Estamos viviendo un tiempo en las competiciones futbolísticas en el que se suceden las declaraciones polémicas, casi siempre quejosas y zahirientes, fundamentadas las menos y ... excesivas las más, caracterizadas éstas por la falta de mesura y la burda parcialidad, cuando no ayunas de un mínimo respeto al adversario. Simultáneamente, también se observa un forzado silencio en casos donde se entendería más el levantar la voz ante situaciones y decisiones que no por añejas resultan menos sorprendentes. O sea, unos hablan de más, se quejan de vicio y sin filtro, y otros tienen que callar por miedo al castigo a sus palabras. Empecemos por los desheredados, y acabaremos por los rebeldes sin causa y sin formas.
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Permítaseme una breve digresión familiar. Corrían los años 50 y mi aita navegaba como barman en el Covadonga, que atracaba con frecuencia en Nueva York. En sus muelles el trasatlántico coincidiría con el rodaje de una mítica película, y un día algunos de sus actores se presentaron en el ambigú del barco y mi padre les preparó y sirvió unos 'daiquiris', nada menos que al gran Marlon Brando y a Karl Malden, inseparables y aclamados en el oscarizado film de Elia Kazan. Este peliculón se llamaría en español 'La ley del silencio', pues narraba el terror infringido entre los necesitados estibadores por la mafia del puerto acaparadora del negocio, y cómo acababan quienes la denunciaban.
No es por comparar, pero en el fútbol español manda de alguna manera la ley del silencio. Y negro sobre blanco: el artículo 106 del código disciplinario de la RFEF castiga con sanciones de hasta 3.005,06 euros y suspensión de cuatro a doce partidos, a los futbolistas, técnicos, directivos o clubes que realicen declaraciones cuestionando la honradez o la mera imparcialidad de cualquier miembro del colectivo arbitral o de los órganos de la federación.
Por ello Gaizka Garitano, entrenador del Almería, colista de la Liga y próximo rival del Athletic, tuvo que contenerse ante el escarnio vivido en el Bernabéu. Porque no, no se puede cuestionar la imparcialidad de los árbitros ni de los órganos rectores del fútbol. Sabes lo que te espera vigente la ley del silencio, no para los estibadores de Elia Kazan sino para los actores de nuestro bendito balompié.
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Por otro lado tenemos a todo un Barcelona, cuyo presidente y entrenador se sienten objeto de una «competición adulterada». Así, como suena. Sin anestesia, y (por el momento) con amnistía, porque todavía no parece hayan actuado los comités en base a ese cuestionamiento generalizado de jueces y organización. Por ello intentarían compensar la cosa contratando sin contrato al vicepresidente de los árbitros durante sus largos 18 años de mandato. Seguramente para evitar el adulteramiento ajeno, que achacan al eterno rival blanco, compañero del alma en la elitista superliga pero personado enfrente en el caso Negreira, por si acaso.
Para completar el panorama está el Atlético (cuyo nombre lo sabemos todos, y más los padres de la criatura, aunque ésta no recuerde el de su progenitor), con presidente y técnico dedicados a mostrar sus malos modales por un quítame allá dos días más de descanso, con memoria selectiva. Formas lamentables que repite una y otra vez el entrenador mejor pagado del mundo, con desplantes extensibles a los medios y con tanganas en el verde, donde lo mismo le vale pisar un muslo que montar un pollo. Arrieritos que, como bien contestó el presidente del «Bilbao», siempre se han encontrado, y se volverán a encontrar el próximo 29 bisiesto.
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Se trata de que hable el césped, sin marrullerías, ya que parece que no siempre se expresa, qué se va a hacer, a favor del poder presupuestario y de las selecciones mundiales frente al 'rival' ese de los once aldeanos. Pero esa será otra historia. Mientras, que todos se manifiesten sin miedo, con razón o sin ella, pero, por favor, con un poco de ponderación, de educación y de respeto.
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