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Rahm saca de paseo el driver desde el tee del hoyo 9, antes de que la jornada comenzara a alejarse de sus previsiones. AFP
La amargura de un doble o nada perdido

La amargura de un doble o nada perdido

Rahm se mueve por los extremos en Boston, desde el -3 en el hoyo 4 a cerrar con +2 y un doble bogey por apostar con riesgo

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Sábado, 1 de septiembre 2018, 01:19

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A tumba abierta. No se dejó nada Jon Rahm en una jornada que nacía como si se tratara de la etapa reina en el TPCBoston. Cero contemplaciones. Desde el zambombazo de salida en el 1 leña al mano, apuntar a trapo y ser agresivo no, lo siguiente, con el putt en la mano. Fue como si quisiera sorprender de entrada a un campo que ya domó un año atrás, sisándole doce golpes en cuatro días. Pero el recorrido parecía esperarle, o quizá se limitó a que el error de cálculo fuera el que autolesionara al de Barrika. Le pudo salir bien, mucho. Y acabó mal, aunque sin dramas porque no estaba el día para presentar tarjetas desproporcionadas. A la hora de redactarse esta información cedía seis golpes respecto a un liderato compartido con cuatro bajo par.

Y de verdad que no parecía que el epílogo del viernes fuera a incluir trazas de hiel. No tenía esa pinta cuando no había cogido calle hasta el hoyo 5, en el que se personó con un -3 celestial, fruto de dos perlas que, al menos, le quedan como recordatorio de que la magia sigue intacta en sus manos y la creatividad con que juega. En unos días de darle vueltas a qué putter usar plegó velas, volvió a sus pasos previos y con su habitual longitud de varilla embocó desde 10 metros para estrenar el rojo en su casillero. Se le escapó después otro birdie desde una marca tres veces más cercana y se ganó una parcela para el recuerdo con un eagle de filigrana. Era la tercera visita a un búnquer en cuatro banderas buscadas. Porque la de este par 4 tiene una larga lista de conquistas en dos golpes. Acertó en la distancia, pero la bola derivó a la trampa. No importó. 18 metros no fueron un peaje impagable y clavó el golpe. Tres bajo el par, segundo en una clasificación aún testimonial al estar arrancando el turno de mañana. Pero no costaba imaginar por dentro a un Rahm en ebullición, soltando el lastre de su corte anterior en New Jersey.

No es que se fuera agotando el feeling con el putter, pero los approach se iban quedando en un radio de entre cuatro y cinco pasos y el vizcaíno no levantaba el pie. Los greens eran vías de aceleración y el contrapunto a no atinar con un toque decidido, agresivo, era que quedaba un trayecto de vuelta que podía incluir serios apuros.

Pero el primer contratiempo llegó en un par 5 (hoyo 7) en el que un mal segundo golpe le impidió llegar a green desde calle cuando sólo le restaban 23 metros para coronar. Así necesitó tripatear y abrió la veda que iría acabando con sus ahorros acumulados. Tuvo incluso que salvar dos pares que otras veces no siempre logra facturar, desde dos y tres metros pasados, para que en el recuento de los primeros nueve se mantuviera un -2 que no era garantía de nada. En el TPCBoston el segundo tramo es notablemente menos productivo, o cuando menos suele incluir más anotaciones nocivas para los jugadores.

Una gran recuperación en el 10 se quedó a menos de un palmo de la recompensa. Y llegó el revés. Doble. Un putt de menos de dos pasos errado en el par 3 del 11 y un paseo por zonas sucias y la cuarta visita a la arena en el 12 como motivos para sendos bogeys que dejaban su cuenta a cero. Quedaban seis banderas para empezar de nuevo, algo afín a la vida del golfista en el campo de juego. Pero lo que Jon Rahm no rebajó fue su autoexigencia, ese pulso que se echa porque quiere reivindicarse, demostrar el golf que lleva dentro. Como si no se supiera ya. Pero nunca tiene bastante.

Nadie mejor que él para saber lo que siente y tomar decisiones. Lo pudo arreglar, pero se llevó un gran enganchón. Bola injugable, drop y doble bogey. Donde buscaba la guinda se dio de bruces con la hiel.

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