Herrada riega la transición del ciclismo español
Tras la victoria de Soler en Bilbao, el conquense gana en Cistierna con un ejercicio de paciencia en el sprint
El cambio climático recuerda a diario que el agua es un tesoro. Lo ha sido siempre. La séptima etapa de la Vuelta acababa en Cistierna, a orillas del río Esla. Su nombre viene de 'cisterna'. El lugar donde se guarda el agua. Eso, algo que beber, pedía entre lágrimas el conquense Jesús Herrada justo después de su victoria en esta jornada que antes había pasado por Riaño, por el embalse que inundó las aldeas de ese valle. Para aquellos vecinos, el agua que necesitaban otros para los regadíos fue su verdugo. Eran pocos y perdieron la guerra contra el progreso. Herrada, en cambio, resistió con sus colegas de fuga. Y los batió en un sprint sin fuerzas. De ganas. De luchar contra todos. Remontó a Wright y no se dejó sobrepasar por Battistella. No era el favorito y supo resolver. «Íbamos todos muy justos. Tenía que esperar al final, aguantar...». Diana. Paciente tirador. Soler había acabado en Bilbao con la sequía de victorias del ciclismo español en las grandes vueltas y Herrada volvió a regar en Cistierna. Agua. Bendita.
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Cuando ya asumieron la condena y vieron que el pueblo iba a quedar inundado por el nuevo embalse, algunos de los habitantes de Riaño guardaron para siempre las llaves de unas casas a las que nunca iban a volver. Desterrados. Con la memoria ahogada. Don Manuel, el párroco en 1987, le entregó la llave de la iglesia a uno de los guardias civiles, Jesús López, que vigilaba los derribos. El agente no olvidó nunca aquella mirada desesperada de los 'exiliados' de Riaño. Guardó la llave en un cajón. Y en la conciencia. En 2019 regresó al otro Riaño, levantado a orillas del pantano, para devolverle la llave a don Javier, el nuevo cura. La conservan allí como un tesoro, como si fuera capaz de abrir la puerta de los recuerdos sumergidos hace tanto ya.
A cada ciclista le dan una llave de esas. Cada día. Pero sólo uno tiene la buena, la que entra en la ranura de la meta. Tras la niebla del jueves que tanto aclaró la Vuelta y que lanzó las expectativas de Remco Evenepoel (primer líder que resiste más de un día), Enric Mas y Juan Ayuso, la séptima etapa partió con dos corredores menos, Vendrame y Hanninen, víctimas del persistente covid. No les dieron llave. En cambio, un grupo de seis sacó las suyas a pasear. Montaron una fuga 30 kilómetros más allá de la salida en Camargo. Eran seis buenos cerrajeros: Fred Wright, Jesús Herrada, Omer Goldstein, Harry Sweeny, Jimmy Janssens y el italiano Samuele Battistella, que fue campeón del mundo sub'23.
Juntos remaron hacia un viejo y largo puerto, San Glorio, sin apenas historia en la carrera. Sólo se había subido en 2014. Luis León Sánchez lo coronó en aquella Vuelta. En esta ocasión fue Jesús Herrada el primero tras los 23 kilómetros de esta ascensión que une Cantabria con León. Faltaban aún 65 kilómetros hasta la meta de Cistierna, pero a la escapada le anunciaban su final. Del pelotón tiraban el BikeEchange y, sobre todo, el Trek de Mads Pedersen, dueño de una llave que casi abrió la metas de Utrecht, Breda y Laguardia. Tres veces segundo. «Quiero ganar ya», repetía.
El Trek no puede
El Trek tenía un doble trabajo en San Glorio: acercarse a los fugados y ahogar a futuros rivales en el sprint como Sam Bennett. La escuadra de Pedersen no atinó con el ritmo justo para alcanzar esas dos metas. No se arrimó lo suficiente a la fuga y, aunque relegó a Bennett, no lo ejecutó. El irlandés enlazó antes de llegar al embalse de Riaño, frente al Pico Gilbo, el 'Cervino leonés'. Postal. Que Bennett saliera a flote en el pantano hizo desistir al Trek. Ese parón dio vida a la supuestamente sentenciada fuga. Tenían dos minutos que defender en 20 kilómetros. Unos pocos resistentes frente al mundo. Riaño frente al progreso. Se repetía la historia.
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Del pelotón tiraban el Arkea de McLay, el BikeEchange de Groves y el Bora de Bennett. No bastó. La fuga, que ya era de cinco por la baja de Goldstein, clavó sus cinco pares de ojos en Cistierna. Agua. Por una vez, la balanza se inclinó hacia los que eran menos. Hasta el viento les favoreció. La persecución había agotado más a los perseguidores. Claudicaron. La meta era para los cinco. Cinco números en el llavero. Y de ellos el que mejor resolvió ese sprint fue Herrada. Esperó lo justo. Halló la combinación de la cerradura. Rentabilizó la precipitación de Wright y la tardanza en arrancar de Battistella. Su llave abrió Cistierna.
Nada más cruzar la puerta se sentó. A llorar. Le abrazó su hermano José, también ciclista del Cofidis. Jesús ya había ganado una etapa en la Vuelta'19. Pero esta vez se emocionó más. «Ha sido un día tan duro... Confiaba en mi punta de velocidad», declaró. Campeón de España juvenil y profesional, el conquense no ha cumplido las expectativas levantadas alrededor de su figura. Ahora, veterano con 32 años, riega con su triunfo el campo en barbecho del ciclismo español a la espera de la generación que ya está aquí, la de Juan Ayuso y Carlos Rodríguez. De ellos es la llave para ingresar en el futuro.