En pleno auge de las 'fake news', noticias inventadas cuyo mensaje prevalece aunque se desmientan oficialmente, generadas y difundidas por perfiles falsos, bots y medios ... de dudosa fiabilidad, cierta audiencia se cuestiona el estado de las cosas desde la resiliencia, esgrimiendo un inconformismo que no consiste necesariamente en cuestionarlo todo porque sí. Cada vez es mayor la cantidad de mentiras que se disfrazan de noticia de última hora, que corren como la pólvora en Facebook, Twitter o algunos programas de televisión con tertulianos incendiarios. Estos bulos, creados generalmente con fines políticos, hace ganar votantes en las elecciones y crean realidades paralelas que atienden a intereses ideológicos y económicos. También hay sujetos desalmados, con mucho tiempo libre, que disfrutan divulgando trolas, algunas muy peligrosas: fotomontajes, declaraciones sacadas fuera de contexto, tuits modificados con Photoshop, memes absurdos y surrealistas que hacen arder los grupos de WhatsApp…
Quizás lo más incontestable sean los vídeos. A la imagen supuestamente real, en movimiento, es difícil cuestionarla. La primera impresión es lo que cuenta entre el público potencial de este tipo de material. Queremos creer a pies juntillas lo que vemos y escuchamos cuando casa con nuestra visión del mundo. En ese escenario de credulidad extendida, los 'deepfakes', falsificaciones visuales, han llegado para quedarse, viralizándose sin freno sin que nos preguntemos si son verdaderas o falsas. No reposamos la información. Reacción frente a reflexión. Nos hemos acostumbrado al bombardeo de fragmentos de realidad que atrapan y compartimos sin cuestionarnos su naturaleza. Lo terrible es que la propia televisión valide este material tóxico.
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