabajo sociosanitario», dice como integrante de la asociación Emakume Migratu Feministak-Cuidadoras sociosanitarias, que defiende sus derechos.

Ella ahora está contenta. Trabaja cuidando a una señora que se vale por sí misma. Le ha hecho un contrato que le ha permitido solicitar los papeles. En diciembre le dieron el NIE para darse de alta en la Seguridad Social.

Pero los inicios en el País Vasco de esta mujer de 54 años fueron duros. Llegó en 2018 con un trabajo para cuidar a una señora muy enferma en Oñati. Tenía una dependencia del 100%. Tras fallecer, su familia le ayudó a encontrar otro empleo; cuidar a un señor mayor al que diagnosticaron demencia senil y Alzheimer. «Él era bastante machista y le costó depender de una mujer que encima venía de fuera. Pero yo también tengo carácter y nos fuimos acostumbrando el uno al otro. Le cogí cariño y estuve cuidándole hasta que murió».

Entonces pasó una etapa difícil, encadenando trabajos eventuales. Le ayudó la sociedad Elkarzabal, que le puso en contacto con la señora a la que ahora atiende y que le ha permitido regularizarse. Se trajo a su hijo de 21 años y lucha para que él también consiga los papeles. «Pero no es fácil conseguir un contrato».

  1. Ibrahim (Marruecos)

    «Vine con 15 años en los bajos de un tráiler»

Vídeo. Ibrahim de Marruecos nos cuenta su experiencia en Bilbao. Badr Ben Brahim

Este pasado marzo se convirtió en dueño de un ultramarinos de Getxo con más de medio siglo de historia. Tener su propio negocio era un sueño que parecía inalcanzable para un chico bereber de un pequeño pueblo, Oumjrane, que llegó a España con 15 años, escondido en los bajos de un camión. «La vida allí era dura. Con solo 12 años trabajaba en una mina. Me fui a Tánger a buscar la forma de pasar la frontera. Tuve que esperar mucho hasta que surgió la oportunidad. Nos escondimos cinco en el mismo camión y llegamos a Algeciras». Ya en el puerto, tras doce horas de viaje, salieron y fueron a buscar a las patrullas.

Empezó entonces su periplo como Menor No Acompañado (MENA). «Me metieron en un centro en Estepona que era como una cárcel y me escapé. Me encontré entonces con un amigo que me habló de Bilbao y vinimos aquí. En cuanto llegamos fuimos a la policía y nos llevaron al centro de menores. Primero Amorebieta y luego Loiu».

Allí aprendió a cocinar. «Yo quería estudiar mecánica, pero no había plazas». Salió del centro al cumplir los 18 años. «Esa parte es chunga. Te tienes que buscar la vida, sin apoyos». Se puso a trabajar de cocinero. Pasó por varios bares y restaurantes de Getxo y Bilbao. «Es muy estresante. Te matas a trabajar pero no ves la recompensa». Así que cambió a chófer de autobús. «Pero yo tenía la idea de tener mi propio negocio. Miraba bares, pensé en una tienda de especias a granel... Y cuando me enteré de que este se traspasaba, me lancé».

– ¿Cómo llevas que se acuse a los marroquíes de venir aquí a cobrar la RGI?

– Yo ni sé cómo funciona y espero no tener que saberlo nunca. Solo quiero trabajar y como yo hay muchos marroquíes.

  1. Melissa (Venezuela)

    «Me han hecho contrato indefinido»

Vídeo. Melissa de Venezuela nos cuenta su experiencia en Bilbao. Badr Ben Brahim

La situación en la Venezuela era asfixiante en 2016, cuando Melissa, con 24 años en aquel entonces, se compró el pasaje para Bilbao. «Era la época de la escasez de alimentos y de medicinas. Los jóvenes que participábamos en las protestas juveniles llegamos incluso a recibir amenazas. Allí no había ningún futuro».

Se decidió por Bilbao porque se parecía más a su ciudad, Mérida. «Madrid o Barcelona me parecían demasiado grandes y mi cuñado me habló bien de esto». Aterrizó en febrero de 2016. Se llevó un susto porque pensaba que solo con lograr un contrato le darían el permiso de trabajo. «Pero resulta que había que estar tres años empadronada. Me acogí a otra vía que es la solicitud de asilo. Cumplía las condiciones por el peligro que había en Venezuela en esa época. Te dan una 'tarjeta roja' con un NIE que te permite residir y trabajar».

