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Omar Fraile, a su llegada a meta.
Omar Fraile despega en el Tour

Omar Fraile despega en el Tour

El vizcaíno luce su puntería y gana a lo grande en el aeródromo de Mende, donde Landa paga su ataque y cede medio minuto

J. Gómez Peña

MENDE

Sábado, 21 de julio 2018, 18:40

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La vida abordo del pelotón está bien. Pero para ganar etapas hay que tirarse al agua. Omar Fraile salió del mar Cantábrico, de su puesto como remero en la trainera de Santurtzi, en 'la Sotera', para ser ciclista en tierra, en el mountain bike. El monte se le quedó pequeño y busco otro rumbo en la carretera. Desde entonces, desde que boga en el asfalto, no ha dejado de tirarse al agua. No le gusta la vida en el barco, rodeado de otros ciclistas. Por eso, en cada carrera se marca una o dos travesías fugado. Así ganó una etapa el año pasado en el Giro y así ha ganado ahora en el Tour de su debut. Omar Fraile viene del mar, de la tierra y echó a volar en el aeródromo de Mende, en la meseta volcánica del Macizo Central francés. Por tierra, mar y aire. El ciclismo tiene ya un nuevo francotirador. Donde pone la bala...

En Saint-Paul-Trois-Chateaux, punto de salida, hay una capilla dedicada a San Justo. En el Tour las etapas son para quienes las merecen. Omar acariciaba su bala. Algo le molestaba. Renegaba. «Demasiado viento. Va a haber nervios. Eso complicará que se haga la fuga», pensaba. El corredor vizcaíno estudia con lupa los recorridos de las carreras. Elige su etapa. Era esta, la de Mende, esa cuesta de tres kilómetros crueles. La conocía de sobra. Ha corrido por aquí. Y un cazador no olvida dónde pastan sus piezas. Fraile es un buen rastreador. Pero no está solo. De su especie hay más. Tras el viento que cortó un rato a Mikel Landa, llegó el turno de la escapada. A Fraile le habían dado fiesta en el Astana. Día libre. A remar.

Se tiró en plancha. Con él se largaron una treintena de corredores. Era el día nacional de Bélgica y en ese charco no había más que belgas, Van Avermaet, Stuyven, Gilbert, De Gendt..., más el peligroso Alaphilippe, Gorka Izagirre y el inquieto Sagan. A Omar Fraile el ciclismo le dio una segunda oportuidad cuando cerró el Euskaltel-Euskadi en 2013. Iba a estrenarse a lo grande y, de repente, estuvo en riesgo de ir a la cola del paro. El Caja Rural le rescató de ese hundimiento. El ciclista vizcaíno inicó ahí su marcha triunfal. Descubrió que su método era arremeter. Atacar. Ser valiente. Primero ganó la clasificación de la montaña en la Vuelta, luego una etapa en el Giro y ya está en el palmarés del Tour. A la primera. Camino de Mende, Fraile mojaba su bala con la punta de la lengua. La pólvora le alimenta.

Colocó su mira telescópica en la nuca de Alaphilippe, elmacho alfa de la manada. Un francotirador es un animal de sangre fría. Aguantó el pulso cuando en el duro y empinado trayecto previo a Mende se largaron Gorka Izagirre, el belga Stuyven y Slagter. Al antiguo remero de 'Sotera no le inquietó ese remolino. Dejó que otros perdieran los nervios, que dispararan a destiempo. Delante, ya solo resistía Stuyven, que iba para heredero de Cancellara y se ha quedado muy lejos. El belga llegó chupado al pueblo de Mende. El collar de la etapa la ahogaba. Y quedaban los tres kilómetros que trepaban al cielo, al aeródromo. Aunque el público subía el volumen de la cuesta, Omar se escuchaba a sí mismo. Alto y claro. El dedo en el gatillo, pase lo que pase. Vio a De Gendt saltar en el inicio del muro. Le echó un vistazo a Alaphilippe. Era el momento. Apuntó.

Por mucho que calcules, el instante del disparo es puro instinto. Y en situaciones así solo hay una bala. Alaphippe se contuvo y Fraile decidió soltar su proyectil. Detonación. Atrapó a De Gendt. Le dejó. Desencadenado como una tormenta en alta mar, vio al fondo a Stuyven con el agua al cuello. La marea le cubría. El belga subía con las ruedas semihundidas en el asfalto. Iba a naufragar. Fraile lo sabía. «Por la emisora me decían las diferencias, la que me llevaba Stuyven y la que yo le sacaba a Alaphilippe», contó. Los tres estaban en apenas cien metros. Los tres pedaleaban con ese sufrimiento máximo que te atraviesa el cuerpo. Y ahí fue Omar el que más lejos nadó. Cuando sentado notaba que iba a menos, se levantaba y apretaba los pedales hasta con las cejas. Todo sirve para flotar en plena asfixia.

Antes de la cima tumbó a Stuyven, que arrastaba su ancla. Miró atrás. La aleta de tiburón de Alaphilippe se acercaba. La banda sonora de la película 'Tiburón'. Omar no perdió el temple. Ya es un francotirador experto. Había escondido una bala en la recámara. «Tenía una marcha más por si me alcanzaba Alaphilippe», desveló. La sacó. Cruzó la cima con veinte metros de margen. De sobra. Al aeródromo se llega en bajada, en una cascada. «Sabía que ya no me iba a coger». Y comenzó a disfrutar su mayor éxito, un sueño que ni soñaba. Gracias a su puntería, la bala de Omar queda para siempre en la diana de Mende. «Primero en el Giro y ahora en el Tour. Sólo me falta la Vuelta», gritó entre abrazos. El cazador ya se ha fijado en su siguiente víctima.

A casi veinte minutos de Fraile, los favoritos atracaron en Mende. Venían rotos. Apareció primero Roglic, con 8 segundos sobre Froome, el líder Thomas y Dumoulin; con 18 sobre Quintana; con 22 sobre Bardet, y con 37 sobre Valverde y Landa, que fue el que aceleró la subida. El alavés atacó para probar quién resistía y fue él el primero en ceder. La espalda aún le tiene doblado. No le deja coger altura. Pero ni eso le impide ser como es: atrevido. De los que se tiran al agua incluso sin saber nadar. Como Omar Fraile, que a la primera ha escrito su nombre en la historia centenaria del Tour.

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