Con niños en casa es solo cuestión de tiempo que ocurra. Ya saben, ponen la tele, buscan dibujos animados y, de buenas a primeras, un ... día, aparecen. Y cuando lo hacen da la sensación de que es lo único que ponen en la tele: 'LosThundermans', 'Henry Danger' y 'Nicky, Ricky, Dicky & Dawn'. Al principio, cada vez que salían en pantalla, en Boing, les molestaba tanto como un chute de Apiretal. Luego, poco a poco, las quejas tardaban más en llegar. Y de ahí a la aceptación. Un sábado vieron las series con los primos mayores en la casa de la abuela y hasta se rieron. Y así, una tonta tarde de sofá en un fin de semana, aparecieron 'Los Thundermans' y nadie se quejó.
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Bueno, me quejé yo. Me parecían series más bien cutrecillas. Con esas risas enlatadas. Esos salones enormes. Esas paradas de los personajes para escuchar un aplauso. Esos chistes recurrentes y facilones. Esas situaciones que terminan con un batido encima de la cabeza de alguien. Esos capítulos en los que tienen que vender galletas con los scout. Ese amor imposible que nunca sale bien. Ese secundario que dentro de unos años aparecerá en un tabloide por haber robado un supermercado... ¡Demonios! ¡Si son iguales que las nuestras!
Las nuestras, ya saben a qué me refiero, las que nosotros veíamos en los 90: 'Cosas de casa', 'Salvados por la campana', 'Padres forzosos', 'El Príncipe de Bel Air'... Cuando fui consciente del paralelismo, las series de ahora me enternecieron: la fórmula no ha cambiado en treinta años. Y, la verdad, hasta les he pillado el punto. El otro día, viendo 'Nicky, Ricky, Dicky & Dawn', me sonaba la cara de uno de los protagonistas -no sé todavía si era Nicky o Ricky o Dicky-. Lo busqué y, efectivamente, es Número 5 de 'The Umbrella Academy'. Qué rápido se hacen mayores.
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