El destino del fútbol
Que personajes como Florentino Pérez, Andrea Agnelli o Joel Glazer suspiren por la Superliga europea y lleven años trabajando en ella es algo natural. A ... nadie debería sorprenderle. Son grandes empresarios que velan por sus intereses y quieren protegerlos de cualquier imponderable. Y, claro, el fútbol no deja de ser, en sí mismo, un maravilloso imponderable. ¿Qué hacer contra ello? ¿Cómo lograr que un caprichoso balón rebotando en un larguero no nos cueste una millonada, o que un heroico equipo de barrio no se nos suba a las barbas y nos prive de un dineral? Pues fabricando, desde la misma base moral que el niño rico que, cuando va perdiendo un partido, se lleva el balón a su casa y deja a los demás sin jugar, una Liga exclusiva de clubes millonarios.
Esto no puede sorprender a nadie, insisto. Dejemos correr un poco la imaginación. ¿Cómo estarán siendo las digestiones de Andrea Agnelli pensando que, entre el Atalanta y el Nápoles, le pueden dejar sin Champions? O qué decir de Joe Lewis, el magnate británico propietario del Tottenham. El hombre vive en su propio barco en las Bahamas y, cada vez que ve a su club fuera de puestos europeos, supongo que le entran ganas de lanzar a alguien a los tiburones. El caso de Stan Kroenke, el multimillonario estadounidense dueño del Arsenal, tal vez sea diferente. Siendo a la vez propietario de los Ángeles Rams (fútbol americano), los Denver Nuggets (baloncesto), los Colorado Avalanche (hockey sobre hielo) y los Colorado Mammoth (lacrosse) es probable que el hombre esté hecho un lío incluso con las reglas del juego. Ahora bien, lo que ese señor multideportivo no aceptará bajo ningún concepto es que su club pueda quedar fuera de las mejores competiciones simplemente por la minucia de que no se lo ha merecido.
Hay otras dos cuestiones que no deberían sorprendernos. La primera es que este movimiento de Florentino, Agnelli y compañía no sea todavía algo inminente -la UEFA no deja de ser muy fuerte y amenaza con medidas realmente duras- sino una nueva vuelta de tuerca en su constante presión hacia el máximo organismo del fútbol europeo. Ahora le exigirán más puestos fijos para la Champions en las grandes ligas en detrimento de las menores, más dinero por partido, la reserva de algunas plazas libres por coeficiente histórico para equipos que no hayan hecho los deberes en su Liga, como podría ser la Juventus esta temporada... Cosas así. La segunda cuestión que cabía esperar es que los impulsores de la Liga europea proclamen a los cuatro vientos que su iniciativa es un clamor de sus aficiones. Esta gente, ya se sabe, todo lo hace por nuestro bien.
Estos grandes empresarios del fútbol quieren cosas incompatibles
Que nadie haya escuchado ese clamor no importa. Su objetivo ahora será que empiece a escucharse y aquí va a estar la clave de esta historia en la que está en juego el destino del fútbol. Los aficionados de los grandes clubes europeos tendrán la última palabra. No deben escudarse en que no son los propietarios porque su fuerza es invencible. Serán ellos quienes acabarán decidiendo si quieren que el mejor fútbol profesional se convierta en una competición cerrada de franquicias multimillonarias, al estilo de las ligas norteamericanas, o lo que ha sido hasta la fecha. Porque ambas cosas a la vez, como pretenden estos empresarios insaciables, son incompatibles. Sería como aceptar la desigualdad de derechos; a otro nivel, como reventar la democracia misma aceptando el gobierno de una aristocracia.
Tarde o temprano, millones de hinchas en todo el mundo van a ser interpelados. Exageremos un poco y pensemos en Fausto y Mefistófeles. Los propietarios de sus clubes van a prometerles un futuro de vino y rosas, una especie de vida eterna futbolística dentro de un círculo cerrado de privilegiados a quienes sólo les faltará protegerse de los pobres con alambradas electrificadas. No tendrán que pasar apuros ni fuertes desengaños, no correrán peligro, su dinero estará asegurado, no sentirán nunca el aliento cortante del descenso, ni sufrirán emboscadas de bandoleros en campos de tercera. Deberán decidir si quieren esa vida y, por supuesto, luego ser consecuentes. Si es que pueden. Lo digo pensando, por ejemplo, en el Atlético de Madrid y su orgullo de equipo de pueblo con himno de Joaquín Sabina.
Gary Neville, leyenda del United y ahora comentarista de televisión, se ha pronunciado al respecto con una indignación conmovedora. Ha denunciado a los «impostores avariciosos», entre ellos el propietario del club de su vida, que quieren destruir el alma del fútbol. Y se ha referido, interpelándola en lo más profundo de sus sentimientos, a la afición del Liverpool, el viejo rival. En concreto, a su famoso 'You´ll never walk alone'. Ciertamente, no sería fácil encontrar acomodo a ese himno en la futura Liga europea. Al menos, acomodo moral. ¿Cómo vas a caminar solo si te has comprado la compañía?
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