Así es Mari Carmen, la cicloturista de 76 años de Orduña que ha subido «cuatro veces el Tourmalet»
Para esta veterana aficionada las distancias de cien kilómetros son pan comido. Su próximo reto es, este domingo, hacer la Ruta de Carlos V entre Laredo y Plasencia, y recorrer Portugal
«76 años. Nací en el 43, entonces salen esos», avanza Mª Carmen Díaz de Lezana Setién, sentada (¡de milagro!) en una silla reciclada en ... el porche de su casita, un edificio singular rodeado de manzanos situado en la recta que conduce a Orduña y que recibe al visitante con una bicicleta clásica pintada de rosa y adornada con unas ramas verdes metidas en cestos de mimbre blanco. Dice que para la entrevista se ha pintado los labios y se ha puesto uno de sus atuendos preferidos: el maillot rojo de la Sociedad Ciclista Orduñesa. Su flechazo con las bicis, explica esta mujer que lleva muchos muchos kilómetros en sus piernas y tiene unos ojos atentos y un chorro de ánimo contagioso, comenzó cuando era una niña. «Mi padre tenía un taller de bicicletas y yo le ayudaba y pasaba muchas horas con él. Le sujetaba las bicis mientras ponía algún parche», comenta. «Era muy campechano y muy majo. Tenía unas colmenas en Gujuli (a unos 30 km al noroeste de Vitoria-Gasteiz, en la carretera que une Orduña con Murgia) e íbamos hasta allí pedaleando. Luego lo fuimos alargando un poco más y comenzamos a hacer juntos algunas pruebas cicloturistas en Logroño, Pamplona, Vitoria y Bilbao. Era la única niña, a veces me sentía un bicho raro cuando oía decir 'mira, una chica en pantalones' en lugar de 'mira, una chica en bici', pero me arropaban los míos. Yo siempre tuve bicicleta, muy mala y muy vieja, nunca una nueva, incluso en las marchas cicloturistas mi padre tomaba prestada una a algún cliente veraneante. En aquellos tiempos, no había para más...».
Una carrera de aficionados a la bicicleta es un evento en el que se reúnen un número indeterminado de personas que practican el ciclismo. Las hay controladas, o sea que delante va un coche (a veces despacito) al que no se le puede adelantar, y las hay también mas abiertas o libres donde puede rodar cada uno mas a su aire, estas suelen ser mas del gusto de la mayoría. Por lo general, en ambos tipos de marcha el tráfico está abierto y, en teoría, hay que respetar las normas de circulación. Luego ya en el tema personal, cada uno se lo puede tomar como quiera. En plan paseo, voy tranquilo, aquí me paro a hacer una foto, en los avituallamientos me tiro 20 minutos. En plan carrera, a ver si se llega el primero o para mejorar el tiempo del año anterior y parar solo lo imprescindible. Y también hay un término intermedio, con un poco mas de calma, un tanto de superación personal. Las categorías las fija el organizador. Lo normal es que haya una clasificación general, otra por sexos y otra por edades dependiendo del sexo. Eso ahora, porque cuando Mª Carmen empezó ella era una de las pocas, si no la única mujer que se veía en las marchas y circulaba con los hombres. «En las de Francia sí que veía a alguna más».
Ella es de las que aspira a acabarlas y pedalea en compañía, a veces de su hija Amaia, que ha ganado algunas competiciones de mountain bike, y en otras ocasiones de unos amigos. Cada vez que sale a pedalear, regresa a casa satisfecha por haber registrado algo nuevo: más distancia, una nueva ruta, ascender un cerro, conocer a alguien, tomar una foto bonita, etcétera. Explica que a estas alturas tiene ya varias «familias cicloturistas, la más querida en Arrigorriaga, que vamos siempre juntos, aunque a veces a mí me gusta irme unos días antes para pedalear sola». Este domingo, por ejemplo, emprende con el Grupo Txagorritxu (enfermeras del hospital y sus familiares), la llamada Ruta de Carlos V, entre Laredo y el monasterio extremeño de Yuste (Plasencia). Y su próxima etapa ya la tiene en mente: recorrer Portugal en bici combinándolo con el tren. Si puede ser, con su nieto. «Antes metía pan con membrillo en la bolsa, un poco de chocolate y unos frutos secos y hasta la meta. Ahora encuentras un bar en cualquier sitio. Pero el equipaje es siempre el mismo, para no llevar peso. Dos camisetas, una sirve de camisón y cuatro cosas de aseo», indica, mientras enseña un álbum de fotos. «A veces acabamos muertos. Mira aquí, tumbada en la hierba boca abajo, con mi hijo Jon Ander al lado».
