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No hay que fiarse de los pronósticos, ni siquiera de los que emiten los catedráticos de los frontones. Se dijo hace dos semanas que el duelo entre Altuna III y Laso en el Atano III era una final anticipada, de hecho la revancha de la final del año pasado. Y, sin embargo, aquello fue un paseo militar para el de Amezketa, hasta el punto de que su rival, tras ir perdiendo 15-0, sólo pudo esforzarse para evitar una sangría histórica. Este domingo en Miribilla, en cambio, todo parecía decantado para que Altuna resolviera sin grandes agobios, cumpliendo sin más el expediente, su partido contra Artola. Y fue todo lo contrario. Para llevarse su cuarta txapela del Manomanista el vigente campeón tuvo que exprimirse al máximo. Sólo su resiliencia, unida a ese talento de los genios para caminar con frialdad por las cornisas, le permitió superar un 15-19 en contra y firmar una tacada providencial de siete tantos.
La final fue lo mejor que pudo ser y lo que muy pocos esperaban: un apasionante cara y cruz, una montaña rusa de emociones que dos hinchadas entregadas a sus ídolos ambientaron por todo lo alto. Hubo mayoría de alegitarras, lo cual tenía su lógica. No sólo porque la antigua Alegría de Oria tenga el doble de habitantes que su vecina Amezketa, sino porque Iñaki Artola, a sus 30 años, se merecía ese peregrinaje. Era el partido de su vida, la final tan deseada, la que no pudo jugar en 2021 por una lesión. Poder luchar por la txapela era el premio a un gran pelotari al que nadie le ha regalado nada, empezando por su propia empresa. Pues bien, si algo tenía claro Artola es que por él no iba a quedar, que iba a dar su mejor versión, que su familia y sus amigos se iban a sentir orgullosos. Y lo hizo. No le sirvió para alcanzar la txapela, pero estuvo tan cerca que su derrota acabó siendo cruel.
El arranque del partido fue un espejismo. A Altuna le volvió a corresponder el primer saque y, como empezar el tanto es desde hace un par de décadas un factor de desequilibrio exagerado, se puso por delante: 3-0. Artola y su botillero, Iker Iriarte, actuaron de inmediato, como ante una emergencia. Sólo les faltó hacer sonar la sirena de una ambulancia. Pidieron un descanso que hasta sorprendió a los jueces por su prontitud. Artola acortó distancias con dos ganchos impecables, pero Altuna volvió a cobrar ventaja y se fue hasta el 6-2. Y el de Alegia pidió otro descanso. Era la suya una estrategia tan clara como lógica. Había que cortar como fuera el ritmo al campeón. Dejar que Altuna se escape es mortal. Para cuando te das cuenta ya está en Albacete y te ha embalsamado.
🏆 Jokin Altuna, campeón del Manomanista por cuarta vez.
— Athletic Club (@AthleticClub) June 1, 2025
Zorionak, Jokin‼️ Txapela berri bat zuretzat! Bejondeizula!
👏 Ánimo también a Iñaki Artola. Menudo partido ha realizado a pesar del resultado final.#MadeInEuskalHerria #AthleticClub 🦁 pic.twitter.com/i88szsJvot
Como esto es algo que saben todos los pelotazales, cuando el marcador se puso 10-3 con Altuna III dejando destellos de artista –por ejemplo, un zurdazo cortado al ancho desde el cuatro, retrocediendo en carrera, que supuso el 7-2– quien más quien menos pensó que aquello estaba finiquitado. La historia, sin embargo, se iba a escribir de otra manera muy diferente. La fortuna bendijo a Artola con un churrete que significó su cuarto tanto. Aunque las escapadas no suelen celebrarse, su hinchada se puso muy contenta. Y cuando después hizo el 10-5 de saque, lo celebró por todo lo alto. Hay goles que pasan más desapercibidos. El delantero de Alegia revivió de repente, como si le hubieran dado en el corazón un jeringazo de adrenalina. Empezó a sentirse bien en la cancha, a golpear con potencia y criterio haciendo moverse mucho a su rival para dar la puntilla con implacables ganchos. El caso es que la final se fue al descanso del tanto 12 con un 10-12 a favor de aspirante.
La final había dado la vuelta como un calcetín. La sorpresa inundaba Miribilla. Nadie había apostado por esa tacada de nueve tantos de Artola. Sencillamente, parecía imposible. Altuna detuvo la sangría con un tanto a la vuelta del descanso y el partido entró en una dinámica de vértigo. Utilizando un símil boxístico, aquello se convirtió en un apasionante intercambio de golpes. Y lo curioso es que, en ese duelo de poder a poder, Artola se imponía. Estaba siempre un punto por encima de su rival, impidiéndole que le alcanzara en el marcador. A los puntos, el combate caía de su lado, pese a algún regalo tonto como una pelota al ancho que dejó pasar creyendo que se iba fuera. Cuando firmó el 15-19 con un gancho memorable, la txapela parecía suya. Iker Iriarte se removía en su silla, nervioso. Respiraba hondo. Sólo quedaban tres tantos, un último esfuerzo. El más difícil. Si siempre cuesta cerrar un partido, cerrar el más importante de tu vida y ante un pelotari de época puede ser tarea imposible. Y eso es lo que fue, efectivamente. Tras hacer el 16-19 con un fantástico dos paredes de volea, el amezketarra se fue directo al 22. Así escriben la historia los genios.
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