Vacaciones en un cuadro
Pintura ·
Una ventana que recuerda a una conocida obra de arte conduce a la definición que da Borges del «hecho estético»Caí este verano por un hotel en el que una de las ventanas parecía inspirada en un cuadro de Magritte. Estaba frente a la mesa ... en la que yo trabajaba. Detrás de un magnolio que me tapaba el paisaje y que subía desde el jardín, entre sus ramas y sus hojas ennegrecidas por el atardecer, veía un recuadrito de luz anaranjada que pertenecía a la casa de enfrente, un edificio bajo de dos plantas. Esa luz era la que salía por el ojo de un altillo del que se desparramaba en pendiente un extenso tejado. Me gustaba esa visión que parecía querer decirme algo y que me recordó una cita de Borges: «La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético».
Me gustaba la calidez intimista y acogedora de aquella luz en la que se moverían los huéspedes de esa casa. En el cuadro de Magritte, hay bajo la ventana una farola. En la visión que yo tenía a través de mi cristal, contemplaba dos globos de luz blanca situados más a la derecha que la farola del lienzo, de tal modo que dejaban algo más de espacio para la oscuridad y no enturbiaban el misterio de la luz pálida. ¿Qué misterio era ese? ¿El de la consciencia de permanecer, de seguir aquí, en el mundo, que ganaba relieve en la soledad, cuando se habían hecho el silencio y la noche? Recuerdo que en uno de esos momentos vespertinos apagué la lámpara de mi mesa porque su foco me distorsionaba la visión, me impedía observar el encantador retal de cielo recortado con sus reflejos. Puse al lado del ordenador una vela para distinguir las letras de las teclas. Estaba amagando, así, en aquel instante, uno de esos rituales que eran más propios de mis veinte años que de la edad madura. De mayores dejamos de tener esta clase de momentos, de hacer estas cosas.
El cuadro al que me recordaba la visión que tenía enfrente de mi habitación pertenecía a la serie de 'El imperio de las luces'. Magritte hizo de esa imagen veintisiete versiones. En unas, la luz es amarilla. En otras, de un azul desvaído. La que a mí me sugería la casa que enmarcaba mi ventana, como si se tratara de un enorme lienzo pictórico, tenía la luz vaga y acogedoramente anaranjada.
El hecho estético, sí. ¿Por qué esa imagen objetivamente sencilla me arrancó de la cotidiana ataraxia en que me sumen mis rutinas y ocupaciones, los otros, la vida… para detenerme y hacerme reparar en la magia del instante con esa intensidad? ¿Era en el equilibro de elementos que mostraba, en la luz entre electrizante y narcótica, en lo que residía su secreto?
Leo en un periódico que una de esas versiones se va a vender este otoño en la casa de subastas Christie's Nueva York por más de 95 millones de dólares. Leo también que el cuadro proviene del patrimonio de la diseñadora de interiores rumana Mica Ertegun, que falleció a finales de 2023. Yo he pasado mis vacaciones en ese cuadro y tengo la sensación de que es mi verano lo que va a subastarse.
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