Si el artista Salvatore Garau ha tenido el cuajo de embolsarse 15.000 euros por una obra de arte inexistente, no debería sorprendernos que otro ... artista de la pista, Toni Cantó, vaya a cobrar 75.085 euros brutos al año por esa Oficina del español que le ha puesto su admirada y nunca bien ponderada Isabel Díaz Ayuso. Al fin y al cabo, por poquito que haga Cantó (la o con un canuto, por ejemplo) ya es mucho más que esa nada absoluta que alguien, a quien seguramente le sobra el dinero, ha adquirido al precio por el que un ciudadano de a pie se compra un Toyota Yaris, un Dacia Sandero o un Renault Clio... Eso sí, espero que Toni acuda puntualmente cada mañana a esa Oficina del español (o sea, suya) dispuesto a levantar la persiana vestido con camisa hawaiana, bermudas y cadena de oro al cuello, como corresponde al propietario de cualquier chiringuito.
Quién le iba a decir a Georgie Dann que a sus 81 años pasaría de ser el rey de la canción del verano a convertirse en un reconocido adalid de la canción protesta. Hoy su 'Chiringuito' tiene más connotaciones políticas de las que tuvo en su día 'La Estaca' de Lluís Llach. Y un incuestionable valor profético: «Si sube la marea, me va de maravilla. La gente se amontona y yo les doy morcilla... El chiringuito, el chiringuito». Vivimos tiempos tan ideologizados que la canción del verano ha muerto. Ya ni la 'Macarena' de los del Río resulta inocente. Detrás de ese aparente himno al carpe diem, de ese «dale alegría a tu cuerpo», podría ocultarse una descarnada denuncia social contra el desmadre juvenil que está propagando el coronavirus. Prueben a cantarla con retintín y verán. Y lo mismo todas las de Raffaella Carrà. Descubrirán que ayer, además de una gran coreógrafa, se nos fue la Joan Baez italiana.
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