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El sol del mediodía se entretiene castigando a Nimes. Los ciclistas se protegen bajo el aire acondicionado de los autobuses alineados junto a Las Arenas, ... el coliseo romano. Sudor y arena. Gladiadores. La luz rebota sobre el asfalto. El mercurio escala hasta los 40 grados. Tony Martin, alemán pálido, pedalea hasta el control de firmas con un chaleco refrigerante. Los auxiliares del Movistar han preparado 40 kilos de hielo y 400 botellines. A 50 por corredor. Mejor que no falte agua. Los 177 kilómetros que van y vuelven a Nimes se disputan sobre una sartén de asfalto. Ciclistas a la plancha. El primero en saltar al plato en el sprint de Nimes fue el australiano Caleb Ewan, el primer velocista que repite victoria. Ganó. Mala suerte. Le tocó, como al líder Alaphlippe, quedarse un rato más a tostarse en la ceremonia del achicharrado podio. Los demás, más veloces que el sprint, se largaron a los hoteles. La ducha, la sombra, el alivio del aire artificial. Agua. «Este calor pasa factura», resopla Mikel Landa, séptimo en la general. Otro trago de 'Fanta'.
A la espera de que los Alpes ordenen definitivamente el podio de este Tour tan igualado, los velocistas disfrutaron de su penúltima sesión. Tras Nimes sólo les quedará París. Amaneció uno de esos días en los que cualquier nube es tu amiga. Y no había ninguna. Los gregarios no iban a dar a basto con los botellines. Teunissen cargaba hielo para meterle cubitos a Groenewegen por el cuello. Ese escalofrío de alivio. Tan breve.
En el pelotón, casi anónimo, circulaba un viejo gladiador, el alemán André Greipel. Una mole de músculo. Ha ganado 156 carreras. Combates sobre la arena. Tiene en su palmarés once etapas del Tour. Sabe que con 37 años y sin pegada, será su última Grande Boucle. Se ha hecho viejo. Lo nota en la pérdida del «instinto». Lo confiesa. Ya no encuentra la salida en el laberinto que se monta en cada sprint. Frena. Con la edad se ha vuelto más prudente. Viejo león sin colmillos. Eso es el final. Sólo sigue adelante por una esperanza: «Que vuelva una vez más ese instinto». Solo una. No fue en Nimes.
Hay otros con menos edad y más hambre. Viviani, Sagan, Groenewegen, Ewan... Sus equipos concedieron muy poco margen a los cinco de la fuga, Ourselin, Wismiowski, Bak, Gougeard y el francés Rossetto, el escapado más habitual de este Tour. «Yo no me quejo del calor. Peor es la lluvia», replicó el galo del Cofidis. El quinteto no inquietó nunca al pelotón, que rodó veloz por el Pont du Gard, el pedazo más bello del acueducto que surtía de agua a Nimes en la época romana. Agua. Más botellines. De inquietar se encargó el viento en el tramo final, cuando la etapa regresaba a Las Arenas. El silbido del látigo. Al paso por un pueblo, sobre asfalto gastado, Fuglsang se fue directo contra las vallas. Clavado. Se quedó quieto. Algo no iba en una de sus manos, que se hinchaba. Ni intentó seguir. Una ambulancia le sacó del Tour. Un aspirante menos. No hay día inofensivo en el Tour. Esa baja libera a su gregarios en el Astana, Pello Bilbao, Omar Fraile, Gorka Izagirre y Luis León Sánchez, cuatro certeros buscadores de etapas.
Quintana tocó suelo algo más allá, ya cerca de Nimes. Quedó cortado. Sólo su compañero Oliveira paró para remolcarle. El colombiano ya no cuenta. «Estamos a tope con Landa. Mikel está con muchas ganas», dijo luego en la meta Valverde. El Movistar se junta en torno al alavés, que esquivó su malelicio, las caídas. No como Thomas, otro corredor con largo historial de tropiezos. El galés volvió a caerse, sin consencuencias, al parecer. Y así, entre tensión, calor y sustos, el pelotón pasó por encima de la fuga a 2,5 kilómetros de la meta, ya mosconeando por las calles de Nimes. El asfalto era fuego. Pedaleando sobre brasas.
Con el sol pegado a la nuca, el Tour inició ahí una discusión científica. Caleb Ewan apenas mide 1,66 metros. Diez o quince menos que sus fornidos rivales. Groenewegen, Sagan y Viviani le ganan en potencia. El menudo Ewan ha encontrado la ruta hacia la victoria en otra disciplina, la aerodinámica. Se echa hacia delante, baja el tronco hasta el manillar y agacha la cabeza hasta casi rozar la rueda delantera. Se disfraza de bala. Nadie ocupa menos superficie. Y eso, pese a desplegar menos fuerza, le da 6 kilómetros por hora más de velocidad. A 70 km/h, la aerodinámica le gana etapas a la potencia.
Y eso que a Viviani le entregaron las llaves del Coliseo de Nimes sus lanzadores, Morkov y Richeze. Impecables. Colocaron al italiano en su sitio. La maquinaria del Deceuninck, el equipo de Alaphlippe y Viviani, sigue bien engrasada. Pero Ewan se saltó sus planes. Inició el sprint desde lejos. Cuando todos se pegaban por un metros de brea, el australiano abrió su propio camino. Encogido. Flecha. Cortando el aire. La boca abierta, como si aspirara el espacio que le separaba de la pancarta. Se la tragó. A Ewan, por su segundo triunfo; a Alaphilippe, por ir de amarillo; a Sagan, por vestir de verde; a Bernal, por mejor joven, y a Rossetto, por combativo del día, los pararon en la meta. Condenados. Les tocó subir al horno del podio. Otro baño de sol. Los demás huían hacia los hoteles de Nimes, ciudad taurina. ¿Sol y sombra? Sólo sol. Y parece que ahí seguirá estos días, en Gap y en los Alpes, donde espera el juicio final para esta apretada e incierta edición disputada con calor de Tour.
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