Dopaje, amaños, yeso en guantes de boxeo o una maratón en metro... Cuando el 'juego limpio' no lo es tanto

Cabe llevarse las manos a la cabeza. ¡Cómo ha podido pasar algo así en un juego cuyos participantes se someten a escáneres electrónicos y análisis térmicos! Lo cierto es que esta vez la polémica ha salpicado al ajedrez, pero innumerables son ya los casos en los que deportistas han decidido pasarse la ética, dicho quizás de una forma un tanto brusca, por el arco del triunfo. Dopaje, partidos amañados, yeso en guantes de boxeo, una maratón en transporte público o una discapacidad que no lo es tanto. La archiconocida 'mano de Dios' merecería un capítulo aparte. Si algo ha demostrado la historia es que el 'juego limpio' no es siempre tan limpio.

Sin detenernos en el amaño de partidos, han sido muchas las trampas que se han hecho en el mundo del fútbol, pero quizás la más conocida sea la 'mano de Dios'. Ocurrió el 22 de junio de 1986. Diego Armando Maradona marcó el gol más famoso. No por su espectacularidad, sino porque para que el balón entrara en la red usó su mano. Fue el primer tanto de Argentina ante Inglaterra, que finalmente se alzaría con la victoria por 2 a 1. Los ingleses protestaron todo lo que pudieron y más, pero el árbitro dijo no haber visto nada y convalidó el tanto del 'Pelusa'. Maradona, por si acaso, no dijo nada.

Al famoso ciclista estadounidense le despojaron de sus 7 Tours de Francia (1999-2005) cuando en 2012 la Agencia Estadounidense Antidopaje le condenó por dopaje. Perdió sus títulos deportivos y manchó su imagen como icono de la lucha contra el cáncer, la enfermedad de la que salió para ser el mejor ciclista de su era. «No voy a mentir, probablemente tenía 21 años. Comencé a tomar cortisona durante mi primera temporada como profesional, en 1992, un curso antes de ganar el Mundial», confesó en 2020 en un documental sobre su vida. Sin embargo, no es la única trampa de la carrera de Armstrong: en 2021 se le acusó de haber corrido con pequeños motores en sus bicicletas.

En 1980, Rosie Ruiz, neoyorquina de origen cubano, se convirtió en la inesperada estrella del maratón de Boston: cruzó la meta en dos horas, 31 minutos y 56 segundos, un tiempo espléndido, y ni siquiera parecía sudada. Tal vez había corrido más rápido de lo que puede percibir el ojo, porque ningún espectador recordaba haberla visto pasar, y finalmente se descubrió que se había incorporado a la carrera en la última media milla. Al parecer, había hecho el recorrido en metro, el mismo sistema que había utilizado en el maratón de Nueva York para ganarse la clasificación.

No ha sido el de Rosie el único caso. En 1991, en Bruselas, se dio la excepcional circunstancia de que el ganador del maratón tomó la salida con bigote, pero llegó a la meta sin él: ese pequeño detalle delató a Abbes Tehami, que había dejado a su entrenador hacer la mitad del recorrido en su lugar. Un antecedente ilustre de estos dos fenómenos del atletismo virtual fue Fred Lorz, campeón olímpico de maratón en 1904: como los primeros catorce kilómetros le habían dejado hecho polvo, su entrenador le recogió en su coche y le llevó durante los diecisiete siguientes, pero el vehículo se averió y Lorz tuvo que apearse y seguir zapateando hasta la meta.

El 16 de junio de 1983, Luis Resto, boxeador puertorriqueño -se mudó a los 9 años a Nueva York con su madre-, protagonizó otro de los escándalos que más se recuerdan en Estados Unidos. Durante un combate en el Madison contra Billy Collins provocó a este heridas tan exageradas para ser un peso ligero que se decidió investigar. Los guantes fueron sometidos a pruebas en el laboratorio de la Academia de Policía del Estado de Nueva York, en Newburgh. Allí se constató que, a través de pequeños agujeros hechos en el forro interior, había sido retirado el 50 por ciento del relleno de dos onzas (56,7 gramos) de acolchado de crin que debían tener. El efecto de la manipulación era evidente: a menor cantidad de acolchado, mayor potencia de los impactos. Resto había peleado con un vendaje reforzado con yeso en sus guantes.

Hay trampas y trampas. Y lo que la patinadora Tonya Harding hizo en 1994 fue más bien un delito. Nancy Kerrigan y ella eran consideradas dos de las mejores patinadoras artísticas de finales de los 80 y principios de los 90. Pero su rivalidad llegó a superar todo límite. El marido y guardaespaldas de Tonya encargó a un matón que le partiera una pierna a Nancy y la alejara de la disciplina por mucho tiempo y ya de paso, le llevara a vencer en el campeonato nacional de 1994, lo que sucedió. Tonya, pese a que se quedó con el privilegio de ser la mejor, fue suspendida de por vida tras confirmarse los hechos.

Dicen que el golf es un deporte de caballeros, pero al jugador escocés David Robertson se le debió de olvidar. Rue suspendido 20 años del circuito profesional y tuvo que pagar una multa de 5.000 libras esterlinas por adelantar la posición de su bola durante la disputa del Open Británico de golf de 1985. Robertson se adelantaba a sus rivales para llegar al green y acercar su bola al hoyo. En el número 14, los otros golfistas lo descubrieron e informaron al árbitro. Finalmente, Robertson fue descalificado y suspendido.

Su espectacular victoria y récord del mundo en la final de los 100 metros de los Juegos Olímpicos de Seúl ´88 fue una de las grandes imágenes de aquella cita. 9,79, con el dedo levantado al cruzar la meta, y su gran rival, Carl Lewis, humillado ante el canadiense volador. Sin embargo, la gloria le duró poco. En las muestras de la orina de Johnson se encontraron restos de estanozolol y fue descalificado tres días más tarde. Su sanción otorgó la medalla de oro a Carl Lewis, la plata a Linford Christie y el bronce a Calvin Smith, perdió el récord del mundo y la IAAF le sancionó con dos años de inhabilitación, mientras que el ministro de Deportes de Canadá, Jean Charest, le sancionó a perpetuidad.

El ruso Boris Onischenko pasó a la historia por hacer trampa en los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976. En el esgrima, cuando se toca al competidor con la punta de la espada se enciende una luz señalando que se ha ganado el combate. Onischenko venció a uno de los competidores británicos, que dijo que en ningún momento había sido tocado por la espada del ruso. Ahí quedó la cosa. Pero en su siguiente combate, ante otro competidor del mismo país sucedió lo mismo. Inmediatamente, la delegación inglesa presentó una queja, por lo que se examinó la espada del ruso y se descubrió que tenía un interruptor que al ser pulsado registraba un «toque» al contrincante aun cuando no hubiera hecho contacto con el mismo. Onischenko fue expulsado del evento e incluso la Federación Soviética de lo separó del equipo y lo retiró de la Villa Olímpica.

Un gran episodio de vergüenza deportiva fue el protagonizado por la Real Federación Española de Deportes para Discapacitados Intelectuales. Ocurrió durante los Juegos Paralímpicos de Sidney de 2000, cuando el equipo de baloncesto español, que se hizo con el oro, resultó ser un fraude: ninguno de los componentes, excepto dos, tenía discapacidad intelectual.

El de Dora Ratjen es un caso peculiar. Para los Juegos de Berlín 1936, en plena Alemania nazi, Dora Ratjen, de 17 años, quedó cuarta en salto de altura. Pero sería dos años más tarde cuando llegaría su gran momento. En el Europeo de Viena se elevó 1,70 metros del suelo, un récord mundial. Pero en el tren que la llevaba de vuelta a Colonia, la historia cambió. El revisor tomó a aquella mujer grande y musculosa por un travesti y avisó a un oficial de las SS. Le pidieron la documentación. Su tarjeta de identidad la presentaba como mujer, y en su equipaje llevaba la medalla de oro ganada. Aquello no fue convincente y los médicos nazis le sometieron a un examen físico que concluyó que Ratjen era un hombre.

Sus marcas, récords y trofeos fueron anulados, incluidos la marca olímpica y el oro de Viena. A principios de 1939 la corte del distrito de Bremen decidió que a partir de ese momento comenzase a vivir como un hombre: Heinrich Ratjen. En unas declaraciones a la revista 'Time' en 1966, Heinrich declaró: «Siempre he sido hombre, pero el régimen nazi, obsesionado con ganar una medalla, me obligó a competir como mujer».