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El Euskalgym emociona al BEC
Más de 8.000 personas abarrotan el pabellón para ver a las mejores gimnastas del mundo y homenajear a Emilia Boneva
Antes de que aparezca, los más de 8.000 espectadores que abarrotan el Bilbao Exhibition Centre (BEC) sacan pecho, cogen aire y gritan su nombre: «¡Dina Averina!». La campeona del mundo de gimnasia, una de las estrellas del Euskalgym. La gimnasta rusa concentra en minuto y medio la esencia de este deporte. Baila con la cinta. Canta con su elástico cuerpo la balada con la que se desliza por el tapiz sin tocar nunca la alambrada invisible del cuadrilátero. El público, compuesto en su mayoría por niñas que quieren ser como ella, contiene ahora la respiración. Y cuando al fin la cinta baja del cielo para posarse con suavidad sobre la figura de Averina, el pabellón se rompe en un grito emocionado. La gimnasta rusa es la prueba de que los sueños de tantas niñas pueden cumplirse.
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No hay pausa. Salta al centro de la pista el equipo de Bulgaria. La grada se pone en pie. Son las preferidas. Las cinco siluetas lanzan las mazas y los aros al aire del BEC. Mientras los elementos vuelan, las gimnastas trazan con piernas y brazos círculos perfectos como los de un compás. Un vuelo más. Y todos los aros y las mazas encuentran una mano en la que aterrizar. De nuevo ruge el pabellón. «¡Bulgaria! ¡Bulgaria!».
Por la pasarela del tapiz se dan relevo las mejores del mundo, la rusas Dina Averina, la israelí Linoy Ashrams, la italiana Milena Baldassarri, la rusa Ekaterina Selezneva, ... Y las gimnastas de Sakoneta (Leioa), Tolosa, Donosti y Eibar. Hay talento en casa, como el que muestran Salma Solaun y Teresa Gorospe, que maneja a su antojo la pelota al ritmo de una vesión discotequera de 'Carmina Burana'. Fiesta en el BEC.
La gimnasia rítmica vive una paradoja. Mientras el deporte femenino lucha por ser visible, sobre la alfombra faltan chicos. Pero ya salen. Como el vizcaíno Eneko Lanbea, que, en compañía de Rubén Orihuela y Gerard López, encandila al público. Salen con un balón. Y lo convierten en un globo, que como todo el BEC se pone a flotar con el impulso de los aplausos. El sonido sigue a todo volumen cuando las presentadoras del acto anuncian a la más esperada, la rusa Aleksandra Soldatova, líder de la World Challenge Cup. Toca el tapiz de la mano de Sinatra, que suena en la megafonía. Con sus huesos de ave, huecos. Alas. Con sus tobillos de chicle. Compone figuras imposibles. Con la pierna como el aguijón de un escorpión. Ballet. El BEC se rinde. Vuelan hasta la pista muñecos de peluche, corazones de papel. Soldatova, con el fulgor de las lágrimas retenidas, extiende sus brazos y recoge todo ese cariño.
Queda aún una ola final de emoción. Primero, los miles de espectadores bailan con las gimnastas. Luego se apagan la luces y un foco alumbra a Almudena Cid. La gimnasta alavesa sabe volar con la ayuda de un aro, una cuerta, una cinta, una pelota y un par de mazas. Pero no aprendió sola. Le ayudó Emilia Boneva, la entrenadora búlgara de la selección española durante cuatro ciclos olímpicos. Falleció en septiembre y el Euskalgym le hace un hueco en su corazón. Quiere desperdirla como merece. «La mejor banda sonora que Emilia puede escuchar es la de los pies descalzos de todas sus gimnasta sobre el tapiz», dice Almudena Cid.
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En fila surgen de la boca del escenario las decenas de deportistas a las que Boneva enseñó a aletear de puntillas. Entre ellas están las 'Niñas de Oro', las campeonas olímpicas en Atlanta 1996, las gimnastas que se entrenaban ocho horas diarias seis días la semana y que escondían el chocolate bajo el colchón para que Emilia no lo descubriera. Era su segunda madre. El BEC le envía volando ese mensaje.
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