Un sentimiento que tortura y hace volar
Intensidad. El historiador Nick Trend refleja en un libro lleno de matices cómo artistas de distintas épocas y estilos interpretan la pasión amorosa
El amor surge del cuerpo y empapa el alma para proyectarnos fuera de nosotros mismos y hacia individuos que consideramos convenientes. Lo describió así, sucinta ... y rotundamente, René Descartes, alguien al que, teóricamente, no podríamos vincular con el arrebato sentimental. El filósofo francés abogaba por lograr el equilibrio entre la razón y las pasiones, que el alma consiga domeñarlas y guiarlas hacia un fin adecuado. Con frecuencia, no suele ser así y el sentimiento nos conduce al exceso, aunque también es positivo y fecundo, capaz de sugerirnos todo tipo de expresiones, incluso artísticas.
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El amor no tiene edad, pero el primer registro de su existencia plástica nos conduce hasta Oriente Medio, al año 11.000 a.C. y a unos desconocidos sujetos cuyos contornos se difuminan en un intenso abrazo. Los amantes de Ain Sajri, una cueva cercana a Belén, parecen fundirse en un guijarro de calcita tallado con una punta de piedra. Esta primera manifestación romántica, propia de la cultura natufiense, ha tenido continuidad y ha llegado pujante hasta nuestros posmodernos días.
Quizás aún no cultivábamos, pero ya nos amábamos. El ensayo 'El amor a través del arte' (Cinco Tintas), del periodista e historiador Nick Trend, aporta una selección de obras según el criterio de las diversas naturalezas, identidades y etapas del sentimiento. Artistas de toda condición reflejan su interpretación porque, tal y como el autor señala, «al igual que el resto de nosotros, no son inmunes a la emoción, a la decepción o a la química del deseo». Tan sólo nos diferencia esa elocuencia de la expresión.
Frida Kahlo y Diego Rivera. El amor desequilibrado
El refranero sostiene que el amor hace iguales a los que no lo son. Pero esta sentencia popular queda en entredicho cuando hablamos de Frida Kahlo y Diego Rivera. Ni siquiera la pasión pudo situarlos en el mismo plano. Quizás porque siempre, en la pareja, un miembro ama más o de forma diferente. El autor selecciona un retrato de ambos pergeñado por la pintora en el que se muestra visualmente su enorme diferencia.
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Las manos unidas parecen reflejar la íntima conexión, pero la puesta en escena de uno y otra difieren sustancialmente. La autora consigue reflejar esa distancia en la diferencia de volúmenes, el cromatismo adusto del muralista y el vibrante de su propio atuendo y la distancia que imprimen sus miradas.
La pintura sugiere algunas claves del convulso matrimonio y la subordinación de la creadora al gran hombre, el muralista de peso internacional, pero también la realidad de la pareja, marcada por el conflicto y las vidas y amores paralelos. Kahlo, hoy considerada una de las grandes del arte contemporáneo, trasladaba al lienzo su torturada existencia, el sufrimiento físico y sentimental con gráfica y surrealista intensidad.
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Marc y Bella Chagall. El amor ingrávido
A veces, el amor despega nuestros pies de la realidad cotidiana y nos hace volar. Danzamos en el aire, ajenos a la posibilidad de que la caída resulte imprevista y dolorosa. 'El cumpleaños' es una celebración de esa facultad para elevarnos sobre nuestra realidad gracias a las alas que proporciona el enamoramiento. Con una expresividad tan ingenua como efectiva, la obra de Marc Chagall transmite ese estado de ingravidez.
El pintor bielorruso se alza del suelo y abandona las convenciones de la perspectiva y la figuración clásica para dar cuenta del amor por Bella Rosenfeld, la mujer que amaba. El autor desafía la lógica y se retuerce en el aire para besar a su esposa. Las incoherencias figurativas proporcionan a la habitación una mágica sensación, como si la pasión se hubiera expandido por la casa y participara de la misma feliz alienación. El resultado es una celebración del amor.
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El trabajo de Chagall se nutre de esa imagen onírica y del universo visual de la tradición jasídica y rusa, rica en metáforas y alusiones al cuento y la leyenda. El hombre que vivió la cruel desaparición del mundo que había conocido, el de las comunidades judías de Europa Oriental, ascendió sobre el horror para darnos cuenta del mayor de los gozos.
