Guía para entender la guerra de aranceles de Trump
El IVA de los coches norteamericanos lleva a la Casa Blanca a amenazar a Europa con tasas aduaneras que cuadriplican las actuales
En un ejercicio de pedagogía semántica, Donald Trump explicó durante la campaña electoral de las elecciones estadounidenses que «arancel» es su palabra favorita de todo el diccionario. Cinco meses después de esta elocuente declaración, el término se ha convertido en el más temido por la industria siderúrgica, los gobiernos europeos y las bolsas mundiales. La amenaza del político republicano de imponer impuestos «recíprocos» al resto de países inquieta a unas instituciones comunitarias que todavía desconocen hasta si el magnate va en serio o solo busca forzar una negociación.
Aunque el término arancel se haya popularizado durante las dos estancias de Trump en la Casa Blanca -la segunda comenzó hace apenas tres semanas-, estos impuestos han existido siempre. Son, en definitiva, derechos de aduana. Un tributo que se impone a las importaciones de bienes, mercancías y servicios. Los adopta un país para proteger a sus productos nacionales de la competencia extranjera e intentar imponer o recuperar un estatus económico dominante. Vamos, que busca incentivar la producción local y obtener una fuente de ingresos gracias al dinero recaudado.
Este concepto, el del proteccionismo, ya lo puso en marcha Trump durante su primer mandato. En concreto, gravó con un 25% las importaciones de acero y con otro 10% las de aluminio. Sin embargo, en sus últimos meses en la presidencia rebajó estos recargos con la firma de un nuevo tratado de libre comercio con México y Canadá. Durante los cuatro años de Joe Biden en la Casa Blanca, en cambio, estableció una sistema de cuotas más laxo por el que las empresas siderúrgicas de la Unión Europea no debían pagar aranceles si no superaban los kilos de acero importados el año anterior. Este nuevo cálculo entró en vigor a cambio de la que UE suprimiera el gravamen sobre un amplio repertorio de productos de la primera potencia mundial, que van desde las motocicletas Harley hasta el whiskey bourbon.
El regreso de Trump a la Casa Blanca, sin embargo, ha hecho saltar por los aires esta situación de relativa calma. Su intención era gravar con aranceles del 25% todas las importaciones desde México y Canadá desde el pasado 4 de febrero. Sin embargo, alcanzó un acuerdo 'in extremis' con los presidentes de ambos países para establecer una moratoria de un mes a este control aduanero, a cambio de que aumentaran la vigilancia en sus fronteras.
10% es el gravamen fijado por Trump para productos chinos
A quien el presidente estadounidense sí gravó con unos aranceles del 10% a todos sus productos es a China, a lo que el gigante asiático respondió con una tasa del 15% al carbón y el gas natural y con otro 10% el petróleo, la maquinaria agrícola, los automóviles de gran cilindrada y las camionetas. En un momento en el que Trump promete importantes inversiones a las 'big tech', el Ministerio de Finanzas chino también anunció una investigación contra las prácticas «monopolísticas» de Google.
El domingo por la noche, en cambio, Trump anunció su intención de imponer aranceles del 25% a todas las importaciones de acero y aluminio en territorio estadounidense, aunque estas no se harán efectivas hasta el próximo 12 de marzo. Esto golpearía de manera importante a una siderurgia vasca que el año pasado vendió acero por valor de 385 millones a Estados Unidos. Después de Alemania y Francia es el tercer cliente del sector.
El problema del IVA
El gran conflicto, sin embargo, llegó el jueves por la noche. Trump declaró la guerra comercial a todo el mundo con aranceles recíprocos, aunque los países de la Unión Europea serían de los más perjudicados. La actual Administración estadounidense considera el IVA un castigo fiscal, por lo que su intención es compensarla con una tasa similar. El propio presidente explicó que durante los próximos meses estudiarán la balanza comercial con cada país y después decidirán cómo actuar, una situación que inquieta a las autoridades europeas.
Es decir, que la intención de Trump es imponer un recargo tanto por el IVA como por los aranceles. Mientras el tipo medio arancelario que impone Europa a Estados Unidos es del 4%, las importaciones europeas en EE UU se gravan con un 3,5%. No obstante, las diferencias entre distintos sectores son notables, del mismo modo que el IVA europeo podría suponer un importante encarecimiento de los productos.
Sin embargo, esto afectaría de manera distinta a cada país. La razón es que, aunque toda la Unión tiene IVA, este varía por países. El propio Trump dijo en el Despacho Oval que la media es del 20%, pero fluctúa. En Alemania es del 19% y en España, del 21%. El país con el tipo de IVA más alto en la Unión Europea es Hungría, que aplica un tipo general del 27%. Le siguen Croacia, Dinamarca y Suecia, cada uno con un tipo del 25%. En contraste, el país con el tipo de IVA más bajo es Luxemburgo, con apenas un 16%.
El sector más perjudicado sería el del automóvil. Europa impone un 10% de aranceles a los coches estadounidenses, a los que después hay que sumarle el IVA de cada país. Mientras, los coches europeos que quieren acceder al mercado norteamericano solo deben abonar un 2,5%, a lo que después habría que sumar los recargos que tengan en cada Estado. Por lo tanto, en el caso de Trump respondiera con reciprocidad, el recargo en España podría ser de hasta el 31%, ya que habría que sumar el 10% de aranceles al 21% de IVA.
Automoción
Otra de las promesas de Trump es la de analizar la balanza comercial que tiene con cada país. Su objetivo, según ha explicado en más de una ocasión, es equilibrarla. Es decir, que un país venda a otro la misma cantidad de productos que le compra. Mientras la Unión Europea el año pasado importó productos estadounidenses por el valor de 584.000 millones de euros, exportó unos 357.000 millones, siendo Alemania, Italia y Francia los grandes exportadores.
En el caso de España, sin embargo, la balanza es deficitaria. En los primeros once meses de 2024, las ventas españolas en el mercado estadounidense fueron de 17.000 millones de euros, mientras el coste de los productos estadounidenses que entraron al mercado español ascendieron a los 26.000 millones.
Créditos
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GRÁFICOS: Gonzalo de las Heras
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