El helado de la Romeyère
Si hay un personaje peculiar en el historia del Tour, ese es Bahamontes, el escalador que arrollaba en las subidas y luego se paraba en la cima a esperar tranquilamente al pelotón
Con 'don Federico' nunca se sabe. Jesús Loroño, su enemigo declarado, le llamaba el 'pirao'. También le apodaban el 'lechuga'. Por su cuerpo, tan magro. ... Pellejo puro. Una fotografía del hambre de postguerra. Un tipo extravagante, contradictorio, un toledano del Barça en la época dorada del Real Madrid. Retador a veces, apocado otras. Individualista... Genial. Con él, nunca se sabía.
Publicidad
El mejor ciclista español de su época nunca ganó la Vuelta pero sí un Tour, el de 1959, el que sacó del aislamiento a la España cerrada a cal y canto por el franquismo. Aquel país que acababa de dejar el racionamiento y que sólo tenía como consuelo el gol de Zarra, los puñetazos de Uzcudun y alguna gesta del Real Madrid. En eso llego él, Federico Martín Bahamontes, y conquistó París. Ídolo nacional. El primer español. Cuatro años atrás había amenazado con nacionalizarse francés: como no le quisieron pagar por ir al Campeonato de España, se negó a participar. Le sancionaron. Y él dijo que se cambiaba de país. Su esposa, Fermina, sin que él lo supiera, pagó la multa y 'Fede' siguió de español. Con 'don Federico' nunca se sabe. Ni siquiera lo del nombre: en realidad le bautizaron como Alejandro. Lo de Federico fue empeño de un tío suyo.
La Guerra Civil, la de 1936, le pilló con ocho años. Había nacido en Val de Santo Domingo y pronto la familia se buscó el pan en Toledo. El padre, Julián, fue peón y mozo de estación. La madre, Victoria, era de todo: ama de casa y joven embarazada que pedaleaba cuesta arriba por las calles de Toledo para hacer el reparto. Alejandro fue ciclista sin saberlo, antes de nacer. Se instalaron en el cigarral, las huertas que rodean la ciudad. Comieron hambre. Al pequeño Alejandro casi lo mató el tifus. Era un crío enfermizo, enjuto, con piel de cobre y pelo ondulado. Entre fiebres y vómitos, le pidió a su padre una bicicleta. «'Pa' cuando me ponga bueno». Y Julián cumplió: apañó treinta duros y soltó a volar al que luego llamaron 'Águila de Toledo'.
«No vale para el deporte»
Sobre el triciclo de reparto, Alejandro cimentó sus piernas. Aquellas bicis se llamaban 'lecheras'. Llevaba eso, leche, hortalizas y cajas de naranjas picadas, a seis reales por envase. Sudando bajo el pañuelo de cuatro puntas. Al chaval le tiraba el fútbol, pero le animaron a correr en bici. Tenía cuerpo: 1,78 de alto y ni 58 kilos de fibra. En un reconocimiento médico, sin embargo, le dijeron que el tifus le había reducido los pulmones. Que no valía para el deporte, vamos. Ya. El caso es que, pese a la oposición de su padre, se presentó con su bicicleta sin rastrales (correas de los pedales) a la Toledo-Torrijos-Toledo. Acabó segundo. Fue el inicio. Mostró su estilo: subiendo a sacudidas, contoneándose, moviendo los hombros de izquierda a derecha.
Publicidad
A ese ritmo, luego vino todo. Sus triunfos, sus broncas. La rivalidad con Loroño o Julito Jiménez. El apoyo del gran director, de Dalmacio Langarica. Aquel debut en el Tour, en 1954, cuando le ganó la clasificación de la montaña al mismo Louison Bobet. También llegó en esa edición la escena que le define: cuando se detuvo en la cima de la Romeyère a tomar un helado mientras esperaba a los demás ciclistas. El mito. Torero. El alocado y único Bahamontes. Excesivo en el triunfo y en la derrota.
Así explicó aquel momento en su biografía: «Pasé a la ofensiva junto a Bobet, Malléac, Le Guilly, Schaer y Kubler. En el primer demarraje no conseguí dejarles, pero en el segundo ya sólo me aguantó Le Guilly, con el que pasé por la cima con una enorme diferencia. Arriba me paré bruscamente porque tenía una rueda con los radios rotos y descender así era peligroso. Decidí esperar al coche del equipo, que era el último de la caravana. Y me dio tiempo para ir a por un helado a un puesto. Todavía no dominaba el idioma y usé las manos para que me entendieran. Eran dos bolas de vainilla. Con tanto calor, aquello era el mayor placer del mundo».
Publicidad
Se retiró dos veces del Tour. Una, en 1957, porque el seleccionador, Luis Puig, le había puesto mal una inyección de calcio y le dolía el codo. Allí, acurrucado en la cuneta, le rogaron que se subiera a la bici. «Por España». No. «Por Fermina». No. «Por Franco». No. También abandonó en 1965. En su estilo más puro: se escapó, se escondió entre la maleza para que se volvieran locos en su caza y se marchó, como él dijo, «porque no cobraba». Dejó la bici y nunca volvió a subirse. «Para que no me ganara nadie». Las mil historias de Bahamontes, que ni siquiera se llama Federico.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión