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IRENE BARBERIA
Sábado, 3 de noviembre 2018, 00:05
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A vueltas con la cuestión de género: si el femenino de amigo es amiga, el femenino de vampiro será vampira. Las reglas gramaticales de formación del femenino así lo indican. Por tanto, quienes se hayan animado a participar de la imperante tradición anglosajona en estas fechas, o al menos así parecen dictarla nuestros centros comerciales, han de saber que no es lo mismo disfrazarse de vampira que de vampiresa. Y eso que en nuestro discurso utilizamos como expresiones sinónimas tanto vampira como vampiresa, vampirina, mujer vampiro o incluso mujer vampira a pesar de la redundancia. Frente a la creencia de parecerse a la versión femenina del chupasangre más famoso, la vampiresa no es una mujer vampiro, al menos, no en castellano. En inglés y francés, el término equivalente a vampiresa sí se recoge como el espectro que vaga por la noche queriendo alimentarse de la sangre de un ser humano. Al contrario, en nuestra lengua, se trata de una mujer muy 'viva', que hace uso de su capacidad de seducción en beneficio propio. Algunos diccionarios recogen los sinónimos de 'tigresa' o 'femme fatale' para esta acepción. Si la obra de Bran Stoker consolidó la idea del vampirismo en la literatura a través de Drácula, veinticinco años antes lo haría Joseph Sheridan le Fanu con 'Carmilla', cuya protagonista era una vampira que seducía a una joven. En esta obra se describían los juegos de seducción que la protagonista ejercía sobre la joven, reivindicando así la femineidad moderna y la diversidad de sexual. Era vampira, y también vampiresa.
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