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Rahm ejecuta un golpe. Afp
Un coliderato forjado a pico y pala

Un coliderato forjado a pico y pala

Rahm y Willett viven una jornada de relevos en la cabeza del BMW PGA, con el de Barrika saliendo indemne y reforzado de un final estresante

J.M. cORTIZAS

Sábado, 21 de septiembre 2019, 13:44

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La víspera fue por un eagle por derecho. Ayer el gesto amplificado, ese puño cerrado consumado el golpe final del día en el 18, tenía que ver con la supervivencia, con salvar un par inverosímil que le permitía a Jon Rahm retirarse a sus aposentos como había salido de ellos horas antes, colíder del BMW PGA junto a Danny Willett. Ambos vivieron una carrera de relevos con el primer puesto siempre más cerca del vizcaíno. De hecho sólo lo cedió durante tres hoyos (del 10 al 12). Fue un sábado de muchos quilates golfísticos que incluyó un albatros de Fisher para llevarse un coche valorado en 150.000 euros, momentos estelares del sudafricano Bezuidenhout (ganador en Valderrama) y el indio Sharma, una vuelta que nació redonda para Rafa Cabrera Bello, el regreso a la vida de McIlroy tras pasar el viernes de chiripa el corte, y un mano a mano que retroalimentó a sus protagonistas, un vizcaíno de Barrika y un inglés de Sheffield, que hoy compartirán el partido estelar, desde las 14.20 horas con tres golpes de ventaja sobre la competencia.

No le hicieron falta despertadores a Rahm. Se puso en marcha dando el primer golpe de efecto en Wentworth. Hizo coincidir su birdie inicial, prologado por una salida estratosférica, con el bogey de Willett. De un plumazo, en poco más de 400 metros recorridos gozaba de dos golpes de ventaja, un colchón con forma de red que mantuvo operativo constantemente. Cumplió con la rutina de canjear la bandera del 5 y le pudieron seguir dos más con una corbata desde tres metros en el 6 y una recuperación desde la arena que aún ahora sigue sin entender por qué no entró. No bajó la guardia y amplió al -14 su tarjeta cerrando el tramo de ida con el tercer birdie sin notas a pie de página.

Pero Willett había reaccionado y desde la octava estación ya compartía de nuevo vagón cabecero con el vizcaíno. Ese pulso constante favoreció a ambos, les exigió lo mejor, incluso cuando las cosas no salían. Porque en el 10 Rahm pinchó en hueso. Se le fue la salida al arbolado y llegó tarde y mal al green. Sus compañeros de partido le apretaban las tuercas y aunque dejó puntualmente de jugar recto hizo del pico y la pala dos de sus palos estelares. Llegó al tapete en el par cinco del 12 sin tocar calle y tampoco la aportó a su expediente en la siguiente bandera, pero ambas reposaron en su vitrina del día. Nunca retrocedió de la segunda plaza y sólo entre el 10 y el 12 le cedió la cuerda a su rival inglés.

Se preparaba una traca final espectacular. Sus perseguidores amagaban pero sin atizar. Stenson era el gran damnificado del día (+2), Rose iba y venía. Lo mismo remojaba su bola que firmaba un eagle. Y a Bezuidenhout, Sharma y Cabrera les faltaban las botas de siete leguas y miraban de reojo al liderato como si supieran que se trataba de un amor imposible... o no. Hoy lo sabrán. Willett pareció claudicar ante la presión. En el 15 mandó la bola a un confín injugable y aunque resolvió el golpe de penalización con una obra maestra se rindió al tirón de Rahm, que salvó ese par y canjeó el siguiente hoyo con un putt de cinco metros para abrir dos golpes de renta en el liderato.

Pero el vizcaíno no esta vacunado contra todo. Conquistó su octava calle del día en el 17 como presagio de algo bueno, ya que el West Course de Wentworth acaba con sendos pares cinco. Y se le vino el mundo encima cuando proyectó el segundo golpe contra el público -un espectador se llevó un guante firmado como consuelo por el impacto- y se las arregló para disponer de un putt de birdie de tres metros y uno para cerrar con el par desde medio paso. Y recibió la segunda cornada del día en forma de corbata. El mal menor era que, pese a todo, mantenía un golpe de margen ante su implacable marcador inglés.

Con las pulsaciones aún disparadas, envió su último drive del sábado fuera de calle, de rough, de plano, casi de límites. Pasó por la misma ventanilla de penalidad que Willett antes con otra bola injugable, engullida por la vegetación, que le obligó a recuperar la calle rodeado de arbustos. El castillo parecía desmoronarse con la almenada casa club del campo inglés ante sus ojos. Como el piloto que se queda sin motor cuando percibe ya la bandera a cuadros. Llegó a green con demora y se dejó un putt de par desde unos siete metros. Su opositor, incluida visita a un arenal, lo tenía todo a favor para el birdie. El liderato del de Barrika se tambaleaba. Y surgió su duende. Manejo impecable del mando a distancia, un putter que envió la bola sumisa al agujero. Subidón, celebración, maná rebosante de nutrientes para saciar a un Rahm que hoy saldrá a comerse su cuarto Rolex Series. «Llevaba la vuelta como a prueba de balas. Lo del 18 me da mucho para la jornada final», dijo.

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