Machado junto a Rosario del Olmo, que le entrevistó en diciembre de 1933 en el antiguo Café de las Salesas. La fotografía de Alfonso Sánchez Portela, gran retratista de la época, coloreada por Navarrete, se convirtió en el retrato más conocido del escritor, del que a menudo la periodista ha sido borrada. Alfonso Sánchez Portela
Antonio Machado

Del sol de la infancia al invierno del exilio

Golpe a golpe, verso a verso. ·

Recorrido por las ciudades que determinaron el itinerario vital de Antonio Machado

Carlos Aganzo

Sábado, 26 de julio 2025, 00:07

Murió como como predijo: casi desnudo, como los hijos de la mar. El día de su último viaje, en el bolsillo del gabán llevaba tres ... apuntes, del todo reveladores: los recuerdos en alejandrino de «estos días azules y este sol de la infancia»; las últimas correcciones del misterioso poema del papagayo verde, dedicado a Guiomar, y el «ser o no ser» de Shakespeare. Es decir: la luz de su Sevilla natal, el canto del amor hasta el último suspiro, y el testimonio de su condición, tanto o más que poeta, como sabio y pensador de su tiempo. El símbolo de todas las expatriaciones y las guerras perdidas al final de una vida en itinerancia, ciudad tras ciudad, camino tras camino como estelas en la mar.

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Sevilla, un huerto claro donde madura el limonero

En Sevilla, el niño Antonio Machado creció viendo pasar los vapores por el río, camino del mar abierto, en la casa de sus abuelos maternos en Triana, donde la familia iba los fines de semana. Así que el poeta nació como murió, algo marinero. Y desde luego también algo príncipe. Su hermano Manuel no llegó a tanto: se tuvo que conformar con venir al mundo en una casita en el barrio de la Magdalena, unos meses antes de que la familia se trasladara al Palacio de las Dueñas. Allí vio la luz por primera vez Antonio Machado, el 26 de julio de 1875, y vivió hasta los cuatro años en un apartamento habilitado en los bajos del palacio, propiedad del decimoquinto duque de Alba, que por vivir fuera de España lo dejó en arriendo a una docena de familias.

Sevilla es la evocación de las primeras luces, pero sobre todo representa la impronta de su familia. Una familia singular encabezada por el abuelo paterno, don Antonio Machado Núñez, naturalista, geólogo, botánico, antropólogo, ornitólogo, librepensador, darwinista, furibundo republicano… Médico que dejó su oficio por no ser capaz de salvar la vida de una paciente, y que además de llegar a ser rector de la Universidad Hispalense, fue gobernador civil en 1868, y más tarde alcalde de la ciudad. Y, de manera especial, por su abuela paterna, Cipriana Álvarez: la que firma el retrato del poeta a los cuatro años, y la que dio a conocer a los niños Manuel, Antonio y José los velázquez, murillos y rembrandt del Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Fue en Triana donde se conocieron Ana Ruiz y Antonio Machado Álvarez, los padres del poeta. Ella acompañaría después a su hijo Antonio hasta el último instante de su vida. Él, sin embargo, murió demasiado pronto. «Esta luz de Sevilla... Es el palacio / donde nací, con su rumor de fuente. / Mi padre, en su despacho. -La alta frente, / la breve mosca, y el bigote lacio-»: así recuerda Antonio Machado a su padre, más conocido como Demófilo (el amigo del pueblo): republicano, masón y anticlerical, sobre el que pesó decreto de excomunión en Sevilla para quienes leyeran sus obras, y pionero e introductor del folclore en Andalucía y en España.

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Madrid, en el buen sentido de la palabra, bueno

El 8 de septiembre de 1883, cuando Antonio tenía ocho años, la familia al completo se trasladó a Madrid. El abuelo Antonio, la abuela Cipriana, el tío abuelo José (que era discapacitado y artista aficionado), los padres Ana y Antonio y los niños Manuel, Antonio, José y Joaquín. Más una criada. Todos con la esperanza de encontrar una nueva vida al amparo de la cátedra de Zoografía en la Universidad Central del abuelo.

