Bilbao pierde su gran oportunidad
Las limitaciones a la presencia de público malogran una cita millonaria y una impagable promoción internacional
La UEFA lo tenía claro: sin público, no hay Eurocopa. Y las condiciones que puso la pasada semana el Gobierno vasco para que pudiese ... entrar gente en San Mamés, aunque sólo fuese un 25% del aforo, eran tan exigentes que imposibilitaban de facto abrir sus puertas en junio. Desde entonces, la sede de Bilbao está en la cuerda floja. Y este viernes saltó por los aires. La decisión oficial se hará pública el lunes pero la ciudad ya puede despedirse el único gran evento que tenía en cartera. Una cita con la que hosteleros y hoteleros podrían resarcirse un poco del horror en el que viven, y que en términos de promoción internacional no tiene precio para una ciudad con vocación de abrirse al mundo. En fin, una noticia malísima.
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La historia tiene todos los ingredientes para hacerla explosiva: mezclar fútbol con política en un entorno pandémico. Que la Selección Española juegue en Bilbao siempre tiene su aquel por motivos evidentes, y cuando el gabinete del alcalde Azkuna logró traer la competición en 2014 ya suscitaba recelos dentro del propio PNV. Había quienes eran partidarios de pagar el peaje de que viniese La Roja porque la cita era buena para la ciudad, y quienes lo consideraban un precio demasiado alto en términos simbólicos. En EH Bildu no había dudas de que no se quería aquí una selección que no fuese la vasca, y a Elkarrekin Podemos tampoco le gustan grandes eventos como este. PSE y PP, por su parte, nunca tuvieron dudas sobre el potencial de la competición por el lado económico y de promoción, y también simbólico. Aunque los populares, en los últimos tiempos, venían mostrando su temor a que el PNV terminase maniobrando para quitarse de en medio una Eurocopa que, con las limitaciones pandémicas, ya no dejaría tantos millones en la ciudad como se había previsto.
Debate en el nacionalismo
El alcalde Juan Mari Aburto, y el concejal de Desarrollo Económico, Xabier Ochandiano, reiteraron hasta la saciedad en los últimos meses que no, que luchaban por mantener la sede y que Bilbao estaba comprometido al 100% con la Eurocopa incluso si se jugase sin público. Pero la semana pasada el Gobierno vasco hizo públicas las condiciones para que pudiese entrar la afición en San Mamés el próximo mes de junio: una tasa de incidencia de 40 casos por cien mil habitantes en los últimos 14 días en Euskadi y España (ahora son 466 y 213, respectivamente). También se requiere que el número de vacunados esté por encima del 60% (las previsiones más optimistas del Gobierno central apuntan a que en septiembre se alcanzará el 70%). La situación de los hospitales también debería ser excelente, la trazabilidad de los casos superior al 90%...
Estas exigencias se hicieron públicas el pasado miércoles y muy pocas personas sabrán a ciencia cierta qué peso tuvieron a la hora de determinarlas los dos factores en juego: la gestión prudente de la pandemia y las cortapisas a una competición que incomoda a buena parte del nacionalismo. Sea lo que sea, el mismo miércoles la Federación Española de Fútbol consideró inviable a Bilbao como sede de la Eurocopa. Primera luz roja. Luego llegó la visita de la gente de la UEFA a La Cartuja, en Sevilla, como posible alternativa a Bilbao. Segunda luz roja. Y este viernes el presidente de la Federación, Luis Rubiales, dijo que se dejará la piel para que la competición se quede en España, pero que en Bilbao «hay serias dificultades», y que La Cartuja es un lugar «magnífico». Se remite a lo que diga la UEFA el lunes, igual que todas las administraciones. Pero, al mismo tiempo, todo el mundo asume que el sueño ha terminado para San Mamés. En realidad, de puertas para dentro hace tiempo que se veía venir.
Bilbao pierde así uno de esos trenes que sólo pasan una vez. Es, por supuesto, una mala noticia para la hostelería y los hoteles porque, incluso con todas las restricciones en vigor, la competición traería movimiento y actividad. Pero también lo es, en general, para una ciudad con vocación internacional, que lucha por abrirse al mundo, por atraer eventos; para una ciudad con semejantes aspiraciones, perder un escaparate de esa dimensión es una catástrofe.
¿Qué ha perdido Bilbao? En un principio, el Ayuntamiento había cifrado el impacto económico directo en 70 millones de euros. Era 2014 cuando la ciudad logró el hito de acoger la competición y aquello se celebró como una lotería. Algunas administraciones vascas elevaban el impacto a los cien millones. Se esperaba la llegada de 300.000 visitantes. Para hacer estos cálculos se tenía en cuenta entonces otras citas parecidas. Por ejemplo, el Mundial de Baloncesto había reportado unos ingresos de 24 millones sólo por la llegada de visitantes. Y en el Consistorio barruntaban que la Eurocopa podría tener una potencia incluso cuatro veces mayor. Más recientemente, justo antes de llegar el virus, el concejal Ochandiano, hablaba de 84 millones.
Distintos escenarios
Por supuesto, en la situación actual, con las limitaciones pandémicas, no se iba a llegar a esas cantidades. Fuentes municipales admiten que no hay ahora ningún estudio sobre el impacto económico de la competición en los distintos escenarios, pero muy mal se tendría que dar para no lograr cubrir los 3,5 millones que invierten las administraciones vascas: dos el Ayuntamiento, y otro millón y medio al 50% entre la Diputación y el Gobierno vasco. En términos de rentabilidad las cuentas parecen fáciles. Queda por ver qué va a pasar con los 1,27 millones que ya se ha gastado el Ayuntamiento en trabajos previos que no ha especificado. Y si la administración local podría reclamar judicialmente a la UEFA alguna cantidad por llevarse la competición a Sevilla.
Volviendo a lo que se pierde Bilbao al quedarse sin la Eurocopa, hay que insistir en lo de la proyección internacional. Esto es quizás lo más importante. La estrategia de ciudad es ganar notoriedad, y eso se hace atrayendo grandes eventos. Son un fin en sí mismo, sí. Pero también un medio, un escaparate. Por eso Bilbao y Bizkaia han echado el resto los últimos años acogiendo citas como las finales de rugby, los MTV, los 50 Best Restaurants... Cuanto más conocida es una ciudad más posibilidades tiene de atraer inversiones, más atractiva es para organizar congresos... También habrá más jóvenes que quieran venir a estudiar aquí, y no hay que olvidar que la ciudad quiere ser un polo universitario, paso esencial para rejuvenecer a una población muy envejecida.
Pues bien, la Eurocopa hubiese sido un escaparate imponente. La última cita, en Francia en 2016, contó con una audiencia televisiva de 2.000 millones de espectadores, lo que supone, de media, 111 millones por partido. Y no solo en Europa. En China hubo encuentros que alcanzaron los 15,7 millones. Entonces, 130 operadores de televisión a lo largo y ancho del planeta ofrecieron el torneo, por cuyos derechos pagaron 1.050 millones.
Esto, previsiblemente, no lo hubiese limitado la pandemia. Bilbao habría entrado en los hogares de cientos de millones de personas en todo el planeta. Así va calando una marca, un nombre, una ciudad. Será muy difícil encontrar una plataforma que reporte tanta visibilidad justo cuando más se necesita.
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