Las cicatrices curadas de Joseba Beloki en La Vuelta
«Le tengo una cierta simpatía», dice el alavés, que perdió la carrera de 2001 de camino a Pal, final en alto de hoy, y se sacó «un poquito la espinita» con el podio del año siguiente
Los parques de atracciones delimitan lo mejor y lo peor de la relación de Joseba Beloki (Lazkao, 1973) con La Vuelta. De las montañas rusas ... de PortAventura a las de la Warner. De la primera salió mareado, sin fuerzas, y abandonó en la edición de 2001. La adrenalina de la segunda, un año más tarde, le brindó una gran tarde, un podio. Estaba en lo alto, aunque el infortunio le volvería a tirar para abajo.
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«He tenido momentos malos y momentos menos buenos, por no decir horribles», recalca el alavés sin atisbo de rabia con La Vuelta, la que fue su primera grande en 1999. «No hice absolutamente nada con un problema de tendón de Aquiles». Despegó al año siguiente en el Tour, donde logró sus mejores resultados. Tres veces podio. También su mayor varapalo. Esa curva de la Rochelle que tantas veces ha visualizado desde 2003 y que le dejó mermado para el resto de una trayectoria que en Andorra vivió otro episodio amargo.
Año 2001. Beloki llega de líder, de oro, a la etapa con final en Pal, misma meta que hoy. 153 kilómetros salpimentados con seis puertos. Al coronar el tercero, el Col de Puymorens, el ciclista de la ONCE se empieza a sentir vacío. «Iba bastante tocado». Banesto lo sabía y se lanzó para abajo en favor del Chava. Eran poco más de dos kilómetros antes de empezar el puerto de Envalira. Antes del desfallecimiento del alavés. «Me abrí a las primeras de cambio. Cuando tuve que cambiar de desarrollo, ya no podía y me abrí sin más».
Clavado. Con la vista nublada, y casi sin poder hablar. Síntoma de pájara. Pero no. Estaba infectado. Un fatídico virus que arrastraba desde tres días antes. «Supuestamente me puse malo en el traslado entre Zaragoza y Barcelona. El día de descanso me levanté pachuchillo, con algo de fiebre y demás». Al siguiente día llegaba el primero de los tres test de los Pirineos, en La Molina. Lo aprobó. «Salvé porque no se arrancó». Con el segundo ya no pudo. El Banesto fue a pillar. «MI equipo me esperó al completo, aunque yo creo que Sastre tendría que haber tirado para delante, y fuimos en comparsa hasta Pal».
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Perdió 20 minutos y se echó a llorar. «Cómo no voy a llorar si ganar esta Vuelta era la ilusión más grande de mi vida. Cómo no voy a llorar si no voy a poder devolverle a mi equipo todo lo que me han dado. Eso es lo que más me ha dolido», se afligía entonces. «Era la edición que mejor me venía por el recorrido, llegaba muy bien y al final fallé yo y ya está. En PortAventura me mandaron para casa. Una faena», lamenta ahora. A las pocas semanas, ayudó a Freire a ganar el Mundial en Lisboa, ya recuperado.
Una apuesta arriesgada
Nunca tuvo recelos en volver a Pal. «Es el inicio del puerto de Cabús, el más bonito de Andorra con diferencia. La colocación es fácil, con buena carretera, pero, salvo los últimos dos kilómetros, los otros cinco se pegan bastante al riñón», analiza sobre su sepultura en aquella Vuelta. Al año siguiente se volvió a vestir de oro tras la crono por equipos y encontró el merecido premio en la contrarreloj final. «Arranqué cuarto y salimos a intentar hacer segundos y desbancar a Sevilla y Heras. Y arriesgamos con una rueda delantera lenticular, que prácticamente fui incapaz de sujetarla».
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Le temblaba el manillar bajando 80 kilómetros hora de la Warner. Luego Sevilla pinchó y «perdió un poquito ya los nervios». El tercer cajón era suyo. «Por lo menos estuve en el podio del Bernabéu, que para mí es otra de las satisfacciones y me quité un poquito la espinita del 2001». Tras la caída del Tour, volvió «a otro nivel» para ayudar a Heras en 2005 y dejó paso a otros, como Igor Antón.
El vizcaíno es el último vencedor en Pal, en 2010, antes de que la montaña rusa del ciclismo le tirara también para abajo, contra el asfalto. A Beloki le faltó esa victoria parcial. «Cuando me pongo líder en la Cruz de la Demanda le dimos el beneplácito al Chava porque no nos importaba para la general. Esa se me quedó un poco ahí, como la de La Mongie con Armstrong. Pero si vas a por las generales, era y es muy difícil. Nadar y guardar la ropa es complicado», concluye.
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