El objetivo era prioritario: dar a los cuatro niños una educación digna de su tiempo en la Institución Libre de Enseñanza, de acuerdo con los principios krausistas de Giner de los Ríos, amigo de la familia. «Sed buenos y no más», el lema de la ILE, como recordaría siempre Machado. Así que en la Institución el poeta se hizo, en el buen sentido de la palabra, bueno para siempre, si bien su ingreso en el instituto de San Isidro, al cumplir los trece y terminada la escuela elemental, resultó algo calamitoso. Dieciséis años tardó en sacar su título de bachiller… Algo o mucho tuvieron que ver en eso las dificultades económicas de la familia y la muerte del padre, cuando el poeta tenía 17 años. Tres años más tarde moriría también el abuelo. «Abuela queda viuda y regala casa. Madre inútil. Todos viven pequeña renta abuela. Casa desmantelada. Familia empeña muebles. No trabajan ya hombres. Casa de la picaresca», escribe Juan Ramón Jiménez, en su libro 'El Modernismo'.

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Con su hermano Manuel en una imagen de su infancia, hacia 1883. Emilio Beauchy

Son los tiempos de buscar trabajo como meritorio en el teatro, pero sobre todo de pensar en marcharse a París. Dos viajes y dos fracasos en lo pecuniario, aunque no en lo literario, ya que de París los hermanos Machado regresarán con el gusto del simbolismo y el modernismo. Entre uno y otro viaje, en 1901, a raíz del éxito (y escándalo) de la puesta en escena de Electra, de Galdós, en Madrid, Manuel Machado consigue el puesto de secretario de la revista que surge con el mismo nombre. Y ahí se publican los dos primeros poemas conocidos de su hermano Antonio. De regreso de su segunda andanada parisina, en 1902, Machado entregará a la imprenta 'Soledades', que en 1907 se convertirá en 'Soledades. Galerías. Otros poemas', coincidiendo con la salida del poeta para Soria.

Soria, amor, poesía y campos de Castilla

En Soria, Machado vivió los momentos más dulces de su vida. Y también algunos de los más amargos. Dejó atrás su vida bohemia para sentar cabeza como profesor de francés, y superó su primera filiación modernista para convertirse en poeta de «lo esencial» con Campos de Castilla. Allí conoció a la hija de la patrona de su pensión, Leonor, que tenía trece años. Él tenía 32, y venía precedido de cierta fama de republicano, poeta y hombre de mundo. Antonio no tardó un año en pedirle a su padre, el guardia civil retirado don Ceferino, la mano de la niña. Y enseguida se convirtieron en la comidilla de la ciudad, hasta el punto de que el día que se celebró la boda, el 30 de julio de 1909, a la salida de la iglesia se organizó un tumulto que estuvo a punto de que don Ceferino regresase a la pensión para hacer uso de su arma reglamentaria.

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En Soria se casaron Antonio y Leonor cuando ella cumplió los 15. Se fueron de viaje de novios y el escritor le prometió que un día la llevaría a París. La promesa la cumplió gracias a una beca de ampliación de estudios del Ministerio de Instrucción Pública. Siete meses después estarían de vuelta, ya que Leonor había enfermado de tuberculosis. De regreso a Soria, la pareja luchó durante poco más de un año contra la enfermedad. Y Leonor se marchó definitivamente el 1 de agosto de 1912. Allí quedan todavía el olmo seco, cuyas hojas verdes hicieron creer un día a Antonio que su esposa podría recuperarse, y también la tumba de Leonor, en el cementerio del Espino.

