Lo mío nunca fueron los videojuegos. Me pillaron un poco tarde. No digo que no me haya entretenido algún rato perdido con el de algún ... sobrino, pero lo único que llegué a dominar, después de las arqueológicas máquinas de petacos, fueron las pantallas de marcianitos. Por eso no identifiqué al encapuchado que robaba la antorcha olímpica y la paseaba por el Sena con la saga 'Assassin's Creed: Unity'. Cuando lo vi escabulléndose en el Museo del Louvre para reparar en que la Gioconda no estaba en su habitual marco, me acordé más bien de Belfegor, el personaje de una serie de terror que llegó a la tele de mi infancia y que también se paseaba encapuchado por ese dichoso museo. 'Belfegor, el fantasma del Louvre' llevaba una túnica negra y en la cabeza un klobuk, uno de esos tocados típicos de los clérigos de la Iglesia ortodoxa. Por aquellos tiempos (hablo de mediados de los 60), salía todo el día en la tele el arzobispo Makarios, que debía de ser un enredador de primera. Yo lo confundía con Belfegor. Por su aspecto, a mí Belfegor se me figuraba como un híbrido clerical, un artefacto religioso no identificado, un transgénero de patriarca chipriota y madre superiora.
La verdad es que Belfegor, el pobre, era un rollo y la serie aquella de una lentitud tediosa, godardiana. A uno es que los franceses nunca le han convencido para el cine de terror. Les pasa como a nosotros con las películas de tiroteos. No son lo nuestro. Más que tiros, lo que se oyen en el cine español son muchos gritos y pocas balas, mucho aspaviento y mucho «¡la hostia!».
En cuanto a la filmografía del terror, los grandes maestros han sido siempre los anglosajones. Como en la literatura: Walpole, Shelley, Poe en el género gótico, Stephen King en nuestros días. El creador de Belfegor, o sea, de la novela en la que se inspiró la serie, fue Arthur Bernède y siguió esa tradición de crear un apestado literario para cada edificio turístico de la ciudad del Sena: el asesino igualmente enmascarado que rondaba el Palacio Garnier en 'El fantasma de la ópera' de Gastón Leroux, el campanero jorobado que rondaba Notre Dame en 'Nuestra señora de París'… Esos son los verdaderos padres del encapuchado de las Olimpiadas.
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