Hasta que ha llegado el día en que repasando su historial Mª Carmen comprueba que ha avanzado bastante y conocido mucho mundo gracias a la bici. República Dominicana, que recorrió con un permiso especial y ajustándose a unos horarios y unas zonas; la París Brest, que consiste en completar el recorrido de París a Brest, y volver a París (1.200 kilómetros), en menos de 90 horas (ella la hizo en 88 horas y diez minutos), que está abierto a todos los ciclistas que no sean profesionales y para participar es requisito indispensable haber completado en el mismo año una serie pruebas; la Luchon-Bayona, 330 kilómetros y 6.200 metros de desnivel, que tiene los cuatro puertos míticos, Peyresourde, Aspin, Tourmalet y Aubisque y se puede completar en uno o dos días; la VIII Vuelta Internacional Maspalomas (Gran Canarias); la Ruta del Vino de Zaragoza y un largo etcétera. Mª Carmen también ha completado cuatro veces el Camino de Santiago y se ha recorrido el País Vasco, Castilla y Valencia en bici. «Pero para mí sigue siendo un desafío el puerto de Orduña. Y La Barrerilla, cuyo inicio coincide con el del mítico puerto de Orduña, es un encanto, muy agradable. También he hecho los 'tres grandes' que se llaman. Urkiola, Herrera y Orduña, en pruebas de cicloturismo con salida de Miranda y también de Alsasua. Me pasa como en la Bilbao-Bilbao. Puedo hacer los cien kilómetros bien, pero voy libre».
El pasado sábado Mª Carmen fue en bici hasta la localidad cántabra de Bustablado, donde se celebraron las fiestas de San Iñigo. Al día siguiente hizo lo propio y subió Los Tornos, un puerto de montaña cántabro que hace frontera con la provincia de Burgos y en cuyo cenit, cruzado por la carretera nacional N-629, hay un letrero que indica una altitud de 920 metros. Quería probar una bici eléctrica a la que aún no está muy habituada. «Antes las bicis pesaban mucho pero como no había mejor no te enterabas. Ahora tengo tres más dos para andar en el día a día». Para ir a la panadería, a la carnicería, al consultorio... esta mujer utiliza este medio de transporte. «Pongo las bolsas en la parrilla y no me pesa nada». «Tengo un nieto de 16 años, Asier Castilla, que está en un equipo juvenil y cada vez que tiene una carrera voy a verle. Si es en Santurtzi, voy hasta allí en bici desde Orduña. Nunca he tenido ningún susto en la carretera», advierte. Mª Carmen, madre de tres hijos, dos chicas y un chico, que regentó durante muchos años una tienda de productos de droguería y perfumería y aparatos eléctricos en la localidad de Orduña, un negocio que aún se mantiene y que ahora está en manos de su hija. Al mismo tiempo, los fines de semana trabajaba en Bilbao limpiando unas oficinas del BBVA, «luego acabé como administrativa». «Iba todos los días en bici a Bilbao. Y para no hacerme directora del banco me jubilaron con 55 años», bromea. Pero del ciclismo no se ha jubilado, y su buena salud le está permitiendo mantener esta afición. «¿Que por qué sigo pedaleando? Porque tengo 76 años y no falta mucho para que mi carrera termine. Porque soy feliz en la bicicleta y porque soy dueña de mi vida«, enumera de carrerilla.
La bicicleta en el siglo XIX se convirtió en todo un símbolo de libertad para el sector femenino y muchas veces estuvo asociada a movimientos sufragistas. Montar en bici para las mujeres suponía todo un desafío ya que los hombres lo consideraban poco decoroso, peligroso para la unidad familiar y hasta argumentaban que podía causarles daños físicos. Pronto se convirtió en una forma de desafiar a la sociedad machista de la época y surgieron mujeres que enarbolaron el uso de la bicicleta como símbolo para luchar por la igualdad. Susan Anthony, líder estadounidense por los derechos civiles opinaba que la bicicleta era el objeto que más que ninguna otra cosa había contribuido a la emancipación de la mujer: «Le proporciona sensación de libertad y seguridad en sí misma. Cada vez que veo una mujer sobre una bicicleta me alegro, porque es la imagen de la libertad«, afirmaba en una entrevista realizada en 1896. Precisamente así es como las mujeres empezaron a llamar al vehículo de dos ruedas: «la máquina de la libertad». Algo así siente Mª Carmen Díaz de Lezana Setién.
«Me encanta ver que cada vez más mujeres van en bici», señala. También la moda cambió gracias a las primeras mujeres que se atrevieron a usar una bicicleta. Los trajes victorianos no eran los más adecuados para experimentar la libertad que producía pedalear, tampoco el corsé, que fue desapareciendo poco a poco. La mujer empezó a utilizar ropa masculina y hasta inventó nuevas prendas, como los 'bloomer', unos pantalones bombachos fruncidos en la rodilla, mucho más cómodos para moverse en bicicleta. «Yo llevaba una falda en la bolsa, que me ponía inmediatamente después de acabar las carreras, porque no estaba bien visto el pantalón en una chica», evoca esta orduñesa sin darle la menor importancia. También le resta peso al hecho de que no acabara siendo profesional. «No cuajó porque no había posibilidad por el reglamento de entonces y la Sección Femenina no permitía a las mujeres ciclistas competir». No quiere terminar sin lanzar un mensaje: «A las niñas les diré: andad en bicicleta, aunque no corráis, a mí la verdad me da miedo que corran, aunque es lo que les gusta a los chavales y hay que dejarles, pero andad en bici. Es una maravilla».
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