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Golf | PGA

Cena con karaoke en tierra de nadie

Desesperados por reponer fuerzas, vimos luz dentro de un bar de carretera y entramos sin pensarlo. Se hizo el silencio y todos los clientes se giraron a mirarnos

Iván Orio

Rochester

Viernes, 19 de mayo 2023, 14:53

Estados Unidos es una sucesión infinita de franquicias de comida. A Europa nos han llegado algunas, pero son una minucia en comparación con lo que ... uno se puede encontrar por aquí. Este enviado especial y sus compañeros de viaje hemos estado ya en unas cuantas, pero todavía quedan muchas por explorar. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones sus horarios nocturnos no casan con nuestros usos y costumbres. Salimos casi siempre tarde del centro de prensa del campo de golf y para entonces muchos locales ya han cerrado o no atienden para cenar porque están a punto de hacerlo. El miércoles necesitábamos reponer fuerzas y airearnos un poco antes de dormir, así que mientras dábamos vueltas con el coche recurrimos a Google con el mensaje 'restaurantes near me'. Había un montón, pero ya habían echado el candado.

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Hay frases que en determinados momentos son demoledoras, preludios de un enorme bajón. «Bueno, siempre nos queda la gasolinera a ver si hay algo» es una de ellas. Sobre todo cuando ya te habías hecho a la idea de sentarte en una mesa a tomar algo, cenar y charlar. Desesperados y con el ánimo por los suelos, vimos de repente una luz a través de las ventanas de un bar de carretera en tierra de nadie y no lo dudamos. Aparcamos y entramos. La iluminación era escasa. Accedimos un tanto acobardados a un amplio salón con un escenario lateral. La barra estaba al fondo y una puerta separaba ambos ambientes. Había unos cuantos clientes acodados en el mostrador y otros tantos en unas sillas altas. Se hizo el silencio y durante uno o dos segundos todos se giraron a mirarnos. Después, otra vez el murmullo y cada uno a lo suyo.

El ambiente del Nasville, así se llama el bar, era una fusión entre un 'spaguetti western' y 'Abierto hasta el amanecer'. Una camarera nos ofreció el menú y aceptamos al momento. ¡La cocina estaba abierta! Pedimos la bebida y nos acomodamos en un rincón mientras preparaban la comida. Empezó a escucharse una música de fondo. Tímida al principio, evidente después. El sonido era muy reconocible. 'Like a prayer', de Madonna. Lo que no era reconocible era la voz que interpretaba la canción. Emergió en ese instante desde la zona trasera del bar una joven micrófono en mano y muy resuelta. Entendimos que había actuación. La chica lo hacía bien. Pero cuando terminó devolvió el micro a un señor en el que no habíamos reparado que invitó con histrionismo a los clientes a salir a cantar. ¡Era un karaoke! ¡Un karaoke en tierra de nadie!

Hubo de todo. Un hombre solitario entrado en años bordó a Sinatra y un treintañero cerveza en mano destrozó 'Is this love' de Whitesnake. Creo que los norteamericanos dan todos los días una lección de falta de complejos. Lo digo de verdad, con envidia. Nadie torció el gesto cuando escuchaba tonos desafinados o voces aguardentosas. También aplaudían porque el tema era pasarlo bien, no exhibirse. El libro de canciones era gigantesco, como las páginas amarillas de Nueva York. ¿Y si miramos por si hay alguna canción en castellano? Fue un pensamiento fugaz, hubiera sido demasiado. Nos fuimos de allí encantados de la vida, bien cenados y con la mente despejada. Al salir nos llamó la atención un pequeño cartel con una pistola y el siguiente mensaje: «El porte legal de armas de fuego es bienvenido en esta propiedad». Pues eso.

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