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Está muy bien la idea de reconocer a Daniel Barenboim con un premio por la paz y la reconciliación. Si la música es un valioso instrumento para la educación y la transmisión de valores cívicos, Barenboim también ha entendido que su trabajo y su prestigio en la dirección sinfónica pueden convertir a aquella en un medio de participación y cooperación que vincule jóvenes músicos de origen árabe e israelí para simbolizar con su trabajo en común la idea de la reconciliación. Se sabe bien que la filosofía de la West-Eastern Divan Orchestra consiste precisamente en reconocer tanto el enorme poder educativo de la música como sus evidentes capacidades para cultivar y hacer que las personas reconozcan su mutua humanidad, lo cual es ideal para el entendimiento y la reconciliación en casos de conflictos previos. Ahora bien, mucho menos se conoce que la experiencia y la notable labor de concienciación social de la West-Eastern Divan Orchestra serían imposibles sin el liderazgo y el prestigio de un personaje como Barenboim, cuyo formidable multiculturalismo no está tanto en el mestizaje de su origen, como en su idea de preferir un cosmopolitismo universal a cualquier individualidad nacional o religiosa y a cualquier identidad concreta. Un cosmopolitismo y un universalismo sobre ideales humanos comúnmente aceptados, claro, que le otorgan un indudable liderazgo a la hora de vincular y superar con la música visiones diferentes y posiciones antagónicas.

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