El robo que destapó al segundo viudo
José Capelo. ·
Aunque John Edwards fue su heredero, Francis Bacon donó en vida cuadros y millones de euros a un amante secreto de MadridLuisa Idoate
Sábado, 1 de noviembre 2025, 00:23
Me siento tremendamente culpable. Todos los que he amado están muertos. O se mataron con el alcohol o se suicidaron». Francis Bacon (1909-1992) hablaba ... de Peter Lacy, el expiloto que lo humillaba, azotaba y lanzó por una ventana, y murió a causa de la bebida en 1962. Y del ratero y expresidiario George Dyer, que lo maltrataba y chantajeaba, y acabó con su vida en 1971. Se lo confesó a su amigo y biógrafo Michaell Peppiatt: «No sé por qué atraigo a este tipo de gente. No hay nada que hacer». Pero sí lo habrá. En 1974 conoce en el Colony Room del Soho de Londres a un amor que le sobrevive: John Edwards, un camarero disléxico y casi analfabeto que habla la jerga barriobajera del East End. «El único amigo de verdad que he tenido», dice. Será su heredero. Le deja once millones de libras y el estudio de Reece Mews en South Kensington (Londres). Pero, veintitrés años después, un robo destapa que Bacon no dejó un viudo, sino dos. Totalmente compatibles en su vida discordante.
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El pintor era pura contradicción. Salvaje y frágil. Amante del lujo refinado y de las carnicerías. Ateo confeso y pintor de papas y crucifixiones. Asiduo de buenos restaurantes y de sórdidos tugurios nocturnos. Sofisticado sibarita y sadomasoquista con ropa de cuero. «Podía iluminar el día con su ingenio y generosidad, pero también ensombrecerlo con la más profunda de sus tristezas», escribe Peppiatt en 'Francis Bacon. Anatomía de un enigma' (1999). Lo recuerda inteligente, visionario, divertido y tendente a farras y borracheras. «Capaz de pasar de los brazos de un boxeador a una discusión sobre Velázquez, de cenar con un duque horas antes de que un matón le diera una paliza». Un hombre sin filtros que se declaraba «completamente homosexual». Nunca diplomático. Y siempre atormentado.
Visitaba Madrid porque estaba enamorado del Museo del Prado y de un treintañero que vivía cerca del Senado. Nadie sabía que Bacon estaba en la capital el 28 de abril de 1992, cuando murió en la clínica Ruber de un paro cardiaco. Dicen que vino a reconciliarse con su amante secreto tras una ruptura. Aunque pocos lo conocían, Michael Peppiatt lo describe al detalle: «Muy apuesto, bien educado, socialmente sofisticado y con buena posición económica. Hablaba varios idiomas y le interesaba la pintura». Fue pareja de Bacon durante cuatro años sin dar cuartos a la galería ni esconderse; mantuvo la discreción antes y después de su muerte. Pero, en 2015, un robo en su domicilio de la plaza de la Encarnación de Madrid le hurta el anonimato. El inventario policial de lo sustraído incluye cinco obras de Bacon: un autorretrato y cuatro retratos del denunciante. Es inevitable atar cabos: es el legado del artista a su desconocido amante. ¿Su nombre? José Capelo. Es un ingeniero dedicado a las finanzas y con empresas en Londres, donde se refugia del revuelo mediático por su relación con el pintor; nunca quiso hacerla pública y eso les distanció.
Los lienzos robados se valoran en 25 millones de euros. A lo que se suman una colección de monedas antiguas tasada en 400.000 euros, objetos de valor, joyas y dinero. En una década se recuperan cuatro cuadros. Se detiene a una docena de personas que intervienen en el golpe. Son butroneros, intermediarios, facilitadores, peristas y joyeros liderados por el marchante Cristobal García Caballero, que comparte algunos ambientes con la pareja.
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Se conocen en 1988 en una fiesta en honor del coreógrafo Frederick Ashton en Londres. «Hay que pensar que no es nada normal que alguien de 35 años como José tenga una relación conmigo. ¿No lo ves? Tengo 40 años más que él», le comenta Bacon a su amigo Barry Joule. En realidad le saca 43. Coquetería aparte, le dedica el 'Tríptico' (1991) que cuelga en el MoMA de Nueva York. Le regala cuatro millones de euros, y otros tantos a su hermana. Lo dice en unas grabaciones. «A menudo pienso qué idiota, qué loco fui de hacerlo. Y después pienso qué más da, ya está hecho». Acepta que las cintas se publiquen tras su muerte, y Joule las dona a la Tate Gallery de Londres en 2004. De manera excepcional, Capelo sale a la palestra. «Uno nunca ha tenido ninguna inclinación a beneficiarse de aquello», dice. Se desatan todo tipo de especulaciones. Pero, según declaró el historiador del arte Reinhard Hassert en 2012, Bacon le llamó desde Madrid en abril de 1992 y le dijo haber viajado desde Londres, en contra de las órdenes de su médico, para ver a Capelo. Llegó diez días antes de morir. ¿Se reconcilió con su amante?
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