Simon Yates aparta a Pello Bilbao de la victoria en el Tour
El vizcaíno acaba segundo tras el británico en Bagneres de Bigorre, donde los favoritos se guardan para la 'crono' de Pau
«¡Que sea la última vez que me gritas así!». Pello Bilbao, chico educado, que ni altera la voz ni entra en cólera, se ... dirigió así al austríaco Gregor Muhlberger, que no dejaba de recriminarle en la meta. «Qué quería, que me abriera en la curva para dejarle pasar». De eso nada.
Los tres de la fuga, Pello, Muhlberger y Simon Yates, sabían que el que abriera primero ese giro final que daba a la pancarta de Bagneres de Bigorre tenía casi ganada la etapa. El vizcaíno y el austríaco eran los más rápidos. Pero tras un día en los Pirineos, con el desgaste al que obligan las subidas al Peyresourde y la Hourquette d'Ancizan, la velocidad cuenta menos. El Tour es para los que resisten. Pello y Muhlberger no dejaban de mirarse de costado. Cuellos girados. Gestos cruzados. En cambio, Yates sólo miraba hacia delante. El británico aprovechó la vigilancia de los otros dos, anudados en ese juego táctico, y entró en la curva de golpe. Dio un portazo. Camino cerrado. Ocupó el mejor sitio. Y dijo a pedales que no allí ya no entraba nadie más. La victoria era suya. Pello Bilbao inició la remontada, pero apenas le sostenían las piernas. Terminó segundo. Aunque firme. Le pueden ganar, pero no chillar.
Mientras a Yates, ganador de la pasada Vuelta a España, le entregaban los premios y la flores apareció el pelotón, nueve minutos después. «Hoy nos hemos dedicado a guardar y guardar fuerzas para los tres días que vienen, la contrarreloj y los dos finales en alto», declaró Mikel Landa. Lo mismo dijeron el resto, Thomas, Bernal, Kruijswijk, Mas, Adam Yates, Quintana, Pinot, Fuglsang, Porte... Entre los que coronan la clasificación general el más feliz era Alaphilippe, un día más líder del Tour, otra jornada edificando su estatua como mito popular en Francia. En la contrarreloj de Pau, de 27 kilómetros, defenderá 1 minutoy 12 segundos sobre Thomas, el especialista en sacarle rendimiento a las manecillas del reloj. El corredor galo no regalará su maillot amarillo. Lo defenderá con todo. En el ciclismo, los neumáticos se llaman tubulares, que en francés son 'boyaux', sinónimo de tripas. Alaphilippe pedalerá hasta con los intestinos. Es lo que aquí esperan de él.
Expectativas. Muchas veces no se cumplen. Como en esta tapa, malgastada por los que pretenden revolucionar el Tour. Prefirieron hacer cálculos para los tres decisivos días que vienen. Entre esas cuentas se perdió un buen recorrido para probar al Ineos de Thomas y Bernal. «Todos hemos corrido hoy con la cabeza pensando en la contrarreloj. No se han subido los puertos muy rápido», reconoció Enric Mas. «Alaphilippe -su compañero en el Deceuninck- mantendrá en la 'crono' el liderato, seguro», pronosticó. Francia le aplaudió. En la 'crono' de Pau, el 19 de julio, se cumplen justo cien años del nacimiento del maillot amarillo, el 19 de julio de 1919. Entonces lo vistió el francés Eugene Christophe. Un siglo después, Alaphilippe defenderá esa bandera.
Las dos primeras horas de la etapa corrieron tanto, a 45 kilómetros por hora, que partieron en dos el pelotón. En el vagón de la fuga entraron 40 ciclistas. A rebosar de dorsales e intenciones: Sagan, Clarke, Van Avermaet, Simon Yates, Teuns, Wellens, Trentin, Muhlberger, Cortina, Erviti... y Pello Bilbao. El corredor vizcaíno ha vivido camuflado la primera mitad del Tour. Eso le ordenaron. Ocultarse para emerger a la superficie cuando comenzara el oleaje de la montaña. Eso ha hecho. El inicio trepidante de la primera etapa de los Pirineos, previa a la contrarreloj de Pau, había soltado el freno. Como Pello Bilbao. Como si la Grande Boucle emperaza en ese momento.
En el mismo Tour caben muchas maneras de verlo por dentro. La de los favoritos, que eligieron dejar la batalla para más adelante. La de Pello Bilbao, debutante con 29 años y atinado cazador de etapas como demostró con dos triunfos en el pasado Giro. O la de Simon Yates, ganador de la última Vuelta a España, derrotado en el reciente Giro e invisible en este Tour. Yates sabe pasar página. No se entretiene con guerras que no puede ganar. En esta edición su meta era pelear una etapa. Salió a por esta y sacó billete en el vagón de la fuga. Arriba. En el zigzag de curvas que corona el Peyresourde dejó hacer a otros. A Calmejane, a Colbrelli. Yates no se altera. Se guardó para la Hourquette d'Ancizan. Ahí sí. Adoptó la postura del látigo. Zas. Zas. Sólo el austríaco Muhlberger se pegó a su rueda. A veinte metros, Pello Bilbao ponía dolor donde no llegaba el músculo. Y esa agonía le premió en los primeros giros del descenso hacia la meta. Enlazó. Ya era tres. Pero solo colgaba un botín de la pancarta de Bagneres de Bigorre.
El vizcaíno se notaba vacío. Lo había gastado casi todo. Eso se nota. «No podía ni ponerme de pie en la bici». Pero es un ciclista con buen olfato. De los que saben por dónde salta la pieza. Y estaba en esa curva final. Muhlberger le acosaba. Se colocó en paralelo al austríaco. Fue ahí, en ese instante en que el tiempo se detiene, cuando Yates acertó a meter la llave en la cerradura. Si querían batirle tendrían que remontarle, esto es, recorrer más metros. No pudieron. «Ha sido una pena. Ocasiones así no se presentan a menudo», lamentó Pello Bilbao, segundo al final. Fue a felicitar a Yates. Admitió la derrota. Pero no soportó las recriminaciones que le lanzaba Muhlberger, uno de los lanzadores de Sagan, en voz alta. El vizcaíno, sereno, le recordó uno de los principios del deporte: «Lo primero que tienes que aprender es a saber perder».
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