Cuando Fignon voló con cocaína en Colombia
En su libro de memorias, el ciclista francés fallecido en 2010 recuerda cómo ganó una etapa bajo los efectos de esa droga
El ciclismo mundial vive pendiente esta semana de la Vuelta a Colombia, el país que hoy tiene la mejor camada de talentos encabezada por Egan ... Bernal, ganador del pasado Tour. En los años ochenta, el ciclismo allá comenzaba a llamar la atención. Lucho Herrera había vencido en una etapa en el Tour del Porvenir de 1982. Era el inicio del desembarco de los 'escarabajos' en Europa. Dos años después, Laurent Fignon, ganador del Tour, cruzó el charco y, en compañía de Greg Lemond, se atrevió a ir al Clásico RCN, entonces la gran carrera colombiana. El corredor parisino, fallecido en 2010, quería prepararse en altitud. Y lo hizo. Como relató en el libro 'Éramos jóvenes y despreocupados', voló como nunca gracias a la cocaína, el motor blanco de aquel ciclismo loco.
Fignon era ya un personaje. Lo fue siempre. Cuentan que recién llegado al equipo Renault no se arrugó ante Bernard Hinault, mito y tirano. Tras una contrarreloj por escuadras nada más empezar la temporada 1983, Hinault abroncó a sus gregarios en la cena por haber ido demasiado deprisa. El bretón venía de un invierno plácido, sin apenas coger la bicicleta y con varios kilos de más. Todos le escuchaban cabeza abajo. Fignon en cambio le miraba fijamente y replicó: «Viejo, lo que tienes que hacer es entrenarte más y ser menos tiquismiquis». Silencio. Instante congelado. El sonido sordo de varios hombres que tragan saliva. Y cuando todos esperaban la explosión del líder, Hinault calló y dobló la nuca hacia el plato. Fignon no fue nunca como los demás.
Cuando el parisino llegó al pelotón el dopaje era cosa de las anfetaminas y los corticoides. El uso estaba generalizado. Nadie tenía, pues, la sensación de hacer trampa. Los mejores ganaban. Luego irrumpió la EPO y alteró ese orden: hizo campeón a algún mediocre. En aquel periodo de metamorfosis, Fignon viajó a Colombia, a la Colombia en la que los tentáculos del narcotráfico lo ocupaban todo. Hasta Pablo Escobar, capo del Cartel de Medellín, había sido patrocinador de un equipo ciclista. Fignon descubrió allí otro mundo. «Las carreras estaban casi financiadas por las mafias locales», contó. «El dinero corría a chorros y las armas circulaban solapadamente. Recuerdo a un aficionado que en el maletero de su coche ponía a disposición de todos kilos y kilos de polvo blanco. A diez dólares el gramo. ¡Regalado! Desde temprano, los compradores hacían cola».
La cocaína corría por el pelotón. Y también por la caravana de la carrera. Los periodistas franceses flotaban sobre aquella coca de ganga. «A fuerza de oír que era la mejor del mundo decidimos probarla. Era la víspera de la última etapa, que terminaba en Bogotá», relató Fignon. Varios ciclistas del conjunto galo se juntaron en una habitación. Comenzaron a esnifar. Una raya. No pasó nada. «¿Esto es la coca?». Decepcionados al no sentir el efecto, tiraron con otra raya. Tampoco. Otra más. «Creíamos que nos habían vendido azúcar en polvo». Pero la droga sí estaba haciendo su trabajo. La bomba. Subidón. «¡Dios mío! ¡Ouah! La cabeza me dio la vuelta. Perdí el sentido. Ya no tocaba la tierra, estaba volando. Las ideas se empujaban más rápido de lo que yo podía asimilarlas. No sabía ni cómo me llamaba», describió Fignon. Bautizo blanco.
Fignon y Lemond, eléctricos, buscaron un antro donde seguir la fiesta. Sin control. Su director, Cyrille Guimard, salió a rescatarlos y los enclaustró en la habitación. Bajo llave. Pero la coca no les dejó dormir. Y sin pegar ojo se presentaron en la salida. Aún levitaban. Fignon, para su sorpresa, se sintió como nunca y ganó la etapa. La euforia empezó a apagarse ya en el podio. El cerebro recuperó el sentido. De repente, se dio cuenta de que tenía que pasar el control antidopaje. Horror. «En una fracción de segundo vi desfilar toda mi carrera. No paré de decirme: '¿Pero por qué he tenido que ganar esta etapa?'». Creí que iba a dar positivo». Pronto le tranquilizaron. Los controladores formaban parte del juego. Nadie pitaba en los tests antidopaje. «El control salió blanco como la nieve, inmaculado como el polvo».
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