«Seve era especial. Tenía imaginación, presencia y carisma»
Aniversario ·
A los diez años de su muerte, José María Olazabal recuerda la figura de Severiano Ballesteros, que también influyó de otro modo en el gran jugador del momento: Jon RahmASER FALAGÁN y MARCO G. VIDART
Viernes, 7 de mayo 2021, 00:22
Hoy se cumplen diez años de la muerte de Seve Ballesteros, un icono del golf y también de una época. La de los lobos solitarios ... del deporte español, ese puñado de campeones surgidos de la genialidad, casi de la nada, en un país que iba como comparsa hasta a los Juegos. Los Manolo Santana, Paco Fernández Ochoa, Ángel Nieto, Federico Martín Bahamontes, Jane Abascal... Y, por supuesto, Severiano Ballesteros. Aquellos que impulsaron sus respectivos deportes y los convirtieron en lo que son. Aquellos a los que les siguieron la estela nuevas figuras. En el caso de Seve, José María Olazabal, Sergio García y Jon Rahm.
«Yo creo que tenía 17 años...». Su memoria duda en ese dato que se remonta a principios de la década de los ochenta. Pero en lo demás, lo recuerda casi todo como si lo hubiese vivido ayer. José María Olazabal (Hondarribia, 1966) no ha dejado ni un solo día en esta década de recordar a su amigo. A alguien con el que compartir viajes, torneos, vivencias, cuando no había tantos europeos, y mucho menos españoles, en las competiciones del circuito americano. Amigo, compañero de fatigas y, también, genio con el que disfrutar. Porque en muchas competiciones, Olazabal vio a pie de campo las diabluras con las que Seve dejaba atónitos a sus rivales.
Esa memoria que duda un segundo lleva esta historia de amistad a Pedreña. A un posible año 1983. «Nos conocimos en un torneo de exhibición que organizó Seve para recaudar fondos para un hospital infantil. Yo creo que tenía 17 años», rememora el dos veces ganador en Augusta. «Se puso en contacto conmigo su secretaria y así le conocí por primera vez». Para un chaval que empezaba a despuntar en el golf, conocer a alguien que por entonces ya había ganado el Open Británico y el Masters de Augusta fue toda una experiencia. «Yo era un crío. Estaba sobrecogido. Le veía como a una figura y pensaba que estaba en un sueño». Pero el genio de Pedreña le hizo sentirse «muy cómodo, tranquilo y relajado».
Olazabal prosiguió con sus estudios y tres años después se convirtió en profesional. «Conseguí la tarjeta del Circuito Europeo y tuve la oportunidad de pasar más tiempo con él, sobre todo en los torneos de EE UU». Y se forjó una amistad inquebrantable. «Éramos los dos únicos españoles allí. Y procurábamos estar en los mismos hoteles, para que se nos hiciera más ameno. Poco a poco se fue consolidando la relación, hasta desarrollar esa amistad».
«Nos conocimos en un torneo de exhibición que organizó Seve para recaudar fondos para un hospital infantil. Yo creo que tenía 17 años»
José María Olazabal | Golfista y amigo
Genialidad en Irlanda
Joaquín Cabrero, entrenador personal a finales de los noventa y que fue también caddie de Seve, contaba cómo el alemán Bernhard Langer, casi por señas porque no se entendían en ningún idioma, le dijo que estaba con el número uno. Con el mejor jugador del mundo. Que ni él ni Nick Faldo tenían la magia de Seve. Olazabal tampoco tiene dudas. «Sí que era especial. Tenía una imaginación, una habilidad... Una presencia. Sí, tenía presencia. Y carisma». Pero además de la genialidad, el guipuzcoano destaca «la actitud. Su convicción dentro del campo. Él siempre creía que podía pegar cualquier golpe. Estaba convencido de ello».
