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Ciencia y tecnología

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Astrofísica ·

Las sondas espaciales son la solución para descubrir y adentrarse en aquellas partes del universo a las que el hombre no puede acceder por su propio pie

MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ

Sábado, 17 de noviembre 2018, 00:54

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El universo es poco amable para la vida. Según el astrofísico y divulgador Neil DeGrasse Tyson, el universo «quiere matarnos». Dicho de otro modo y hasta donde sabemos, solo podemos sobrevivir en unos pocos puntos en la superficie de la Tierra, ni siquiera en toda. Algunos lugares son demasiado fríos o demasiado secos y cálidos, y la mayor parte del planeta está cubierta de agua. El resto del universo es aún mucho más frío o caliente, con atmósferas mortíferas, sin oxígeno respirable y otras desventajas. Por ello los astronautas necesitan complejos trajes para salir de sus vehículos, ya sea en órbita o en las seis ocasiones en que se ha visitado la Luna.

La solución han sido las sondas espaciales, desde naves enormemente sencillas apenas dotadas con cámaras que envían fotografías cada vez más detalladas hasta complejos instrumentos que realizan tareas de una enorme complejidad, incluso aterrizando en la Luna o en otros planetas y desplazándose por ellos para estudiarlos.

La primera sonda con relativo éxito fue la 'Luna 1', lanzada por la Unión Soviética en enero de 1959, que pasó cerca de la Luna aunque se cree que tenía por objeto chocar con nuestro satélite, cosa que logró la nave 'Luna 2' en septiembre de ese mismo año. Pasarían seis años antes de que EE UU consiguiera hacer pasar una nave cerca de Marte, la 'Mariner 4', que en 1965 envió a la Tierra las primeras imágenes cercanas del planeta vecino, y cinco años más para que la 'Mariner 9' entrara en órbita a su alrededor.

Una nueva generación de sondas apareció con el aterrizador o 'lander' 'Luna 9' de la URSS, la primera nave que consiguió posarse suavemente en la superficie de nuestro satélite y enviar fotos desde allí en febrero de 1966, seguida en junio por el 'Surveyor 1' de Estados Unidos.

Los siguientes 'Surveyor', 3, 5, 6 y 7, tenían como principal objetivo estudiar la Luna en preparación de la llegada de los seres humanos, y es de suponerse que las sondas soviéticas iban a lo mismo. Estaba en su apogeo la llamada 'carrera espacial' de las dos superpotencias y la meta –y el premio– era llegar primero a la Luna, cosa que consiguió el 'Apolo 11' de Estados Unidos el 20 de julio de 1969.

¿Qué pasó con los 'Surveyor' 2 y 4? Lo mismo que ocurrió con la gran mayoría de las sondas espaciales: fracasaron debido a problemas en el lanzamiento, el viaje o la llegada. Entre 1958 y 1965, de un total de 36 misiones de sondas a la Luna enviadas por los dos países en la carrera, solo 9 tuvieron éxito. Esto ejemplifica con claridad la enorme cantidad de misterios que representaba el espacio para los científicos e ingenieros que buscaban explorarlo. Los problemas de aerodinámica y motores para los cohetes, la comunicación con las sondas, los materiales de los que se construían, los primitivos sistemas informáticos que debían lidiar con el entorno del espacio. No se sabía nada y había que averiguarlo todo.

La meta principal, pese a otras misiones que se enviaron durante la década de 1960, era la Luna. Acabada la carrera espacial, la 'Marte 3' de la URSS se convirtió en la primera nave que consiguió posarse suavemente en la superficie de otro planeta, nuestro vecino rojo, el 2 de diciembre de 1971, aunque perdió contacto con la Tierra menos de dos minutos después de su aterrizaje.

La década de los 70 fue una época de oro con dos misiones especialmente destacadas. En 1976 se lanzaron dos 'landers' a Marte, los 'Viking' 1 y 2, que estuvieron explorando el planeta durante 2.307 y 1.316 días respectivamente. Un año después se lanzaron las sondas interplanetarias 'Voyager' 1 y 2, destinadas a explorar los planetas exteriores: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, y que, una vez terminada su misión, siguieron su camino para salir del sistema solar y hoy son los dos objetos más lejanos creados por el ser humano.

Cómo lo hacen

Las sondas espaciales, sobre todo las que realizan hoy labores tan complejas como explorar otros cuerpos celestes, no son robots con autonomía. Aunque están programadas para realizar algunas tareas, están fundamentalmente controladas mediante 'telerrobótica', utilizando señales de radio enormemente tenues que se reciben e interpretan a través de la Red del Espacio Profundo de la NASA o la red de Seguimiento Espacial Europeo de la ESA. Toda comunicación debe tener en cuenta que las ondas de radio viajan a la velocidad de la luz. Una señal toma entre 4 y 24 minutos para viajar de la Tierra a Marte, dependiendo de dónde se encuentren en sus respectivas órbitas. Las señales de la 'Voyager 1', la más lejana, tardan 20 minutos en llegar a la Tierra, y las órdenes de la Tierra para la sonda, otro tanto.

Algunas sondas obtienen su energía de paneles solares. Es el caso de las sondas marcianas, calculadas en el pasado para durar un tiempo, pasado el cual, los paneles dejarían de funcionar por estar cubiertos de polvo. Lo que parecen ser fuertes rachas de viento marciano, los 'sucesos de limpieza', pueden retirar el polvo y darle nueva vida a las sondas. Pero eso no vale para sondas modernas como 'Curiosity', que es mucho más grande y compleja, y que debe funcionar en invierno y en lugares donde no hay luz solar.

Las sondas destinadas a alejarse del sol usan como fuente de alimentación los llamados Generadores Termoeléctricos de Radioisótopos, una pequeñas plantas eléctricas que usan el calor producto de la descomposición de unos elementos de plutonio 238 y lo transfieren mediante freón líquido a unos dispositivos capaces de convertir el calor en electricidad sin partes móviles, lo que permite que las sondas tengan también una vida mucho más larga.

Entre los planes de las agencias espaciales de todo el mundo para el futuro están sondas capaces de llegar a un cuerpo celeste, como otro planeta, satélite o asteroide, aterrizar suavemente en ellos, tomar muestras de su suelo y de su atmósfera si la tienen, y luego despegar y volver a la Tierra con esa carga preciosa, materiales extraterrestres que no podríamos enviar a un ser humano a recuperar, materiales que apenas llegan aleatoriamente desde el espacio en la forma de meteoritos y que gracias a sondas más autónomas, con mayores capacidades robóticas, serán nuestros ojos y manos todavía durante mucho tiempo en la exploración espacial.

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