Cultura

Los rostros de nuestro espíritu navideño: siete personajes clásicos de estas fechas

Narraciones y recuerdos ·

Estas fiestas siempre nos alcanzan con alegría o con dolor, sensaciones reales que encarnan personajes de ficción

Viernes, 20 de diciembre 2024, 19:57

  1. Mr. Scrooge 'Cuento de Navidad' (1843)

    Todos contra el avaro

No, Charles Dickens no inventó la Navidad, pero a través de la novela corta 'A Christmas Carol' asentó y sistematizó, sin pretenderlo, cierto imaginario y ... valores relacionados con estas fiestas. El ruin y avaro Ebenezer Scrooge condensa la oposición al espíritu generoso, comunitario y amable de estas fechas. Su ánimo miserable inspiró contrafiguras como El Grinch, una especie de 'aggiornamento' más adecuado a unas fiestas abocadas al consumo.

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La historia, traducida como 'Cuento de Navidad', refleja la facultad de redención. La conducta que se debate es un problema moral que se acentúa en este periodo de confraternización, aunque no hay explícitas alusiones religiosas y sí, en cambio, de carácter social. La obra puede interpretarse desde la visión de una Inglaterra sometida a los profundos impactos derivados de la primera Revolución Industrial y los atisbos de la modernidad.

El país se hallaba sometido a grandes transformaciones socioeconómicas. Como en 'Oliver Twist' o 'Tiempos difíciles', el autor refleja la codicia de una élite emergente, la terrible situación de masas miserables sujetas a extenuantes condiciones laborales y el empleo infantil, que él mismo padeció.

La influencia posterior ha obviado esas referencias coyunturales. La obra guarda una lección moral unida a al espíritu navideño de redención, compromiso y reintegración. Esa filosofía se acompaña de otras incorporaciones formales que se producen a lo largo de este periodo de profundos cambios en los modos sociales.

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El sentido humanista y ceremonial de la celebración se urdió a partir de diferentes elementos. La monarquía victoriana difundió hábitos como el árbol de Navidad, costumbre germana que trasladó a la isla el príncipe consorte Alberto de Sajonia-Coburgo, los calcetines colgados de la chimenea, los regalos o la recuperación del canto de villancicos. La poderosa influencia posterior de este modelo cultural los propagó por todo el mundo.

  1. Jo March Mujercitas (1868)

    Bondad y emancipación

Cada generación parece disponer de sus 'Mujercitas'. El libro de Louisa May Alcott ha sido llevado al cine en media docena de ocasiones y cada versión se ha servido de las jóvenes estrellas emergentes del momento, ya fueran Elizabeth Taylor, Winona Ryder, Christian Bale, Emma Watson, Timothée Chalamet o Saoirse Ronan. La historia de las cuatro muchachas mezcla inquietudes personales, amorosas y profesionales.

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La narración se inicia justo en la celebración de la Navidad y ejerciendo un sacrificio personal convenientemente recompensando. Este capítulo sirve para mostrar la bondad de las protagonistas, que aflora constantemente a lo largo de la historia, tanto como el tema de la emancipación de la mujer. Jo March, 'alter ego' de la propia autora, asume ese rol rechazando la idea, entonces mayoritaria, de que el horizonte femenino es lograr un buen matrimonio.

La última película supone un cierto cambio frente a sus predecesoras. Huye del empalago, aunque la fotografía parece inspirarse en los lienzos de Mary Casatt. Exhibe una intención mucho más realista que las anteriores y establece perfiles más angulosos. Pero, incluso en este caso, las muchachas, con Jo March a la cabeza, llegan a asegurar su deseo de que siempre sea Navidad.

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'Mujercitas' se sirve de la celebración para establecer una definición pronta y efectiva de la identidad colectiva, y, por otra parte, la fiesta se materializa en las hermanas para ejemplificar su espíritu. Se produce una evidente retroalimentación. Nunca ha habido una Navidad tan paradigmática, según el predominante modelo anglosajón y protestante, como la de las March. En la Nueva Inglaterra boscosa y nevada, en su residencia modesta y convenientemente decorada, ellas, su madre, los pretendientes y demás parientes reflejan que estamos en un tiempo de valores teologales, aunque la fe, menos comercial, queda relegada frente a la esperanza y la caridad, siempre universales.

  1. Jack Skellington 'Pesadilla antes de Navidad' (1993)

    Truco, trato o Christmas

El cine se ha rendido a este periodo festivo inventando el subgénero de las comedias navideñas, eficaz manera de rentabilizar todos sus tópicos. Esa producción de historias almibaradas contribuye, además, a la aculturación estadounidense, un fenómeno imparable. 'Pesadilla antes de Navidad' es una saludable excepción y resulta original porque aporta una interpretación incisiva de los códigos. Puede parecer aparentemente inofensiva e infantil, a pesar de que cuestiona su naturaleza con sutil ironía.

