«Trabajé demasiado, escribir es también una forma de llenar la soledad»

Juan Cruz ·

Evoca su etapa como editor y rinde homenaje a través de semblanzas y diálogos «a aquellos que hacen de la literatura alma y oficio»

Iñigo Linaje

Viernes, 22 de agosto 2025, 19:04

El ritual ha prescrito. Ya no es posible desayunar leyendo el periódico del día. Uno pasea por las calles de Madrid al alba una jornada ... laborable y los escaparates de los quioscos amarillean. Si recala en un café, verá autómatas perplejos ante teléfonos que disparan titulares sin contenido, pero rara vez un diario en papel. El papel ha muerto, dicen. La cultura material es una melodía trasnochada. Sin embargo, el periodismo está más vivo que nunca. Más, si uno tiene ocasión de hablar pausadamente con alguien que ha hecho de este oficio un arte con mayúsculas.

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Cuando Juan Cruz (Tenerife, 76 años) aparece puntual, a las diez de la mañana, en la terraza del café Central, en la madrileña plaza del Ángel, todos los periódicos del mundo se abren ante nuestros ojos. El que fuera jefe de Cultura de 'El País', editor y director de Alfaguara y Premio Nacional de Periodismo en 2012 - ahora en Prensa Ibérica- llega a la cita con las gafas de sol en la mano y una camiseta estampada que compró hace años en Menorca. «Me la pongo para recordar a Beatriz de Moura, que vive allí, ahora que ella no puede recordar», explica. De Moura dirigió la editorial Tusquets hasta hace una década y en su catálogo figuran varios libros del periodista. Uno de ellos, 'Por el gusto de leer' (2013), es una extensísima conversación con ella.

Licenciado en Historia y Periodismo por la Universidad de la Laguna, Juan Cruz comenzó a escribir en la prensa a los 13 años. «Me he pasado la vida leyendo periódicos y escuchando la radio. Siendo un niño ya era un lector voraz», dice con un timbre de voz que delata su origen canario. Recuerda cómo ha cambiado la profesión en las últimas décadas, desde que se marchó a Londres como corresponsal hace 50 años: «En Francia o Inglaterra no pasa lo que aquí. Las empresas han dejado que la inmediatez de la web gane terreno al papel. Otro problema es el posicionamiento político de la prensa», dice.

Periodista de formación y escritor por derecho y amor a los libros, publicó en 1973 su primera novela, 'Crónica de la nada hecha pedazos', a la que siguieron, entre otras, 'Retrato de un hombre desnudo' y 'Ojalá octubre'. Todas ellas de un notable acento biográfico. Todas de un alto calado memorístico. Lo mismo sucede en sus crónicas literarias, en especial en la trilogía que forman 'Egos revueltos' (2010), 'Especies en extinción' (2013) y 'Secreto y pasión de la literatura', publicado este año. 1.500 páginas formidables que exploran, a través del diálogo, las trayectorias de numerosos autores. «Este no es un libro sobre escritores, sino sobre personas que escriben», precisa. «Semprún, Cabrera Infante o Marsé no fueron mis amigos por la literatura, sino a partir de ella. Nunca he tenido la sensación de escribir sobre libros sino sobre personas».

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«La poesía debe estar en la prosa. Cuando escribes estás enviando una carta que no puede ser mediocre»

Quince años después de 'Egos revueltos', Premio Comillas 2010, Juan Cruz concibe su último título como una secuela de este. Ambos comparten el mismo espíritu; rinden homenaje «a aquellos que hacen de la literatura alma y oficio». Reúne veinticuatro semblanzas de creadores de las letras sudamericanas y la narrativa española actual, trazadas con la prosa precisa y elegante de un hombre que se ha pasado la vida conversando con los demás, haciendo preguntas, indagando en la intimidad de los otros para conocerse -acaso- a sí mismo.

Hablando de sus maestros en la vida y en la literatura, en concreto de su profesor Emilio Lledó, de Manuel Vicent y Gonzalo Suárez, escribe: «Un periodista que no cultiva la verdad como duda termina siendo un bellaco o una mala persona». Todos ellos, y muchos más, le enseñaron a preguntar y a dudar, pero, sobre todo, a escuchar y respetar la palabra ajena. De esta manera se forjó la personalidad del hombre que más ha convivido con los grandes mitos de la literatura hispanoamericana de los últimos cincuenta años. Juan Cruz no es un periodista al uso. En sus crónicas, artículos y entrevistas su voz aparece siempre de soslayo, bien como interlocutor directo, bien como ser humano empático. Y eso es lo que da sentido a sus trabajos: un prurito de compartir experiencias con los otros y una curiosidad infinita -cual sed salvaje- como guía de conocimiento.

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Perfiles mínimos

En 'Secreto y pasión', los diálogos con Cercas, Fernando Aramburu o Almudena Grandes rezuman afinidades y recuerdos que sirven de retrato del conversador que se sienta a su lado. Por eso, la voz más refinada del escritor la encontramos en esos perfiles mínimos (casi obituarios de Berger o Zambrano) que, en apenas una página, esbozan con una pincelada no la obra de un artista sino la esencia de su alma. Un minimalismo que se sirve, a veces, de los recursos de la lírica. «La poesía -sostiene Cruz- debe estar en la prosa. La poesía es lo que tú estás oyendo que dices. Cuando escribes estás enviando una carta a alguien, y esa carta no puede ser mediocre».

