El Tottenham reina en el barullo
Pasaron más cosas en las calles de Bilbao que en el césped de San Mamés
Un gol chungo, más bien un autogol que entró llorando en la portería de Onana, decidió la final de San Mamés para el Tottenham. Fue ... una sentencia a la altura de un partido impropio de toda una final entre dos históricos del fútbol inglés. Hubo emoción, claro, faltaría más que no hubiera emoción en un trance semejante y con el marcador tan apretado, pero fútbol hubo más bien poco. En realidad, más que un partido fue un barullo continuo que acabó en un tono tabernario con Maguire como delantero centro tratando de cazar un remate imposible. Al final, el equipo de Londres se llevó el gato al agua después de mucho sufrir.
Se ve raro San Mamés sin el Athletic. Es complicado asimilar la imagen de La Catedral con una iconografía que no corresponde a su propietario, con una banda sonora diferente, aunque entre que la imaginación de los supporters está a la altura de sus colegas continentales, y que la televisión ha hecho estragos homogenizándolo todo, cambiaron la letra y el idioma, pero las melodías que se escucharon en el estadio resultaron muy familiares.
La ausencia del Athletic dolía más viendo evolucionar a los protagonistas. La pregunta era inevitable: ¿Cómo fue posible que estos tipos de rojo les metieran siete goles a los leones en dos partidos? ¿Cómo el equipo menos goleado de Europa pudo caer con tanto estrépito?
Son las cosas que tiene el fútbol, las que lo hacen impredecible; la razón por la que esto evolucionara primero de deporte a espectáculo y luego a negocio, pero siendo siempre, sobre todo, un fenómeno social que explica que Bilbao estuviera dos días invadido por más de 50.000 ingleses, como el año pasado Sevilla sufrió la festiva ocupación de una tropa rojiblanca de dimensiones semejantes.
Por esas cosas que tiene el fútbol, al Athletic, en lugar de alineársele los astros, se le cruzaron de mala manera en aquella triste semifinal para que todo lo que pudiera salirle mal, le saliera horrible. Se veía rara anoche La Catedral sin su Athletic sobre el césped, sin los colores rojiblancos en la grada. Pero la nostalgia por lo que pudo ser y no fue no sirve de nada. Mejor mirar hacia adelante y celebrar lo conseguido, que es muchísimo, que caer en la nostalgia por lo que se perdió.
Los cronistas solemos recurrir a un truco para describir algunos partidos que se salen de la norma, por lo bueno o por todo lo contrario: solemos apelar al punto de vista de un imaginario espectador neutral, como si la neutralidad tuviera cabida en un asunto tan pasional como el fútbol.
Pues bien, ayer nos tocó ser ese espectador pretendidamente neutral que se divierte sin sufrir ante el espectáculo de dos equipos jugándose la vida, o bosteza con el fútbol ramplón incluso aunque se trate de toda una final. Y lo de anoche en San Mamés tuvo dosis de las dos cosas: United y Tottenham se jugaban la vida al borde del infarto, pero los dos dejaron claro que, al menos este año, lo normal es que ocupen los puestos inmediatamente anteriores al descenso en la Premier y lo excepcional es que se estuvieran jugando un título internacional.
Por resumirlo de alguna manera, podríamos decir que pasaron muchas más cosas en las calles de Bilbao que en el rectángulo verde. La contabilidad de los litros de cerveza consumidos y el relato de los alborotos callejeros fueron más interesantes que cualquier estadística de un partido desarrollado entre espasmos provocados más por la torpeza de los protagonistas que por su talento.
Si en el primer tiempo nos preguntábamos cómo fue posible que este United goleara al Athletic, después del descanso el interrogante era otro: cómo era posible que este Tottenham pudiera ganar la final con los quintacolumnistas que tenía en la portería y en la defensa.
Si todo el primer tiempo fue un barullo entre dos equipos que se emplearon con más miedo que vergüenza, la segunda parte respondió al guion escrito en el marcador. A los reds nos les quedaba otra que volcarse sobre la portería contraria, sobre todo porque los Spurs les invitaron a ello, obsesionados con proteger su ventaja a cualquier precio.
Pero ni unos en su ataque desesperado, ni los otros en un par de contragolpes que desperdiciaron por su propia torpeza, consiguieron modificar el desenlace del partido, que se empezó a escribir al borde del descanso, cuando, de la forma más inesperada, el balón acabó en la red de la portería del United. A veces, las discusiones se resuelven con el argumento más peregrino. Anoche, un gol chungo decidió el pleito de dos históricos venidos a menos que buscaban un trofeo con el que cargarse de razones.
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