Lotte Laserstein y Traute Rose. El amor cómplice
El amor no siempre grita, en ocasiones se desliza en la intersección de dos miradas, en un breve intercambio de palabras o a través de gestos que requieren lecturas subliminales. El caso de Lotte Laserstein representa el de muchas artistas que, lentamente, van siendo rescatadas del olvido. Ella fue una de las primeras alumnas de la prestigiosa Academia de Bellas Artes de Berlín y miembro de la corriente de la Nueva Objetividad. Como judía, tuvo que huir de Alemania tras el triunfo nazi.
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El título, 'En mi estudio', parece evocar una mera alusión al trabajo creativo, pero el primer plano del cuerpo desnudo de Traute Rose, su amiga modelo, desvela una sensualidad evidente. Hay un juego sutil, un mensaje velado que la artista quiere transmitir a través de las formas voluptuosas de su probable amante. Como Tamara Lempicka o Romaine Goddard, ella es una de las pioneras en la expresión del amor lésbico, entonces vehiculado mediante alusiones compositivas y sugerencias plásticas.
Dora Carrington y Lytton Strachey. El amor bohemio
La monogamia proporciona el habitual marco de relaciones del amor. Pero la realidad ha sido otra frecuentemente. La multiplicidad de parejas, simultáneas o consecutivas, consentidas o clandestinas, socava la idea romántica del enamoramiento perpetuado en el tiempo bajo el compromiso de la fidelidad inherente. La irrupción del feminismo, impulsado por los movimientos sufragistas y la creciente autonomía de la mujer, siquiera en los círculos burgueses, alentó esta revolución de costumbres a lo largo de las primeras décadas del siglo XX.
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La experiencia bisexual de la pintora Dora Carrington nos muestra esta nueva interpretación. El retrato de Lytton Strachey, objeto de su deseo a pesar de la condición homosexual del autor, evidencia esa nueva mirada. La proximidad física nos habla de la intimidad de la relación y el cuidado de los detalles delata el cariño depositado en la factura. Ambos formaron parte del Círculo de Bloomsbury, una agrupación de artistas e intelectuales que compartían un ideario similar en lo que respecta a los cambios sociales, políticos y sexuales.
Clifford Prince King. El amor gay
El arte nunca ha permanecido ajeno a las minorías sexuales. De forma velada o explícita, las manifestaciones eróticas se han sucedido en la historia del arte con el magnífico antecedente de la estatuaria de la Antigua Grecia. La plástica contemporánea abunda en nombres de artistas homosexuales que plasman su orientación y proyectos de vida, desde dúos como Gilbert and George y Pierre et Gilles a autores fundamentales de la talla de Robert Mapplethorpe, Keith Haring y Félix González-Torres, entre otros.
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La elección de Clifford King Prince, un fotógrafo de limitada proyección, no es casual. Frente a otras perspectivas mucho más kitsch o combativas, relacionadas con problemas tan graves como el sida, la mirada de este creador se centra en cuestiones de última frontera, como este tipo de relaciones en el seno de la comunidad negra norteamericana, aún lastrada por un fuerte machismo. La imagen de 'Sonny y David' infunde una visión del amor nada disruptiva. La contemplación de los compañeros dormidos refleja la paz y cotidianidad del consenso y confianza mutua.
Winslow Homer y Helena de Kay. El amor perdido
El amor es lo único que da sentido a la vida. La sentencia resulta poderosa pero ese enaltecimiento comporta una trampa en sí misma. Porque, ¿qué sucede cuando el sentimiento se rompe y nos despoja de ese estado que, antes, nos hacía levitar? ¿Cómo sobrevivir en la soledad y sometidos al flagelo del desamor? El 'Retrato de Helena de Kay' constituye una sutil aproximación al desconsuelo. El pintor estadounidense Winslow Homer abandona coyunturalmente su querencia por el paisajismo plaenairista para profundizar en el interior tan doméstico como sentimental de la modelo.
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Los pétalos diseminados en el suelo nos dan la pista sobre la naturaleza del duelo de la protagonista. Las rosas rojas, al parecer, poseían un especial significado para Helena de Kay y su desmenuzamiento refleja el desconsuelo. Los colores morados del fondo y negros de la vestimenta y, sobre todo, la cabeza derrumbada y el gesto absorto, evidencian el dolor. La desesperanza se proyecta y no hay consuelo.
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