Rodchenkov, el ruso que ha cambiado la lucha antidopaje
Estados Unidos ha puesto el nombre del antiguo director del laboratorio de Moscú a la ley con la que castigará el fraude deportivo en cualquier país del mundo
El científico que hizo la trampa da nombre ahora a la ley que aspira a cercar el dopaje en el mundo. La Cámara de Representantes de Estados Unidos ya ha aprobado la «Ley Rodchenkov», que está pendiente de su validación en el Senado y de la firma de Donald Trump. Cuando entre en vigor, las autoridades estadounidenses podrán encarcelar hasta diez años a los deportistas que recurran a métodos dopantes, con multas que van hasta los 850.000 euros. Y esta norma no se ciñe al territorio americano, sino que se extiende al resto del mundo. Se aplicará en cualquier competición donde participen estadounidenses. Si en el país que es sede de esa prueba no hay una legislación penal contra el fraude deportivo, EE UU se hará cargo del caso y ejecutará las sanciones. Si descubre la trampa, solicitará la extradición de los culpables para que cumplan la pena en cárceles estadounidenses.
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La Administración americana quiere ser el policía antidopaje del planeta ante la debilidad, en su opinión, de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). Para eso ha redactado la «Ley Rodchenkov». Y, ¿quién es el tal Rodchenkov? Un personaje de película. Grigori Rodchenkov es un químico ruso, director de los laboratorios antidopaje de Moscú y de los Juegos de Invierno de Sochi 2014, y ahora, testigo protegido por la justicia estadounidense. Nadie más sabe dónde está ni qué rostro tiene tras ocultarse en algún lugar de EE UU. Siempre tuvo dos caras. Por una parte, su trabajo era controlar a los deportistas y detectar a los que hacían trampa. Por otra, y en realidad, se dedicó presionado por el Gobierno ruso a suministrar sustancias ilegales a los atletas olímpicos y, también, a manipular las muestras de orina para que no dieran positivo.
Rodchenkov, que huyó a Estados Unidos tras los Juegos de Sochi, es el testigo clave que ha desvelado el dopaje de Estado en el deporte ruso. Fue atleta, mediofondista. Probó la pócima mágica, el «stanozolol». «Las inyecciones me las ponía mi madre», contó en un documental televisivo. Bromea con eso, con el dopaje, las jeringuillas y la manipulación de los botes de orina para los controles. Incluso ayudó al director del documental, aficionado al ciclismo, a doparse con EPO y hormona del crecimiento, y a sortear los controles antidopaje. Todo entre risas. Tan fácil.
Temió por su vida
Tras el fracaso en los juegos olímpicos anteriores, Rusia se empeñó en brillar en los de Sochi. En su casa. Todo tenía que salir bien. Y salió. Arrasaron en el medallero sin escándalos de dopaje. Fiesta para Vladímir Putin, que reforzó así su imagen como presidente del país. Rodchenkov se encargó de todo: de suministrar dopantes y de cambiar los frascos de orina en el laboratorio de Sochi con la ayuda de agentes de la KGB, la policía secreta rusa. La euforia se empezó a desinflar cuando la cadena televisiva alemana ARD emitió un programa en el que desvelaba la práctica dopante masiva entre los deportistas rusos. La AMA abrió una investigación. Al principio, Rodchenkov lo tomó a broma. «La AMA me está investigando, soy una persona muy peligrosa, ja, ja...».
En 2015 todo se puso serio. La AMA le acusó de dirigir la trama, de aceptar sobornos y de destruir muestras. El científico empezó a temer por su vida. Un ex alto cargo de la Agencia rusa antidopaje apareció muerto. «Puedo acabar debajo de un autobús», temía Rodchenkov. Las autoridades rusas, acorraladas por la presión internacional, buscaban un chivo expiatorio. «Putin (presidente ruso) estaba al tanto de todo lo que yo hacía», denunció. «Putin me sacó de prisión para hacer todo eso». Rodchenkov había pasado por la cárcel años antes de los Juegos Sochi por tráfico de drogas. Fue su momento más bajo. Estuvo en un psiquiátrico. Intentó suicidarse. Las autoridades deportivas le rescataron para que se encargara de la lucha antidopaje rusa antes de los Juegos de Londres de 2012. Funcionó. Y luego llegó Sochi, donde cambiaba «orina sucia por orina limpia».
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Cuando la cadena ARD destapó el escándalo y la AMA le puso en el punto de mira, se sintió en peligro en Rusia. Voló sin su familia a Estados Unidos. Relató sus prácticas a la USADA, la Agencia antidopaje americana. Y desapareció. Testigo protegido. Ahora tiene otro rostro y otro nombre. Su apellido es hoy la ley con la que Estados Unidos quiere luchar en todo el mundo contra tipos como él.
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