Las constructoras vascas rivalizan por el personal con plantillas «escasas y envejecidas»
La mano de obra se ha reducido un 34% desde la crisis de 2008 a pesar de la entrada masiva de obreros extranjeros
Sergio Llamas / Gonzalo Ruiz
Domingo, 2 de noviembre 2025, 01:19
No luchan por currículums ostentosos ni piden referencias internacionales. Las empresas de construcción vascas están a la caza de trabajadores experimentados que se hayan formado ... a pie de obra, un perfil que cada vez escasea más a medida que las jubilaciones merman sus filas, y en un momento en el que la vivienda encabeza las preocupaciones de los ciudadanos. «Tenemos unas plantillas envejecidas y en los próximos años el problema irá a más», advierte el secretario general de la Asociación de Constructores y Promotores de Bizkaia Ascobi, Iñaki Urresti.
Todos coinciden en el culpable. La crisis de la burbuja inmobiliaria segó las plantillas y arrastró a casi la mitad de los trabajadores del País Vasco –un 45% entre 2007 y 2013, según los datos de la EPA– a otros sectores. Desde entonces solo se ha recuperado una parte. La mano de obra actual (55.800 de media anual) ha perdido un tercio de lo que fue.
El motivo, que quienes marcharon a otras profesiones más estables optaron por no volver. Ocurrió sobre todo con quienes se formaban como aprendices, jóvenes atraídos por unos sueldos que entonces superaban ampliamente a los de otras carreras, sin necesidad de acreditar formación. La falta de trabajo les expulsó de la construcción y cortó de un tajo la enseñanza de un oficio que se aprende a pie de obra. Ahora los que esquivaron la criba son objeto de deseo para las empresas, dispuestas a sacrificar márgenes de beneficios para ficharlos –las empresas hablan de facturas que engordan más de un 10% para conseguir suficientes estructuristas– a fin de garantizar su presencia en una obra y minimizar las demoras en los plazas.
«En general la mano de obra se está convirtiendo en un problema en todos los sectores», recuerda Urresti, aunque reconoce que la construcción está haciendo un esfuerzo para resultar más atractiva con mejores sueldos y unas jornadas laborales por debajo de las 1.700 horas anuales. Por ponerlo en cifras. El convenio para Bizkaia que CCOO Euskadi firmó hace dos semanas para los próximos tres años recoge un sueldo mínimo de 27.510 euros brutos para un peón base.
«El problema es que hay una imagen de que la actividad productiva requiere muchos esfuerzos físicos por estar a la intemperie, aunque hay mucha maquinaria. Se trata más de una barrera mental», aseguran en Ascobi.
Esta falta de trabajadores ha impulsado la contratación de personas extranjeras. Sólo en los últimos diez años el número de afiliados procedentes de otros países se ha triplicado en Euskadi y suponen ya algo más de dos de cada diez trabajadores del sector –son un 21,9% de todos los afiliados–. Definen una diversidad multiculutral y lingüística que ha convertido en un chiste repetido comparar un edificio en construcción con la sede la ONU, al participar en una misma obra albaneses, marroquíes, rumanos, centroamericanos o polacos, entre un largo etcétera. Es también algo que se ha convertido en un problema burocrático para muchas empresas, sumergidas en un caos de papeles para acreditar las contrataciones, y en malentendidos por dificultades idiomáticas que en más de una ocasión se han traducido en auténticos estropicios.
«Como lobos hambrientos»
Todos los perfiles escasean. Para algunos faltan azulejistas, para otros caravisteros o encargados de instalar pladur, y lo mismo ocurre con los gremios. El director general de Jauregizar, Miguel Salaberri, advierte de que «es un problema que está afectando a los plazos en los distintos procesos y al final cualquier desvío se traduce en pérdidas». Por eso reconoce que la competencia entre las empresas puede volverse casi agresiva. «No hay más que verlo. En cuanto hay una empresa que se presume que está en una situación problemática, se lanzan a por su personal como lobos hambrientos», remarca.
Y la experiencia es lo que más se demanda. «Hay muchos problemas con los oficios que requieren tenerla», advierte Joseba Cedrun, director general de Construcciones Sukia, quien reconoce que las jubilaciones y la falta de talento hacen que «la situación lleve tiempo siendo muy preocupante». Para él, como para otros gerentes, la industrialización puede aportar un alivio. «Se ve en las fachadas o en los baños prefabricados. Supone un cambio en el mercado de la producción y al final, la gente trabaja más cómoda en una nave que a la intemperie», razona.
El problema, por el momento, es que a los pedidos les falta cierta continuidad y esta demanda intermitente provoca unos dientes de sierra en los encargos que están ralentizando su normalización. «Tienen que ser viables. No solucionan por sí solas la falta de mano de obra, pero sirven para agilizar los procesos y paliar el problema», destaca.
Más que un notario
Y es que aunque alivien algunos problemas, están lejos de solventarlos y por eso el sector tiene que seguir siendo atractivo, algo que para los sindicatos dista mucho de ser una realidad por más que el presidente del Colegio de Arquitectos en Bizkaia, Pablo Nistal, asegurara en una reciente entrevista a ELCORREO que «un albañil cobra más que un notario».
«Decir eso me parece una metedura de pata profunda», subraya el secretario del sector en CC OOEuskadi, Txema Herrero, quien advierte que por un oficial de primera con 20 años de antigüedad –uno de los principales objetivos de búsqueda–, el convenio fija un salario de 35.000 euros brutos anuales y una jornada de 1.696 horas, aunque «con mucho truco», ya que las obras son «itinerantes» y con los largos desplazamientos «se acaba saliendo de casa a las siete de la mañana y se regresa a las siete de la tarde».
«Esto no es como antes de la crisis, cuando se veían aparcados Audi y BMW junto a las obras», subraya Herrero, sobre todo fruto de un abuso de las subcontratas que para muchos trabajadores se traducen en una parcialidad que les empuja a buscar profesiones con mayor estabilidad. «Así, desde luego, no van a conseguir un sentimiento de empresa», alerta.
Por eso a la mano de obra le cuesta sentirse motivada por un sector que además «resulta muy duro» en muchos sentidos. Lo reconoce Oskar Fraile, que entró en la construcción a los 19 y sigue en ella con 43 años. «Yo mismo no sé si entraría ahora si tuviera 20 años. Al final es un empleo en el que si llueve te mojas, si hace calor tienes que aguantarlo, siempre hay prisas y eso multiplica la peligrosidad. Pero además, es que pasa factura. No conozco a nadie que trabaje en esto y a partir de los 50 años esté entero. Todo el mundo tiene algo en una rodilla, en una cadera, un hombro...», detalla.
Cuando se adquiere ya experiencia, como es su caso, su trabajo se convierte también en servir de maestro a quienes se incorporan, una enseñanza que forma parte de la profesión. «Es normal, a mí también me enseñaron. Pero es cierto que antes cada oficial tenía un aprendiz al que le iba explicando las cosas y ahora tienes a tres o cuatro», compara.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión