Jesús Loroño, el comienzo de la leyenda
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Hoy se cumplen 100 años del nacimiento del genial ciclista de Larrabetzu. Su primera gran victoria se produjo en el Tour de 1953Escribe Jean Maury, en el periódico 'Combat', órgano del movimiento de liberación francés: «El abandono de Koblet marca el momento culminante de la etapa Pau- ... Cauterets, ganada por el español Lerono»; apunta el socialista 'L'Humanité' que «el español Lerono se lleva la décima etapa por delante de Robic y Astrua». Jean Lambertie, el enviado especial de 'Franc-Tireur', señala: «Revelándose como un escalador extraordinario, el español Lerono gana escapado». Solo 'L'Equipe', que para eso es el periódico organizador del Tour, acierta a medias con el apellido, aunque desprende la virgulilla de la 'ñ': «Revelación del escalador español Lorono, que despega en el Aubisque». Tampoco 'France-Soir' conoce al ciclista de Larrabetzu: «Jesús Lerono, ganador del Aubisque, es un recién llegado al equipo español. El joven potrillo de Mariano Cañardo, que parece querer seguir los pasos de su compatriota Vicente Trueba, la pulga de la montaña, estrella de los Tours de Francia de preguerra, dejó Pau penúltimo en la clasificación general, por delante de su compatriota Langarica, Linterna roja del Tour del Cincuentenario desde las etapas del Norte».
En Francia casi nadie conocía a Jesús Loroño antes de aquel 13 de julio de 1953, cuando ganó en Cauterets, aunque era de sobra popular entre los aficionados vascos al ciclismo. Antes de la salida en Pau, le visitaban otros ilustres como los hermanos García Ariño o el futbolista Rafa Iriondo, que se fotografiaban con él y con Dalmacio Langarica. También dos bermeanos que les obsequiaron con una merluza fresca. Los dos vizcaínos del equipo español se habían quedado muy rezagados en la clasificación después de las primeras etapas, en las que tuvieron que ayudar a los teóricos jefes de fila. Nadie consideró a Loroño como un líder. «Lamento que mis camaradas no me hayan ayudado desde el principio», confesaba el ciclista vasco, después de que Cañardo, el seleccionador, rompiera a llorar al verle entrar primero en la meta. «¡Gracias, Jesús, gracias!, ¡bravo!», es lo único que acertaba a decir, según reflejaba la crónica que Gaston Benac escribía para EL CORREO.
Con un piñón grande de 22 dientes, -«si me he de clavar, me clavaré con el 22»-, y platos de 45 y 50, Loroño asciende el Aubisque en cabeza. «¡Es Robic, es Robic!», empezaron a gritar los franceses. «Y detrás viene Koblet. Les voila!». No, no eran ni Robic ni Koblet. «A medida que se acercaba queríamos ver aquellos colores de la camiseta. En esto, una actitud característica, mejor dicho, una posición de montar en bicicleta, nos hizo pensar en que podía ser Loroño», contaba una de las crónicas. «Se aproxima el corredor a velocidad impresionante para lo que es la subida. Como a un kilómetro de la posición en que nos hallábamos apartados de la gente, en un lugar un poquito en cuesta abajo, y sobre una trinchera de la cuesta, nos lanzamos hacia arriba con la alegría de los veinte años, para situarnos en la orilla de la carretera por donde habían de pasar Loroño y el resto de los corredores. Y su paso lo hizo en excelente estado físico para el formidable esfuerzo que venía realizando, con pedalada enérgica y multiplicación de gran escalador».
Grandes figuras del ciclismo le recordarán hoy en el Bizkaia Aretoa en un debate sobre su figura
Todo planeado
Con su bicicleta amarilla, sin marca, dos kilos más pesada que la de los ases del ciclismo de aquellos tiempos, «más rápido bajaremos», decía. Llega a la meta con casi seis minutos de ventaja sobre Robic, Astrua y Schaer, sus perseguidores. Louison Bobet pierde nueve minutos; Bartali, diez, Magni, once. Lo había planeado todo de antemano Jesús Loroño. «Si llego con el pelotón a Laruns, si no tengo averías, ya veremos», decía en Pau. Y allá fue, a 18 kilómetros de la cima del Aubisque. Viajaban delante Huber, Darrigade y Drei, con más de tres minutos de ventaja. Los alcanzó a todos. En Gourette, a cuatro kilómetros de la cima, ya llevaba 3 minutos al segundo, 3,30 a Koblet. Le perseguían todos los ases del pelotón, «una jauría», según las crónicas, después de que coronara el Aubisque y en la cima del Soulor aventajara en cinco minutos al suizo Koblet, que se cayó en el descenso. Solo había un fotógrafo para dar cuenta del suceso, el vitoriano Cecilio Fernández, afincado en Bilbao y patriarca de una saga de fotoperiodistas que siguen en la brecha todavía.
Loroño llegó solo a la meta y consiguió que en los días posteriores su apellido apareciera 'casi' bien escrito en todos los periódicos franceses -la ñ no existía en sus linotipias-, que siguieron dando cuenta de las hazañas del vizcaíno, que acabó en París como líder del premio de la montaña después de dos etapas memorables en los Alpes, junto a Bobet, ganador del Tour, en Vars e Izoard, en la jornada entre Gap y Briançon en la que acabó tercero, y después, escapado junto a Langarica y dos más para coronar Lautaret y hacerse definitivamente con la victoria, y la gloria de una vuelta de honor al Parque de los Príncipes. Fue su primera gran hazaña.
Hoy que se cumple el centenario de su nacimiento una pléyade de grandes figuras como Miguel Induráin, Marino Lejarreta, Abraham Olano, Luis Otaño, Luis Zubero, Julián Gorospe y Joxean Fernández Matxin le dedicarán su recuerdo en el Bizkaia Aretoa de la UPV a las 19.00 horas.
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