El chocante viaje por el cine y la vida de Berlanga

Hay un programa en La 2 que es gloria bendita. Y no, no me refiero a la misa de los domingos. Es 'Imprescindibles', un espacio que se dedica a repasar la vida y obra de los personajes más destacados de la cultura española del siglo XX. Luis García Berlanga ha sido el último protagonista. Aprovechando la celebración del centenario de su nacimiento, el cineasta fue el centro de un documental en el que la audiencia descubrió, por ejemplo, que de pequeño tenía la vocación de ser invisible. «Cuando uno se hace adulto eso se transforma en un deseo más humilde de ser anónimo y pasar inadvertido», explicaba el genio en una entrevista. Y es que, según su hijo, José Luis García Berlanga, «mi padre era muy poliédrico, pero sobre todo era muy tímido. Y por eso hablaba tanto porque si había un silencio creía que era por su culpa», explicaba.

El autor de películas como 'Bienvenido, Mr. Marshall' o 'El verdugo' confesaba que tenía mucho en común con los personajes de sus obras. «Me suelo enamorar de casi todos porque soy como ellos: un perdedor, un antihéroe», aseveraba. Si algo caracterizaba sus trabajos eran sus ya famosos planos secuencia. «Al hacerlos confío en el azar y en la suerte y hasta ahora, se me ha dado muy bien», argumentaba. Y compartía esa forma de rodar con los intérpretes. «Yo no dirijo al actor, pienso que él sabe vagamente de qué va aquello y le dejo esa espontaneidad de la creación», valoraba. Antonio Resines aportaba su granito de arena para aclarar esa manera de trabajar: «Aparentemente todo era caótico, pero en realidad estaba todo perfectamente medido».

La censura zarandeó a Berlanga en cada una de sus propuestas. «Me daban ataques de risa cuando llegaba la nota de censura con la que me habían destrozado una película», garantizaba. Y es que algunos 'cortes' eran de carcajada. «El guión de 'Las cuatro verdades' comenzaba con un apunte que decía: Vista general de la Gran Vía madrileña. Uno de los censores paró en seco y dijo: Una vista general de la Gran Vía con cualquier otro director no tiene problema, pero con Berlanga… ¿Quién nos dice que no pone a cuatro obispos saliendo del cabaret Pasapoga?», descubría. Lo malo fue que la observación no se la contaron al realizador hasta doce años más tarde, «porque si no, lo hago», remataba.

«Berlanga no es un comunista, es mucho peor: es un mal español». La sentencia se atribuye a Franco y el cineasta se partía al recordarla. El autor de perlas como 'Plácido' o 'La vaquilla' amaba la soledad y admitía que no tenía ningún método a la hora de escribir sus historias. «Cada película ha surgido de una manera distinta», afirmaba. Eso sí, en todas ellas aparece la palabra austrohúngaro. «En mi segundo largometraje me di cuenta de que había aparecido en un contexto normal y, como había funcionado tan bien, la convertí en mi palabra fetiche», relataba. De ahí que, a veces hasta metida con calzador en el doblaje final, el término lo ha acompañado y se ha convertido en una de las señales de identidad del maestro.