Tardó un año en lograr ese documento y nada más recibirlo se puso a cotizar. «Siempre he tenido muchísima suerte, hasta el punto de que he podido escoger. Me he dedicado a la hostelería y he estado en varios sitios. A veces a jornada completa, otras a tiempo parcial o haciendo sustituciones».

Se ha organizado hasta para estudiar. «En Venezuela estudiaba ingeniería geológica, pero era imposible convalidar nada. Aquí he sacado el título de auxiliar de veterinaria y si puedo trabajaré de ello porque me encantan los animales».

Pero por ahora sigue en la hostelería y le va muy bien. «La pandemia fue difícil porque estuve mucho tiempo en ERTE. Pero en octubre de 2021 entré en este bar y me han hecho encargada y contrato indefinido el pasado enero. Lo que tengo claro es que no voy a volver a Venezuela».

  1. Cornel (Rumanía)

    «Hay trabajo porque faltan carpinteros»

Vídeo. Cornel de Rumanía nos cuenta su experiencia en Bilbao. Badr Ben Brahim

La llegada a Euskadi de Cornel Antonov, que ahora tiene 40 años, fue por casualidad. «Yo soy de Tulcea, una ciudad cercana a la frontera con Ucrania. Me enteré que buscaban gente para construir un yate de madera. El empresario, un vasco, nos conoció y al ver que allí había problemas nos trajo al País Vasco para seguir aquí. Era el año 2007. Vivíamos en un piso en Loiu. Se portó muy bien. Cuando acabamos nos buscó trabajo a todos».

Después del yate se pasó a la carpintería de interiores en pisos. «Tarimas, puertas, rodapiés... A eso me dedico». En 2011 empezó a trabajar como asalariado para un autónomo paisano, con el que fue haciendo contactos y metiéndose en el mercado. Hace unos cuatro años decidió dar el salto y ponerse por su cuenta.

«Si eres responsable y haces bien tu trabajo no te faltan encargos. Yo me puedo sacar unos 2.500 euros al mes, aunque los ingresos son irregulares. Hay que tener en cuenta el gasto en los materiales, que ha crecido mucho. Y luego la cotización de autónomos, que son unos 300 euros al mes. Pero pienso que aquí hay oportunidades para la gente que quiere trabajar».

Dice que también se nota mucho la escasez de profesionales. «En la construcción cada vez se escucha más eso de que falta gente que sepa hacer bien lo suyo, que en mi caso es la carpintería. Los jóvenes no parecen estar muy interesados en dedicarse a esto».

Habrá que ver el camino que siguen sus hijos. Tiene tres, dos chicas y un chico, nacidos en el País Vasco «y aprendiendo euskera en el cole», dice. Se casó con una rumana a la que conoció gracias a su hermano y se siente muy integrado en Barakaldo.

  1. Evelin (Honduras)

    «Voy a traer a mi hijo de 16 años»

Evelin está haciendo sustituciones en una residencia. Yvonne Iturgaiz

Evelin trabajaba hace cuatros en una fábrica de jabones de Unilever en su país, Honduras. «No estaba contratada directamente por la firma sino por una contrata de eventuales. El autobús que nos recogía tuvo un accidente y eso afectó a la posibilidad de que pasáramos a la plantilla. Así que una amiga me planteó venir juntas al País Vasco. Pedí un crédito de 1.000 euros para pagar el viaje».

Cuando llegó aquí se puso a trabajar como interna en una casa. «Estuve casi dos años. Al principio me pagaban 900 euros y al final me subieron a 1.000. Pero tuve problemas porque me dejaron de pagar unos meses. Yo por entonces estaba sin papeles».

En ese momento, relata, lo pasó mal y recurrió a la ayuda de Cáritas. «Solo me salían trabajos de unas pocas horas, con lo que tenía dificultades para pagar la habitación». Finalmente consiguió un empleo para cuidar a una señora muy mayor. Logró entonces que le hicieran el ansiado contrato de trabajo necesario para acceder a los papeles.

Ya en situación regular, ha querido pasar al ámbito de las residencias. «Dejé mis documentos en una de Getxo y me llamaron al de poco tiempo para hacer una sustitución. Y se quedaron contentos porque luego me han vuelto a llamar. Atiendo a las personas mayores, les doy de comer... Los horarios cambian según el turno que te toca».

Ha tenido que dejarlo temporalmente para ir a buscar su hijo de 16 años. «En marzo vencen los permisos que dio el padre para poder llevármelo y no puedo esperar. Tendremos que vivir juntos en la habitación porque por ahora no me da para más. Pero en Tegucigalpa no hay nada».

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