Baeza, el nacimiento del sabio, a solas con su sombra y con su pena

A Baeza llegó el poeta con 37 años, y se marchó con 44. Aquí redactó 'Los complementarios', su libro más personal; forjó su relación intelectual con la Generación del 98 y la del 14; recibió la primera edición de sus 'Poesías completas', y escribió una buena parte de sus 'Nuevas canciones'. Machado llega a la «Salamanca andaluza», como la bautiza en una carta a Unamuno, para cubrir la vacante de la cátedra de Gramática Francesa que demandaba el Instituto General y Técnico de la Santísima Trinidad. A solas con su sombra y con su pena, vivió una larga temporada con su madre en la calle de Gaspar Becerra, donde con toda la frecuencia de la que fueron capaces acudieron a verle sus hermanos. Y aquí conoció a Federico García Lorca.

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Estando en Baeza, Machado se matriculó por libre en Filosofía y Letras en la Universidad Central. Acudió cada convocatoria a presentarse a los exámenes en

Madrid, y en 1918 obtuvo su licenciatura, a la que sumó de inmediato el doctorado. Ese fue el gran servicio que le prestó su soledad en Baeza, pero también su pasaporte para abandonarla, ya que en octubre de 1919 regresó a Madrid, dispuesto a tomar un empleo más cualificado en Segovia.

Escenarios vitales. El aula donde daba clase en Soria, el edificio Metrópolis de Madrid y la Plaza Mayor de Segovia. Ilustraciones del libro 'Las ciudades de Machado', escrito por Carlos Aganzo y editado por Tintablanca. Daniel Parra

Segovia, la bandera de la República y la cuesta de los Desamparados

3,50 pesetas al día. Eso costaba la habitación que Machado alquiló en la pensión de doña Luisa Torrego, en la segoviana cuesta de los Desamparados. Una habitación que tenía el inconveniente de que había que pasar por la de otro huésped antes de llegar a la suya, pero que por el precio le permitía viajar cada viernes a Madrid. Además de francés, empezó a impartir clases de Lengua y Literatura en el Instituto General Técnico de la ciudad. Entre semana, participaba activamente en la tertulia de San Gregorio, en el taller del alfarero y ceramista Fernando Arranz, un cónclave en el que surgió la idea de crear la Universidad Popular Segoviana.

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En Segovia, Machado vivió alguno de los sucesos más sonados de la época, como el asesinato de Eduardo Dato o el golpe de Estado de Primo de Rivera. Y aquí se produjo su momento de mayor implicación política en la causa republicana. El 14 de abril de 1931, será uno de los encargados de izar la bandera de la República en el balcón del Ayuntamiento. Consolidado como poeta, al tiempo empezará a cobrar fama de e intelectual. En el número 3 de la Revista de Occidente publicará sus 'Proverbios y cantares', antes de que en 1924 salgan a la luz sus 'Nuevas canciones'. Aquí se van forjando también sus apócrifos Abel Martín y Juan de Mairena, y se producirá otro hecho trascendental: el encuentro con Pilar de Valderrama, la Guiomar que le devuelve las ganas de escribir poesía. 38 tenía Valderrama cuando se presentó en la ciudad con su libro 'Huerto cerrado', tras descubrir que su marido la engañaba con una joven que acababa de suicidarse arrojándose por un balcón; y Machado, 52. En Segovia se enamoraron, y los encuentros continuarían después en Madrid. En 1929 aparecerían publicadas las primeras 'Canciones a Guiomar'.

Regreso a Madrid, rompeolas de todas las Españas

Desde noviembre de 1919, Machado vive en Madrid de viernes a domingo. El triunfo de la traducción, junto a su hermano Manuel, de 'Hernani', de Víctor Hugo, propiciará ese mismo año que su protagonista, la actriz María Guerrero, les encargue una obra original. Tardarán en hacerlo, hasta que en 1926 se estrenará por fin 'Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel', con un gran éxito. Sucesivamente se irán estrenando en la capital de España 'Juan de Mañara' (1927, el mismo año en que Antonio Machado es elegido miembro de la Real Academia Española), 'Las adelfas', 'La Lola se va a los puertos', 'La prima Fernanda' y 'La duquesa de Benamejí'.

