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Al ver a Eider Merino sentada, casi tirada, contra las vallas treinta metros más allá de la meta de Le Grand-Bornand, uno se da cuenta de que los límites de la resistencia humana los fijará una mujer.
La campeona de España ha llegado hueca, sin nada. Jacobo, uno de los auxiliares del Movistar, le sirve de bastón. Se apoya en él y se sienta. A cámara lenta. No dice nada. Corros de sal le marcan la ropa azul. Está casi en estado vegetativo. Despacio, coge la botella de agua que le dan. Una comisaria de la Unión Ciclista Internacional se pega a ella. Tiene que escoltarla hasta el control antidopaje. Pero no mete prisa. Ella también ve que la corredora vizcaína apenas puede moverse. Que respire. Merino, tan menuda, parece una niña desvalida. En realidad, es un roca. De piedra por dentro. Ha corrido con el estómago devastado, entre vómitos y puertos de primera categoría. Y, aun así, ha alcanzado la meta en el puesto de 25 de La Course, la carrera femenina organizada por el Tour en el mismo final que la etapa masculina. «¿No has pensado en retirarte, Eider?», le preguntan. Levanta un poco la cabeza, mira, dibuja una leve sonrisa y zanja la cuestión en voz tan baja como firme: «¿Retirarme? Eso nunca». El límite del ser humano es femenino.
Cada vez hay más mujeres que quieren ser ciclistas. El Tour escuchó ese eco y organizó un día compartido entre ellos y ellas. La etapa décima de la Grande Boucle. Entre Annecy y Le Grand-Bornand. 158 kilómetros para ellos y 112 para ellas. Y para todos, las subidas a la Romme y la Colombiere, dos puertos de primera, antes de bajar a Le Grand-Bornand. Las mujeres madrugaron más. Salieron a las nueve y media desde el lago de Annecy. Muchas venían del Giro, que terminó el domingo. Por los retrasos en el aeropuerto, el Movistar casi tuvo que pasar la noche en vela. Así llegaron a Annecy, cansadas del Giro y sin apenas dormir. Para colmo, tuvieron que madrugar para dejar luego la carretera libre a Froome y compañía.
Eider lleva tiempo con problemas estomacales. Los arrastra, pero sigue. Con Lorena Llamas y Mavi García, estuvo en la primera selección de la carrera. «Pero no podía. Echaba todo lo que comía», contó. Sin reponer combustible no pudo seguir a las mejores. De Balmaseda y licenciada en Química, se hizo ciclista en medio del exigente horario de la universidad. Todo por su sueño. Ahora pedalea en él, en el Movistar, en las mejores carreras del mundo. En un escenario del Tour. «Ufff. La verdad es que lo iba pasando tan mal que casi no me he dado ni cuenta del ambiente». Tampoco vio la victoria, con una remontada bajo la pancarta, de Annemiek van Vleuten sobre Anna van del Breggen. Ane Santesteban acabó novena y Mavi García, decimotercera.
Eider Merino, vigesimoquinta, buscó refugio en la valla en cuanto cruzó la raya. El público del Tour la aplaudió primero y luego asistió en un silencio respetuoso a la escena de una deportista capaz de ir cada día un paso más en la frontera del dolor. «Eider es de las que se vacía», define su director, Jorge Sanz. Ahora que se está tan pendiente del sexo de las palabras, con el término 'resistencia' no hay discusión: es femenino.
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