«Mario era una persona muy atenta a su época. Nunca discutimos de política ni lo vi fuera de su esencia»

«No escribo sobre libros sino sobre personas», dice el amigo de Marsé, Semprún, Cortázar, Saramago...

Muchas de las crónicas que incluye en su último libro y en 'Egos revueltos' son una remembranza -a trazos- de su propia vida. El escritor, el cronista, el poeta nos habla del vacío, de sus huecos personales. «Escribo este libro porque estoy lleno de huecos», dirá en 'Especies en extinción', el particular memorial de sus años en Alfaguara. Ese tomo de la trilogía es el que revela más aspectos de su intimidad: el nacimiento de su hija Eva, la ruptura y el reencuentro con su mujer, la historia de amor con Dulce Chacón, sus problemas de salud y sus sombras y soledades. Es el diario de un editor que no deja de viajar por ferias y ciudades: México, Buenos Aires, Frankfurt, Barcelona.

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Una hora después de iniciar la conversación, el escritor entra en el café, pide al camarero agua con gas y dice al volver: «Una vez estuve aquí con Günter Grass y Jaime Salinas». El café Central, el club de jazz por el que han pasado colosos del género como Tete Montoliú, acaba de anunciar su cierre después de cuarenta años. Igual que la prensa en papel, el local ha sido durante décadas un diario musical de la noche madrileña, víctima ahora de la especulación inmobiliaria.

Juan Cruz se acomoda en otra silla, abre la botella de agua y evoca episodios de su época de editor. Habla de su compromiso absoluto con los autores, de responsabilidades, de desencuentros. «Quería ser otro, la persona que triunfa en las reuniones, el que aguanta hasta la última copa», escribe en sus memorias.

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- ¿Era necesaria tanta entrega?

- Seguramente no era necesario para ellos, pero sí para mí. Porque estaba solo. La soledad te lleva a estar más tiempo con los demás. Quizás mi entrega fue excesiva, pero lo volvería a hacer. Es verdad que trabajé demasiado... Escribir es también una forma de llenar la soledad. A veces, cuando no encuentras una palabra es como si perdieras una guagua. Puedes esperar a la siguiente, sí, pero se puede hacer de noche. A veces -muchas veces- la vida es de noche.

Estos días ultima la edición de una antología de sus entrevistas. Ha hecho cientos, miles, y reconoce que sus trabajos periodísticos han tenido mejor acogida que sus novelas. La conversación más apasionante de su vida -confiesa- la tuvo con Borges en 1983. Fue una entrevista involuntaria que tiempo después publicó Juan Cueto y que comienza con esta sugerencia: «Borges, me gustaría preguntarle por las banderas...». Cuarenta y dos años más tarde le devuelvo a Juan la pregunta y dice: «Soy una persona que quiere que la gente sea de todas las partes a la vez. No soy nacionalista».

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El amigo de Cortázar, Onetti, Saramago. El confidente de Azcona, Marías, Goytisolo. En 'Secreto y pasión de la literatura' está el letraherido y el reportero que construye diálogos torrenciales con precisión milimétrica y lenguaje poderoso, pero también el niño que roba en un quiosco una revista porque no tiene dinero y el enamorado que arroja 'Últimas tardes con Teresa' al barro tras un desengaño. El libro está lleno de vida, pero también de despedidas. Juan Cruz recuerda mucho en estas páginas -y recuerda ahora- y se le cae el rostro cuando evoca a Mario, su amigo perdido. «Era un escritor extraordinario», dice. Y el fantasma de la tristeza se revela en sus ojos. Tras una pausa, añade: «Fue una persona muy atenta a su época. Yo le acompañé a Palestina y a otros destinos. Nunca discutimos de política ni lo vi fuera de sí: de su esencia, que era su literatura y el respeto por la ajena».

«Ahora estoy escribiendo el libro de mi madre»

Los proyectos más inmediatos de Juan Cruz están vinculados a los viajes y a los libros. «Dentro de unos días me voy fuera de España durante un mes, y es como si naciera otra vez y volviera a ser aquel muchacho que tenía miedo al vacío. Ahora tengo que llenar ese vacío con la escritura. Tengo título para mi próximo libro: se llamará 'En casa de Gabo', porque lo escribiré en la misma casa en que García Márquez escribió 'Cien años de soledad'».

No puede haber mayor privilegio -le digo- que escribir en la misma residencia en la que su amigo concibió su obra maestra. Pero lo hay. Y responde a otro de sus proyectos: «Ahora estoy escribiendo el libro de mi madre. La editorial me lo sugirió porque hablo mucho de ella». En su estancia en México escribirá sobre su progenitora y sobre la lectura que impulsó ese texto futuro que bautizará con su nombre.

«Acabo de terminar de leer una obra hermosa: 'Música blanca', de Cristina Cerezales, la hija de Carmen Laforet. Y me dio la impresión de que tenía un mensaje que venía de lejos. El libro alterna recuerdos y charlas con su madre hasta que dejó de hablar... Mi madre no era una persona culta, pero hablaba muy bien. De niño me hablaba continuamente por mis problemas de asma... Al cabo de los años enfermó de cáncer y hubo un momento en que decidió callarse».

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