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En 1932 Machado ocupará su plaza, reconocida el año anterior, en el instituto Calderón de la Barca, como catedrático de Francés. Y allí permanecerá hasta que en 1935, con sesenta años y después de casi tres decenios de carrera docente, se trasladará al instituto Cervantes. En todo este tiempo, y desde 1928, Machado vivía su relación secreta con Pilar. Durante casi ocho años mantuvieron una cita prácticamente semanal, primero en los jardines de la Moncloa o del Parque del Oeste, pero enseguida en su «rincón conventual» del café Franco-español, en el barrio de Cuatro Caminos. Hasta que dejaron de verse poco antes del estallido de la guerra, cuando ella salió con su familia para Portugal.

En noviembre de 1936, solo unos meses después del golpe de estado, Rafael Alberti y León Felipe se presentaron en su casa de la calle General Arrando para tratar de convencerle de que abandone la ciudad, lo que solo consiguieron con el compromiso de que con él viajara toda su familia. El 24 de ese mes sale de Madrid, rumbo a Valencia, la caravana de los Machado, a los que acompañan otras glorias de la República: dos autobuses, escoltados por un grupo de milicianos y cuatro carros de combate. Don Antonio, que ya ha cumplido los 61, deja en Madrid su casa, sus libros… y su vida.

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Rocafort, un poco de paraíso en mitad de la guerra

El chalet de Villa Amparo, en Rocafort, será el último refugio antes del infierno final. Un año y medio de vida en familia con Ana, su madre, sus hermanos José y Francisco, las cuñadas y las seis niñas, tres de cada matrimonio. «Un poco de paraíso» antes de que los bombardeos, a partir de enero de 1938, barrieran el Levante de Cartagena a Gerona. Aquí llegó el poeta en diciembre de 1936, y aquí cumplió los sesenta y dos años, con un deterioro de la salud que evidencian las fotografías del momento, que dan buena cuenta del desgaste de un Machado que ya nada tiene que ver con aquel retrato mítico del café de las Salesas que le tomó el fotógrafo Alfonso en 1933.

Siguió escribiendo sin descanso: poemas, algún manifiesto y artículos periodísticos

En Villa Amparo Machado siguió escribiendo sin descanso. Unos pocos poemas «de circunstancias» y un sinfín de artículos para periódicos y revistas. Además de la propaganda: sus discursos en la Casa de la Cultura o en la plaza de Emilio Castelar; el homenaje a Lorca o el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que organiza la Alianza de de Intelectuales Antifascistas en Valencia, y en la que Machado fue «la figura central», como escribió el poeta cubano Nicolás Guillén. También la publicación de su último libro, 'La guerra', ilustrado por su hermano José. Cuando llega la orden, antes que a Barcelona, el poeta piensa en marcharse a Moscú. Allí, escribe, «mi hermano José y yo trabajaríamos para no ser gravosos en esa tierra hospitalaria, sirviendo, además, de todo corazón, la causa de España y de sus relaciones con la URSS». Una ambulancia viene a buscarlo, y de nuevo sale con lo puesto.

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Barcelona, el final del sueño la República

En Barcelona pasó Machado algo más de nueve meses. La ciudad en ruinas le acoge como un héroe. Escombros, hierros retorcidos, boquetes, refugios antiaéreos… el fruto de 51 acciones de castigo desde el aire, especialmente duras las de los días 16, 17 y 18 de marzo, en los que cayeron 44 toneladas de bombas sobre la ciudad condal. Primero alojados en el hotel Majestic, donde el poeta vive incómodo y desasosegado. Finalmente, en el «palacio abandonado» de Torre Castanyer, incautado a su última propietaria, la marquesa de Moragas. El último hogar de los Machado. El invierno, cuando el frío húmedo de Barcelona se hizo fuerte en la casona, resultó fatal para la salud del poeta, con una bronquitis de la que no se terminó de recuperar.

