Iragartze Fernández, la linier vizcaína en primera línea de batalla

Hasta hace algo más de tres semanas su rutina pasaba por arbitrar partidos de fútbol los sábados y domingo y ejercer de lunes a viernes su labor como enfermera en el centro de salud de Rekalde. Iragartze Fernández es linier en la máxima competición femenina nacional, la Primera Iberdrola, y asistente también en Tercera División. Debido al coronavirus, de la noche a la mañana su día a día ha pasado de ser «normal, a caótico». «Hemos pasado de tener el trabajo controlado a empezar con cambios de protocolos y de objetivos, que ahora son diferentes. Tenemos un gran enemigo que es este virus tan desconocido al que hay que hacerle frente».

Para poder sobrellevar bien la situación la vizcaína reconoce que deben afrontar esta crisis sanitaria «con cabeza fría», ya que si se dejan llevar por el aspecto emocional les puede pasar factura. «Somos muy vulnerables. Nos estamos enfrentando a un número de muertes elevado y a un problema bastante serio. Tenemos que intentar ayudar y salvar al máximo número de vidas posibles. No sé de qué pasta estamos hechos pero tenemos que darlo todo ahora mismo«.

Después de cada jornada esta joven de 26 años confiesa que llega a casa agotada tanto física como psicológicamente. «Llego con dolor de cabeza y con mal cuerpo. Estar continuamente con tanta tensión desgasta. Lo que quiero es comer algo y echarme para desconectar de todo. Si pones la televisión continuamos con el tema. Para la gente en sus casas está bien porque necesitan información y saber qué está pasando, pero a nosotros nos recarga demasiado«. Pese a vivir eso mismo día tras día, de una manera tan intensa, Iragartze recarga las pilas y trata de salir de casa con ganas rumbo de nuevo a la batalla. »En vez de sumar o arrastrar hay que ir descontando. Prefiero pensar en lo poquito que queda más que en todo lo que hemos pasado. Tenemos que ser positivos porque cada día que pasa queda menos para salir, para ir a comprar el pan o para trabajar tranquilamente«.

Ella cada vez que sale rumbo a su trabajo, o regresa de él a su domicilio, percibe como hay gente que le mira mal, desconociendo que ella es una de las personas a las que brinda sus aplausos cada día a las ocho de la tarde. «Muchos seguro que pensarán '¿a dónde vas si no tienes perro?' Echo de menos poder salir con mis amigos, hacer una ruta con mi perro o ver a mi familia. Son apoyos que ahora mismo no están». Como sanitaria se lleva los problemas a casa, «por empatizar en exceso«, sobre todo si trata con pacientes jóvenes. »Nos vemos reflejados en ellos«.

Sus dos trabajos, la enfermería y el arbitraje, son vocacionales. El primero le viene de familia. «Como creces con ello lo ves como una ilusión y como algo a aprender. Esta carrera tiene que ser vocacional porque estás en una continua lucha y ves cosas que son desagradables«. El fútbol también entró en su vida muy pronto. Con tan solo 5 años empezó a jugar, hasta que a los 21 tuvo que dejarlo por una pubalgia. Era delantera y le dieron la opción de operarse, pero podría no quedar bien. »Una compañera de equipo (del Bizkerre) siempre decía que cuando termináramos la etapa de futbolistas teníamos que ser árbitras. Nos apuntamos a un cursillo ese agosto y aquí sigo«. Reconoce que echa mucho de menos correr por la banda, y está contando las horas para que la pesadilla termine y arranque de nuevo la competición.