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La búsqueda que emprende Jack Skellington o 'Rey Calabaza' de un evento que le estimule más que Halloween, leitmotiv de la historia, permite contraponer dos celebraciones radicalmente diferentes. Una satiriza la muerte y la otra exalta el nacimiento del Salvador. Mientras que la primera parece rendirse con cinismo e individualmente a la pérdida, la segunda es un canto colectivo a la vida y la felicidad, aunque sea coyuntural.

Pero la reflexión huye de grandilocuencias para aportar una visión mucho más ingeniosa desde su propio aspecto formal. El diseño recurre a la escenografía sombría, sobria y presuntamente terrorífica de la primera noche de noviembre, para contraponerlo al cromatismo saturado de la Navidad, su sensualidad y abigarramiento, y, de esta manera, generar cierto extrañamiento y desasosiego.

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El protagonista desconoce el sentido de la Navidad y esa premisa nos permite abordarla desde el exterior, como si se tratara de un acontecimiento ajeno que pretendemos estudiar. Skellington deduce que la Navidad es un evento sustentado en la distribución de regalos, una festividad materialista desprovista de connotaciones morales o religiosas. En realidad, se trata de una descarnada visión contemporánea que permanece en nuestra memoria, aunque la película se decante por un final de redención en el que el sistema se recompone. No podía ser de otra manera, porque es Navidad, incluso para los esqueletos inquietos e inquietantes.

  1. Chencho 'La gran familia' (1962)

    ¿Dónde estás, Chencho?

Hay tradiciones navideñas un tanto gamberras a las que es muy difícil sustraerse. ¡Chenchooo! ¿Quién no ha sentido la tentación de gritar el nombre del niño perdido cuando circulaba entre los puestos de un concurrido mercado navideño? El extraviado benjamín de la nutrida prole de la película 'La gran familia' forma parte del imaginario de 'baby boomers' y generaciones precedentes.

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La desaparición del niño en la Plaza Mayor madrileña aún abierta al tráfico es el mayor drama de un hogar apacible, a pesar de su sobrepoblación. Porque 'La gran familia' se encuentra en las antípodas de 'Plácido', otra de nuestras elecciones, a pesar de rodarse tan sólo un año después y de contar también en el reparto con el ubicuo José Luis López Vázquez. Esta historia revela un país urbano en los albores de la contemporaneidad y muestra una visión de la Navidad acorde con la imagen edulcorada que han transmitido los medios de comunicación desde el 'boom' de la televisión.

El relato es una oda a la Navidad según los estándares oficiales. Pivota en torno al modelo de la familia extensa ideal, feliz incluso en las estrecheces, un estereotipo que supone, al fin y al cabo, una loa al orden establecido. No existe controversia posible porque todo se supera cuando hay amor y, al parecer, donde engullen turrones quince, también caben dieciséis. ¿Quién dijo neorrealismo, sistemas anticonceptivos o control de la natalidad?

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La reunión de varias generaciones ha dado paso a la prevalencia de la familia nuclear, mucho más reducida en el número de integrantes, la monoparental o, simplemente, a los hogares habitados por un solo individuo. La Navidad también ha de pactarse entre los cónyuges separados o divorciados que se reparten los hijos y sus vacaciones. Además, el irresistible deseo de viajar se ha convertido en el último enemigo de esa interpretación de las fiestas como un nutrido reencuentro ante una mesa repleta de viandas.

  1. George Bailey '¡Qué bello es vivir!' (1946)

    Talento recompensado

Qué bello es vivir' es 'Un cuento de Navidad', literalmente. La película puede entenderse como la libérrima interpretación del clásico de Dickens un siglo después de su publicación. Los paralelismos resultan evidentes, desde la similitud entre el malvado Ebenezer Scrooge y el no menos miserable Henry F. Potter al negocio crediticio sobre el que pivotan los males y las bondades de la historia. Además, ambas comparten las consecuencias sociales que generan la avaricia del egoísta. La diferencia sustancial entre una y otra obra es que aquí no se produce la redención.

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La creación de Frank Capra se mimetiza con la Navidad. La narración sintetiza los valores cristianos y es que el propio director aseguraba que el cine debía ser una expresión de la existencia de «esperanza, amor, gracia, justicia y caridad». También hay un trasfondo cultural. El espíritu de la América profunda, idealizada e idealista, un tanto 'naïve', parece materializarse en George Bailey, un hombre atenazado por el constante sacrificio y que se desvive por los demás. La película recorre el periodo de Entreguerras, la crisis del 29 y la Segunda Guerra Mundial reclamando la solidaridad y la generosidad como un empeño que revierte en todos. No se cuestiona el sistema, tan solo la ética individual, el juego sucio dentro del capitalismo. Inevitablemente, resuenan los ecos del New Deal o el Plan Marshall.

