«Muchachos, ya saben, balones al 10»
Argentina sabe lo que es la presión. También la ilusión. Y sabe lo que es jugar al límite, a veces incluso traspasándolo, siempre empujada por esa exigencia popular, que es tremenda, que es drama y pasión
Mi amigo Fernando Valsega me invitó a ver el Argentina-México en la peña que bajo el nombre de 'Consulado de Boca en el País ... Vasco' reúne a sus compatriotas en Gernika. El rostro de Maradona reinaba en el local, como Messi en las camisetas de una gente estupenda, humilde pero orgullosa de su bandera y de su selección. Se trataba de una final por la supervivencia y así lo vivió con intensidad y euforia final esta diáspora que sangra albiceleste con una ikurriña al fondo.
Argentina se presentaba en Qatar como una de las llamadas a luchar por el título, y tras el accidente inicial ante Arabia Saudí así lo ha demostrado. Ha encadenado sufridas pero merecidas victorias, hasta llegar a la antesala de la anhelada final. La espera una Croacia siempre competitiva, que eliminó de forma sorpresiva a la gran favorita Brasil. Una semifinal abierta a la que llegan los sudamericanos superando agónicamente obstáculos, y dejando en su sitio a los que la dieron por muerta, quizá sin conocer su verdadera idiosincrasia.
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La selección argentina sabe como ninguna lo que es la presión. También la ilusión. Y sabe lo que es jugar al límite, a veces incluso traspasándolo, siempre empujada por esa exigencia popular, que es tremenda, que es drama y pasión. El equipo de los dos Lionel y sus impenitentes barras seguidoras mantienen el sueño de levantar el tercer trofeo dorado. Con el liderazgo de un maduro Messi, en su última oportunidad para ascender por derecho al trono de Maradona, y con su míster Scaloni, que llegara interinamente al banquillo y ha acabado por conformar un bloque sólido y eficaz no exento de calidad.
La Scaloneta, así llamada esta máquina de competir, tras ganar la Copa América en el mismísimo Maracaná a la canarinha, había convencido, por fin, a los despiadados críticos del país, aún expectantes ante el torneo de los torneos por selecciones. Hoy podemos decir que en este Mundial ya ha acreditado los méritos que anunciaba. ¿Cuál es la fórmula propuesta por quien fuera carrilero derecho de Dépor, Rácing y Mallorca en la liga española? Pues podría situarse a caballo entre las dos escuelas tradicionales del fútbol argentino, y que me perdonen los gauchos si cito a algún dios albiceleste en vano.
Porque hubo un tiempo, largas décadas más bien, en las que Menotti y Bilardo encarnaban dos modelos, dos formas de entender el fútbol y la manera de competir en las canchas argentinas, y por extensión en las europeas donde entrenaron. Ambos «salieron» campeones del mundo: el Flaco en 1978, en casa, en plena dictadura de Videla, y el Narigón en 1986, en México, con un subcampeonato cuatro años más tarde. Sus catecismos eran diametralmente antagónicos. Menotti fue un literato del juego bonito, de la posesión, de la calidad, de la técnica y de ver el fondo en las formas. Bilardo radicaba en el polo opuesto, lo importante y único el resultado, el esfuerzo colectivo para su consecución, la presión, la estrategia y el no conceder nada al rival, limando si menester fuera los límites del reglamento a través de un compromiso grupal casi bélico. Menotti-Bilardo, el duelo eterno. Sólo los unió la gloria mundialista.
¿De dónde bebe la Scaloneta? ¿O estamos ante una tercera vía con sello propio? Hemos comprobado que juega más a la europea, con una defensa fuerte y salidas rápidas. Físico no exento de calidad, fuerza y velocidad propias. Eso sí, en lo que más se asemeja esta escuadra a las dos pretéritas propuestas es en aquello de «muchachos, ya saben, balones al 10». A otro 10 distinto a aquél, pero igual de grande. Para mí más grande. Y otra arenga, clásica, para todo el plantel: «pónganle huevo», les grita la afición, la mejor y más numerosa en el lejano emirato, regateando la crisis social y económica. Pura fidelidad y pura pasión. «Única» le dije a Fer Valsega, viendo el banderazo incansable de los suyos, con ese característico saltar y flexionar del brazo. A lo que me contestó con total convencimiento: bueno, comparable sólo con la del Athletic. Otra pasión.
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