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Pedalea como tocaba la batería, con todo. Coordinado.
Los ciclistas saben que el viento siempre les va a pegar en contra. Más o menos. En las salidas hablan con precaución. En Zumarraga, por ejemplo, lucía el sol. «Ya, pero dan agua para cuando lleguemos a la meta». Así sonaba el lamento compartido. Agua sobre la tierra de los caminos rurales de Gorraiz, el temido 'sterrato'.
De Bravo se sabe que es fiel a su apellido. Es de esos ciclistas que han luchado por respirar en el ciclismo profesional.
Y de Bernard se conoce que es hijo de Jean François Bernard, ganador de aquella extraordinaria cronescalada al Mont Ventoux y luego gregario de Miguel Induráin. Era un ciclista de carácter, explosivo. Vehemente. El hijo es la otra cara de la personalidad. Pura calma. No le afectan ni las típicas comparaciones:
La Itzulia se llenó de polvo. Rostros pálidos.
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