La pretensión de Capra fue ecuménica, según sus propias palabras, pero nos hallamos ante la vertiente católica de la Navidad norteamericana. Frente a la sobriedad rigurosamente ética de 'Mujercitas', por ejemplo, aquí hallamos alusiones a la Virgen, San José, la Nochebuena, los ángeles y Dios, una visión de la fe desde un plano colectivo que contrasta con la conexión interior y particular del protestante. Al final, el sacrificio es recompensado y el presbiteriano James Stewart, el hombre bueno de Hollywood por antonomasia, el honrado financiero, recibe su pago. Sí, la parábola de los talentos llega a la gran pantalla.

  1. Clara 'Cascanueces' (1892)

    Tiempo de danza y fantasía

La fecundidad es una de las características de la Navidad. Esta celebración ha gozado de una enorme proyección en todas las disciplinas artísticas gracias a la religiosidad de la población demandante, ansiosa de creaciones de todo tipo en torno a una celebración tan gozosa. La literatura la ha cultivado y, asimismo, lo han hecho otras artes como la pintura, desde los frescos murales de Sant Pere de Sorpe del siglo XII, por ejemplo, a los lienzos de Giotto, Leonardo da Vinci y Caravaggio, entre otros.

'El cascanueces' refleja esa notoria influencia en el ámbito de la danza. La coreografía se inspira en un relato de E.T.A. Hoffman y cuenta con música de Chaikovski. Su estreno en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo recibió críticas diversas, pero hoy está considerado un clásico. La historia de las aventuras de la pequeña Clara y su cascanueces, insólito regalo de Navidad transformado súbitamente en osado príncipe, responde a la tradición de la narrativa anglogermánica que suele establecer un puente entre cotidianidad y fantasía, cualidad inherente al imaginario infantil.

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Los reinos mágicos de los niños se vuelven más cercanos y accesibles

El relato remite a esa visión de las fiestas por los niños, cargada de alegría, esperanza y regalos. Sus habituales reinos mágicos se vuelven ven más cercanos y accesibles en estas fechas. Nos encontramos ante un paréntesis dichoso, un tiempo de ilusión, circunstancia que se manifiesta en los espacios públicos, convertidos en escenarios irreales por la espectacular decoración, y en los mitos asociados, ya sean Papa Noel, Santa Claus o los Reyes Magos.

Tal tradición también inspirará a Charles Dodgson a la hora de escribir la historia de Alicia, otra niña que se introduce en el surrealista País de las Maravillas. El fotógrafo y escritor, más conocido por su seudónimo de Lewis Carroll, ya lo advirtió: «Cuando las Hadas ya no están inquietas, dejando atrás sus bromas y sus tretas, y brillan con inmensa claridad ¡es que estamos en la Navidad!».

  1. Plácido 'Plácido' (1961)

    Corrosivo Berlanga

La Navidad es un tiempo de paz, según el universal villancico de Franz Xaber Gruber. Pero conseguir la calma en una sociedad tan desigual exige cesiones, siquiera temporales, a la elite que detenta el poder y los medios económicos. 'Plácido', la película de Luis García Berlanga, ejemplifica ese proceso. Los censores debían estar muy obnubilados con el champán y las peladillas para haber dejado que en 1961, en la España franquista que apenas atisbaba el desarrollismo, se rodara una historia tan corrosiva con los valores que propugnaba el régimen.

Porque, entonces, la Nochebuena oficial era una proyección de una sociedad clasista y abismada. El planteamiento ideológico se evidencia en los primeros minutos de la historia, cuando José Luis López Vázquez proclama que «por una noche seremos todos hermanos y los duros de corazón serán generosos». Había que condescender y acoger a los miserables locales para cumplir con una interpretación cristiana muy textual.

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La caridad, que no la solidaridad, es la protagonista de esas fiestas entonces transidas por una religiosidad que exigía convenciones. No se cuestiona el orden, tan solo se edulcora por el nacimiento en la lejana Belén. «¿Y a usted que le ha tocado, un anciano del asilo o un anciano de la calle?». Las preguntas que se hacen los burgueses locales son demoledoras en su aparente candor.

No hay medias tintas en el escenario berlanguiano. El crudo blanco y negro refleja una España rural oscura, pespunteada por hogueras en descampados e individuos sombríos en la mejor tradición de José Gutiérrez Solana. Afortunadamente, ese imaginario tan vinculado a la Navidad añeja ha quedado en desuso. Ahora, la Nochebuena es un periodo renovado donde prima el consumismo desaforado, el hedonismo y el narcisismo sin cortapisas. Y es que ya se sabe, la caridad bien entendida empieza por uno mismo.

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