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Retrato de la escritora Mary Shelley.
Lecturas

El viaje en que se gestó a Frankenstein

Historia ·

Con apenas 16 años, la todavía Mary Godwin se embarcó en una aventura por Europa en la que probablemente se fraguó la que fue su obra inmortal

eduardo laporte

Viernes, 29 de mayo 2020, 20:08

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Todo el mundo sabe, que diría Leonard Cohen, que la imagen de Frankenstein se materializó en Villa Diodati, la imponente mansión en las inmediaciones del lago Ginebra que, a modo de lujoso AirBnB turístico, alquiló lord Byron para reunir a sus amigos en el verano de 1816. Entre ellos se encontraba la joven Mary Godwin, que ese mismo año se casaría con el poeta Percy Bysshe Shelley, de quien tomaría para siempre su apellido.

La descomunal erupción el año anterior de un volcán en Indonesia había arrojado tal cantidad de gases y cenizas a la atmósfera que el tiempo perdió el norte y se habló de 'el año sin verano'. Bajaron las temperaturas, nevó hasta mediados de junio, hubo grandes inundaciones y no paró de llover durante los días en que se alojaron en Villa Diodati sus huéspedes. Un breve confinamiento –desde luego más llevadero que el que ha aislado ahora a medio mundo– que dio pie a la creación del personaje de Frankenstein. Se trataba de contar la historia más terrorífica que se les viniera a la mente. A John Polidori se le ocurrió nada menos que 'El vampiro', con la que inauguraba la vía que explotaría Bram Stoker, y a Mary Shelley el nuevo mito acorde con el mundo que se estaba fraguando. Esto ya lo sabíamos, en aquellos días en Suiza nació Frankenstein pero, ¿cuándo se gestó?

Visitó el castillo donde se cuenta que Conrad Dippel realizaba experimentos de reanimación

Fernando Marías, escritor y padre, valga la paradoja, del proyecto Hijos de Mary Shelley, no ve claro el momento en que un creador da forma a sus criaturas. «Ningún escritor parte de cero cuando se pone ante el folio en blanco. Siempre te remites a cosas, a recuerdos. En su caso, había ya un interés precoz por la ciencia», comenta Marías y, sin embargo, apunta el novelista Miguel A. Zapata, ninguna afición conocida por temas paranormales o de espiritismo, que tanto proliferarían por cierto en el siglo XIX.

Hija de una de las pioneras del feminismo, Mary Wollstonecraft –que murió poco después de dar a luz– y del filósofo William Godwin, la entonces joven escritora pronto demostraría que lo suyo sería romper moldes. Como la propia escapada que protagonizó, con tan solo 16 años y en compañía de su amado Percy, y que ahora reedita el sello Jus, del grupo Malpaso, bajo el título de 'Crónica de un viaje de seis semanas'. ¿Surgió en algunas de esas visiones el embrión de lo que sería apenas dos años después el perfil de Frankenstein? Desde luego, es una pauta de lectura estimulante en un libro de viajes que nos enseña las complicaciones prácticas que requería el turismo de la época y que demuestra las sobresalientes dotes de cronista de la joven Godwin.

El castillo de Frankenstein

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«Salimos de Londres el 28 de julio de 1814, uno de los días más calurosos que se hayan registrado en muchos años». Así leemos al principio de esta breve crónica viajera, que su protagonista vivirá poco antes de cumplir los 17 años. La escribe tres años después, probablemente tras terminar la redacción de 'Frankenstein', que se publicó poco después, de forma anónima, en marzo de 1818, cuando la autora contaba con 21 años.

Fueron casi dos meses de un viaje en la que Mary quedaría embarazada (para posteriormente perder el bebé) y que culminaría en el puerto inglés de Gravesend, la mañana del 13 de septiembre.

¿Pudo ver algo en ese viaje que le llamara la atención, que le preconfigurara la imagen del arquetipo literario que cuatro años después llevaría a la imprenta? Es cierto que salió de su mundo confortable y que sus notas están llenas comentarios reprobatorios sobre los modales de los extranjeros, no sin cierto clasismo. «Desafortunadamente, las maneras de esta gente no son del todo inglesas», escribe sobre la gente de Calais, en su primera toma de contacto con el continente. También escuchó relatos espeluznantes, como que soldados y oficiales de un ejército recién disuelto vagaban ociosos por los caminos y seguramente «secuestrarían a las mujeres».

Según la poeta Lola Moreno, cuando el barco en el que atravesaban el Rin, ya de regreso, atracó en Gernsheim pudieron ver a lo lejos el castillo de Frankenstein. Construido en 1250 y así bautizado desde poco después, el folclore local gustaba de recordar la estancia de Johann Conrad Dippel, que llegó a nacer, en 1673, en dicho castillo. Entre otras excentricidades, fue famoso como alquimista y por afirmar que poseía la clave para el 'principio vital', que permitiría crear vida a partir de materia inanimada, recuerda Moreno. Hay quien sostiene que, dentro del viaje cuya crónica se acaba de reeditar, la hermana de Mary y el propio Percy visitaron personalmente el castillo, donde se cuenta que Dippel se rodeaba de cadáveres para sus experimentos de reanimación. Un siglo después, Luigi Galvani adquiría notoriedad insuflando electricidad en cuerpos animales, sobre todo ranas, jugueteando más aún con la idea de la reanimación de cuerpos inertes. Estas ideas calaron en la sociedad de la época.

Todo un fermento que, una vez que Lord Byron les retó a escribir un cuento terrorífico aquella noche en Villa Diodatio, dio como fruto el relato en el que ya aparecía Frankenstein. Mary Shelley había perdido prematuramente a su hijo, pero había gestado a una criatura que dos siglos después aún sigue viva.

Homenaje dos siglos después

Coincidiendo con los doscientos años de la publicación de 'Frankenstein o el moderno Prometeo', en 2018 se publicó 'Frankenstein resuturado', en una cuidada edición de Alrevés, con Fernando Marías como editor. 21 relatos de distintos autores y 21 ilustraciones recorren década a década el tiempo transcurrido entre la publicación y nuestros días.

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