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Hace cinco años que arrancó su sueño. Ese que talla a más de 100 km/h cada vez que se baja la visera y se acopla a su minimoto para bailar sobre las curvas y volar en las rectas. Aritz Vega tan solo tiene 8 años. Cursa tercero de Primaria en la ikastola Arantzabela de Vitoria. Pero en los circuitos muestra una madurez que solo portan los grandes pilotos. Y él va camino de serlo. Se acaba de proclamar subcampeón de la Copa Yasuni de España, conformada por ocho carreras. Era su debut en este campeonato. Enfrente tenía a 24 rivales. Y solo una centésima le impidió bañarse en oro. No le importa, sabe cuál es su meta: «Mi objetivo es ser campeón de MotoGP», promete, invitando a EL CORREO a su box en Zaramaga.
Esta pasión uno podría pensar que le viene heredada de su padre, motero también. Y cada vez que da gas demuestra que lo lleva en los genes. Solo así se entiende lo ocurrido hace tres veranos en Lleida. La única casualidad fue aquel stop en la carretera. «Íbamos de viaje a nuestras vacaciones y vimos que se celebraba un campeonato. Decidimos apuntarle y él hizo el resto», evoca su padre, Erlantz. Ese «resto» al que hace referencia es difícil de explicar. Ya se habían disputado dos de las cinco tandas. Pero con dos tercer puestos y un segundo recortó ese hándicap con sus rivales para asombro de todos. Con el trofeo en sus brazos, la familia reemprendió el rumbo hacia su parada estival.
Este diamante ahora se encargarán de pulirlo unas manos profesionales. «Participó en las pruebas de selección del Dani Rivas Talent Team y ha sido uno de los dos pilotos seleccionados. Entra a formar parte del grupo, lo que le otorga asesoramiento técnico y económico durante todo un año», apunta su padre. Al igual que Toni lo fue para Nadal y Carlos Sainz con su hijo, Erlantz ha sido desde el principio el ingeniero de Aritz dentro y fuera de la pista. La brújula en este circuito y su llave inglesa ante cualquier avería.
Juntos han pasado infinitas horas en el taller que han levantado dentro de un pabellón industrial de Zaramaga. Solo con entrar uno ya sabe que ahí dentro se respira auténtico motor. Que los latidos son a máximas revoluciones. «Compartimos la nave con otros amantes de los coches». Junto a una de las paredes está el box de Aritz. El número 16 está grabado en todas partes. «Es mi número para competir. Lo elegí porque es el año en el que nací». La misma razón que empujó a Marc Marquez a escoger el 93. «Es mi ídolo», confiesa el pequeño, mientras muestra sus joyas.
«Estos son los monos que uso; este para entrenamientos y este para carreras». Las heridas de guerra evidencian el uso y esas caídas que el tiempo convierten en experiencia. En aprendizaje. «No tengo miedo a caerme. Tampoco a la velocidad, y eso que he ido a más de 100 kilómetros por hora. Disfruto encima de la moto», argumenta este joven. Al lado están sus dos minimotos; una para los entrenamientos y la otra para las carreras. Ambas pintadas de rojo, el color del diablo. Junto a ellas, tres motos de trial con las que está aprendiendo a derrapar. El olor en la zona entremezcla goma, aceite y gasolina. Pero también mucha adrenalina.
Aritz es de pocas palabras. A él le gusta hablar en la pista. Se subió por primera vez a una minimoto con tres años. «Empezó con una eléctrica de trial», recuerda Erlantz. Una declaración de intenciones de ese rayo en el que se convertiría. «Con cuatro y medio ya le subimos a una de gas, es la edad mínima. A los cinco quedó tercero en el campeonato de Lleida y a los seis cuarto en Castilla y León». Son algunas de las alegrías en su breve trayectoria. Pero como si de un paso por curva se tratase, él no mira al piano sino al horizonte. Lo mucho que está por llegar.
Escuela de Jorge Lorenzo
Una carrera que toma forma en Subillabide. Es el lugar de entrenamiento, entre pabellones y empresas. Una metáfora de la construcción de este talento. Al sonido de la maquinaria por las tardes se le suma el del motor de esta Polini 910 de 39 centímetros cúbicos. «Los trabajadores de las dos fábricas que están al lado están encantados, a veces salen a verle cómo pilota. Y la policía también suele venir, pero entienden que es un entreno. Incluso alguna vez se han quedado a seguirle».
Esa es su pista en Vitoria, pero no la única. En el exterior del pabellón aguarda una furgoneta decorada con una enorme foto de Aritz mientras toma una curva. En ella viaja el motorista con sus padres (Erlantz y Aintzane Lacalle) cada martes a Irún para entrenar en la academia del expiloto profesional Efrén Vázquez. No son las únicas manos avezadas que han esculpido a este chaval. En verano también viajaron a Mallorca para aprender en la Chicho Lorenzo School, la academia del padre de Jorge Lorenzo. El cinco veces campeón del mundo aprendió con él a tomar las curvas deslizándose como un cuchillo en la mantequilla. Ese circuito en forma de 8, esos donuts que tanto han marcado a los pilotos de hoy en día.
«Luego los fines de semana los dedicamos por y para él, porque vamos a ensayar a varios circuitos. Es una pasión costosa a pesar de la ayuda de los patrocinadores -bar La hiedra, Bobby's bat, quad Dulantzi y CMF Slider-. Aún así, nos hace inmensamente felices ver que disfruta y que además tiene talento», se felicitan los padres. 332 kilómetros hay de distancia entre el circuito de Zuera, en Zaragoza, donde Aritz se proclamó subcampeón, y el de Montmeló, donde Jorge Martín se coronó en MotoGP. Como si de otra carrera se tratase, pero con la misma meta: ser campeón de MotoGP.
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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