La mente de Olazabal vuela hasta Irlanda, al campo de Druids Glen. Allí se celebró la edición de 2002 del Seve Trophy, una competición que enfrentaba a jugadores de las islas británicas con los del continente europeo. «Un campo muy bonito, con hoyos muy complicados». En un duelo por parejas, los dos españoles ante los irlandeses Paul McGinley y Padraig Harrington. Y llega el hoyo 13. «Él salió mal con el drive. Se fue al monte a la derecha, y yo al rough a la izquierda. Seve hasta tuvo que dropar». Pero con «una madera 3», el pedreñero se sacó un golpe larguísimo que dejó la bola «a la izquierda del green», a unos 12 metros del hoyo. Los irlandeses habían dejado las suyas a 3 y 5 metros de la bandera. El genio estudia el green y pregunta a su amigo cómo lo ve. «La bola debía recorrer una cresta corta y caer por el otro lado del hoyo. Y en la cima de esa cresta había una mancha amarilla en el césped. Miré la caída y le dije que la bola tenía que pasar por ella. 'Sí, la he visto', respondió Seve. 'Y que sepas que la voy a meter'». Olazabal se lo dijo a los caddies de los jugadores irlandeses. «Me miraron...». Y ahí que fue la bola, para pasar milimétricamente por esa mancha amarilla de referencia y entrar en el hoyo. McGinley y Harrington fallaron y los españoles empataron el hoyo. «Fue Seve en estado puro».
Desde aquellos golpes llenos de magia que encumbraron al cántabro, el golf ha evolucionado mucho. «Ahora es más físico, con más potencia». La pregunta de si Seve brillaría con la misma intensidad en esta época es inevitable. «En su momento era de los que más fuerte le pegaba», relata el de Hondarribia. «Y con su habilidad especial, única... Si estuviese bien físicamente... Quizá no estaría al más alto nivel, pero sí destacaría».
De lo que nunca se cansa el guipuzcoano es de recordar a Seve en cuanto puede. Como hizo en el pasado Masters de Augusta. «Lo hago porque creo que en el golf europeo le debemos, si no todo, gran parte. Él fue quien nos hizo creer que podíamos competir con los jugadores de EE UU. Fue quien puso el golf europeo a nivel mundial. Un icono. Abrió muchísimas puertas». El 9 de abril en Augusta, el mismo día en el que Seve hubiese cumplido 64 años, Olazabal vestía de azul marino y blanco, los colores icónicos del cántabro. Y pasó el corte para jugar el fin de semana. Olazabal está seguro de lo que le hubiese dicho su amigo en el 'prao' al superar el corte a sus 55 años. «Bien, Fuenterrabía».
«No puedo hablar de mi vida y mi carrera sin Seve. La Ryder del 97 en España es la razón por la que mi padre me compró los palos»
Jon Rahm | 'The Players Tribune'
Tras su senda
Y si Olazabal fue el gran amigo de Seve, Jon Rahm es el ejemplo del niño que se enganchó al golf siguiendo al gran mito. «Juego al golf por Ballesteros y sueño con emularle y alcanzar todo lo que él ha logrado. Mi admiración por él será eterna», fueron unas de sus primeras declaraciones tras colocarse el verano pasado como líder de la clasificación mundial.
Ya antes había confesado su admiración por el pedreñero en 'The Players Tribune': «No puedo hablar de mi vida, mi carrera o mi país sin hablar de Seve. La Ryder Cup de 1997 en Valderrama, en España, es la razón por la que mi padre terminó comprándome palos. Cuando Seve se convirtió en el primer europeo en ganar el Masters en 1980, dio esperanza al juego en nuestro país. Leí en un artículo hace unos años en el que contaban que cuando Seve comenzó a jugar al golf en los años sesenta, había alrededor de 10.000 golfistas federados en España. El día que se retiró, en 2007, había 350.000».
En esa carta a los aficionados el de Barrika añadía: «Sin Seve yo no estaría aquí, con las posibilidades que tengo ahora como atleta profesional. Quiero hacer lo correcto en esta posición en la que estoy y con la situación de privilegio que tengo».
Un palmarés envidiable
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Masters de Augusta. Fue vencedor en 1980 y 1983.
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Open Británico. Campeón del prestigioso torneo los años 1979, 1984, 1988.
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Ryder Cup. Se proclamó campeón con el equipo europeo en las ediciones de 1985, 1987, 1989, 1995 y 1997 (este año como capitán).
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PGA Tour. Nueve títulos.
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Campeonatos del Mundo Match Play. Vencedor en 1981, 1982, 1984, 1985, 1991.
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96 títulos en total. Incluyendo Copas Mundiales de Golf y todo tipo de torneos.
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