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Ilustraciones elaboradas por Laura Piedra, Mari Carmen Navarro y Laura Rico
Alta infidelidad

Alta infidelidad

ESPECIAL SAN VALENTÍN 2021 ·

Artes plásticas. Ya sea en respuesta a un encargo difícil o a un exorcismo personal, el arte ha elevado la infidelidad hasta dotarla de ideología propia

begoña gómez moral

Viernes, 12 de febrero 2021

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El aprecio por la pintura de August Strindberg es cada vez mayor. El gran dramaturgo sueco era también ocultista, alquimista y telegrafista; como pintor ejerció solo en momentos de estrés afectivo, que en su caso fueron frecuentes. A juicio de sus biógrafos, las tres veces que se casó lo hizo con mujeres de difícil encaje en un modelo de matrimonio que tampoco se adaptaba a la personalidad del escritor. Entre boda y boda pintaba extraordinarios paisajes y marinas, que titulaba a veces 'El pueblo' o 'En la costa' y otras veces 'Soledad' o 'Noche de celos'. Su amigo Edvard Munch, que permaneció soltero, expresó el dolor de la infidelidad en escenas muy alejadas de esos tormentosos óleos casi abstractos, aunque igual de efectivas. Son 'Celos' en el jardín, en la piscina o entre cuatro paredes que han dado lugar a estudios específicos sobre el particular tono verdoso de esos personajes, que miran como enajenados al espectador mientras, al fondo del lienzo, se produce la traición amorosa. En el extremo opuesto a las brumas escandinavas, Frida Kahlo y Diego Rivera formaron un matrimonio marcado por la mutua infidelidad. A la pintora mexicana le dolió especialmente el engaño con su hermana, que las biografías sitúan alrededor de 1934. Durante esa época Frida se cortó la magnífica trenza que a menudo la caracteriza y dejó constancia en varios lienzos. Pocos años después pintó 'El ciervo herido' y el 'Autorretrato con collar de espinas' durante el periodo tumultuoso del divorcio y la nueva boda con Diego. Con esas pinturas ensanchaba la simbología de la infidelidad, igual que la hiedra, el mirto y la lealtad del perro formaban parte desde el pasado remoto de la iconografía contraria, el 'semper fidelis' visual, con ejemplos célebres como el 'Matrimonio Arnolfini'.

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Un columpio

Jean-Honoré Fragonard plasmó en 'El columpio' el paradigma de la exuberancia Rococó en una escena sobre la infidelidad en rosa, azul y verde. Al parecer, otro pintor antes que él rechazó el encargo por considerarlo demasiado atrevido incluso para las costumbres laxas del 'ancien régime' francés. Entre la nobleza, era frecuente el matrimonio de conveniencia y, una vez asegurada la descendencia, marido y esposa hacían vidas aparte. Aun así, la escena resultaba procaz. El supuesto amante, escondido entre los arbustos, mira extasiado las enaguas de la joven, que lanza un zapato al aire. En el extremo izquierdo, una estatua de Cupido alude al secreto del amor furtivo con un dedo sobre los labios. Por el lado del marido, un pequeño can blanco ladra indignado ante la falta de lealtad. No hace mucho el cuadro volvió a suscitar controversia cuando Disney lo alteró en una escena de 'Frozen', donde la princesa Anna canta y baila mientras adopta las poses de las protagonistas de varias pinturas. La más reconocible es 'El columpio', solo que el amante ha desaparecido. Simplemente no está, como en un retoque fotográfico estalinista.

En la pintura, la hiedra, el mirto y el perro simbolizan la lealtad

Las sociedades decimonónicas no medían con el mismo rasero la infidelidad masculina, aceptada siempre que fuese discreta, y la femenina, que podía acarrear tragedias como la que describe a mediados de siglo un tríptico narrativo de Augustus Egg titulado 'Antes y después'. En ese orden de cosas, para una mujer, el desliz amoroso podía significar no solo un drama personal, sino el consiguiente estigma para los posibles hijos nacidos fuera del matrimonio. En 1853, tan solo cinco años antes, el prerrafaelista William Holman Hunt había presentado 'El despertar', una escena de apariencia intimista plagada de simbología. El cuadro representa una pareja en el momento en que la joven se levanta de las rodillas del hombre. Aunque a nuestros ojos no lo parezca, ella está a medio vestir y lleva anillos en todos los dedos menos en el que más importaba en la época. Mira hacia la luz exterior, que se refleja en un espejo al fondo. Varios estudios iconográficos han rastreado la actitud del joven y concluyen que el sombrero de copa sobre la mesa significa que está de visita. Su intención se revela también en el gato maligno que intenta cazar un gorrión. En el mismo esquema victoriano, una partitura sobre el atril del piano y otra en el suelo evocan la inocencia infantil de la chica: el guante tirado y los hilos de lana enredada en el suelo, la senda torcida que va a abandonar.

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