En Barcelona Machado escribe todavía unos pocos poemas, y algún manifiesto, pero sobre todo se entrega a los artículos periodísticos, especialmente en La Vanguardia. 26 en total, la mayor parte de ellos dedicada a criticar la traición de los gobiernos británico y francés a la República española. El 22 de enero de 1939 Antonio, su madre, su hermano José y su cuñada Matea abandonan Barcelona en una ambulancia, formando parte de una pequeña caravana que irá sumando a lo último que queda ya de los intelectuales de la República. En cinco días, Gerona y las masías Can Santamaría y Mas Faixat. El paso por caminos vecinales hasta llegar, el 27 de enero, a Portbou. Una terrible procesión de coches, ambulancias, carros, camiones, hombres, animales, enseres… que se detiene abruptamente a 500 metros de la frontera. Allí lo dejan todo, incluido el maletín con las últimas posesiones de Machado, para continuar a pie bajo la lluvia, hasta el puesto fronterizo.

Collioure, se canta lo que se pierde

«Yo no debía salir de España. Sería mejor que me quedara a morir en una cuneta», le había dicho el poeta a Tomás Navarro Tomás. El grupo familiar cruza la frontera y consigue pasar gracias a que su amigo Corpus Barga, que tiene residencia francesa, convence a la guardia senegalesa de que Machado es «el Paul Valéry español». En medio de las levas de republicanos con destino a los campos de concentración franceses, la familia consigue pasar unas horas de la noche en un vagón en vía muerta. La mañana de día 28, Corpus Barga y Tomás Navarro Tomás regresan con algo de dinero. Esa misma tarde deciden coger el tren para Collioure.

Una vez llegados a Collioure, y para llegar al hotel Bougnol-Quintana, la comitiva tiene que detenerse en la bonneterie-mercerie de Juliette Figuères, antes de atravesar la riada del río Douy en su desembocadura. Doña Ana, la madre de Machado, le pregunta entonces a Corpus Barga, que la lleva en brazos: «¿Llegamos pronto a Sevilla?» Al otro lado de la inundación les espera Pauline Quintana, conocida simpatizante de la República. Machado no llegará a pasar un mes en Collioure. Todo cuanto ocurrió esos días en este pueblecito de pescadores, antiguo puerto fortificado, forma parte del martirologio de este santo laico, que se convirtió allí en símbolo permanente de la guerra española: las noticias de Bergamín desde París, con la oferta de trasladarse allí con el apoyo de la Asociación Internacional de Escritores; el descubrimiento de que los dos hermanos comparten una sola camisa el día que toca lavar, y tienen que bajar por turnos al comedor; la bajada a la playa y al barrio de los pescadores, donde Antonio le dice a José: «¡Quién pudiera vivir allí tras una de esas ventanas, libre de toda preocupación!»; el diagnóstico fatal el 18 de febrero del doctor Cazaben…

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A las tres y media de la tarde del 22 de febrero de 1939 Machado se marchó definitivamente. Envuelto en la bandera de la República, que la noche anterior terminó de coser la propia Juliette Figueres, el ataúd fue escoltado por la Segunda Brigada de Caballería 'Andalucía', a la que dejaron salir por un tiempo del Castillo Real, convertido en prisión; se detuvo un instante frente al Ayuntamiento, donde se le rindieron honores, y siguió hasta el cementerio. Una amiga de la señora Quintana, había cedido al poeta un nicho de su familia; otra piadosa vecina haría lo propio, tres días más tarde, con su madre. Años después, en 1957, los cuerpos de Machado y de su madre se trasladaron a su tumba actual. «Ici repose Antonio Machado, mort en exil».

«Se canta lo que se pierde», decía en su bolsillo el verso donde, perdida ya la esperanza de volver a encontrarse con Pilar de Valderrama, había cambiado «te daré» por «te enviaré mi canción». Pensaba Machado sin duda en el amor y en la vida perdidos definitivamente. Pero también sus palabras se quedaron para siempre como epitafio de esa República a la que entregó su último aliento, antes de convertirse en símbolo universal del exilio. De todos los exilios.

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