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171 kilómetros. La distancia que separa Vitoria de Soria. O Bilbao de Bayona, aunque en esta última habría que sumar otros veinte más para llegar al destino. Un trayecto que se puede llegar a hacer pesado en coche y mortal a pie. Pues bien, Maite Maiora, que en su día a día trabaja como policía municipal, completó corriendo esos mismos 171 kilómetros en la Ultra-Trail de Mont-Blanc, la prueba internacional más reconocida. Una proeza que está al alcance de muy pocos. De un selecto grupo que es capaz de ganar la batalla a su peor rival, la cabeza. Aquel que te echa el freno a las primeras de cambio. Porque, hay que estar muy bien preparado mentalmente para convencer a la testa de que por delante esperan más de 25 horas de prueba. Que no se cruzará la línea de meta hasta el siguiente día.
«Da vértigo solo pensarlo. Y una vez hecho, sigue dándolo», ríe la guipuzcoana, que se hizo con el bronce. Terminó subiéndose al cajón, y eso que se trataba de su primera participación. Una debutante que se peleó con más de un centenar de corredoras en los Alpes, atravesando Francia, Italia y Suiza. «No sabemos todo lo que somos capaces de hacer», apunta la deportista, a la que EL CORREO destaca como 'Campeona de la Semana' por hacer frente a todo tipo de límites; incluso verticales, con varias fases de la prueba en ascenso. «Solo tengo palabras de agradecimiento», devuelve la guipuzcoana.
El pistoletazo de salida dio inicio a una de las pruebas más exigentes del panorama internacional. Pone a prueba las piernas y cabezas mejor preparadas, dejando por el camino los 'cadáveres' de los retirados. «Tenía claro a lo que me iba a enfrentar, así que no se me hizo duro», confiesa. Eso sí, con una prueba de tanta distancia uno siempre cuenta con momentos de flaqueza. «Cuando ves que por delante te quedan muchos kilómetros se hace pesado, pero le digo a mi cabeza que estoy bien y sigo adelante. Aunque no tuve ningún momento especialmente malo», recuerda tras un merecido descanso.
Su estrategia se basó en «disfrutar» cada kilómetro de la prueba. Porque arrancó sin ningún objetivo, más allá de saborear al máximo cada zancada de la prueba. «En los Alpes te sientes muy metido en el entorno, corriendo al lado del río». Pero, el kilómetro 125 -cuando llevaba tres cuartas partes de la prueba- le hizo cambiar su mira. «Mi marido me dejó caer que iba en sexto lugar. Entonces vi que podía alcanzar a la corredora inmediata». Y lo hizo en uno de los puntos que mejor le viene a ella, la cuesta. «En llano es donde peor lo paso, pero cuando toca ascender saco mi fuerte», afirma. Así fue. «Nos separaban veinte metros», recuerda. La distancia se iba acortando. Y le dio caza. «A raíz de ese momento todo vino en cadena». El final, el bronce.
Y a pesar de que el año pasado ya había completado -con una plata- la Chamonix, Cormayeur y Champex (CCC), la hermana pequeña de esta prueba que comparte parte de trazado, su objetivo prioritario era participar en la UTMB. «Yo era reacia a inscribirme, por la cantidad de kilómetros que supone, pero mi marido me fue animando. Llevaba años persiguiéndola, porque tenía claro que mis primeras 100 millas tenían que ser estas» confiesa. Una participación que llegó después de un largo preparativo. «En abril corrí los 116 kilómetros de la prueba de Madeira y en junio los de Dolomitas». Es la única manera de testarse para estas competiciones, en las que se superan las 24 horas. «Los entrenamientos son de unas cuatro horas. Para mí es algo normal, como una hora para cualquier otra persona». Unas jornadas, tres por semana, en las que llega a completar más de 60 kilómetros. Es decir, desde Vitoria a Bilbao.
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