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Cosas de la reina de Suecia

JESÚS DEL CAMPO

Sábado, 20 de enero 2018

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Unos Reyes Magos contra la pared –fui casi buenísimo en 2017– me trajeron la novela de Dario Fo sobre Cristina de Suecia que les había pedido. El libro traza un retrato de la reina en el que asoman los rasgos que la hicieron famosa: rebelde, excéntrica, amante de las artes y las letras. Tanto las protegió que el pobre Descartes agarró en Estocolmo unos fríos que le costaron la vida. De haber ido allí en verano, las cosas habrían sido distintas. El próximo verano empiezan los vuelos entre Estocolmo y Bilbao: gran noticia. ¿Cómo no van a subir las cifras del aeropuerto? Suecia en verano es un jardín. Una extraña belleza se despierta en las ciudades de Escandinavia cuando se alargan los días. Se hace visible un hedonismo especial, simpático y naif, que mantiene perfil más bajo en los meses de luz corta. Pero déjenme seguir con Cristina. Madame de Motteville, que dejó en sus Memorias un retrato muy ameno de la corte de Francia, nos cuenta la llegada de la reina de Suecia a París. Fue un shock. En presencia de Luis XIV y de toda la corte, Cristina de Suecia extendía las piernas sobre asientos tan altos como el que ella estaba usando. Eso dice Madame de Motteville, que pone a la reina como hoja de perejil al describir su descuidado atuendo. Cristina de Suecia llevaba zapatos de hombre. Imagínense eso en la corte del rey famoso por sus zapatos rojos de tacón alto. Francia imponía sus modas.

En ese combate estético se reflejan las luchas de poder que sacuden a Europa en la segunda mitad del XVII. Inglaterra está dominada por los severos puritanos de Cromwell, España se ha encerrado en su altivez barroca y Francia quiere tomar el relevo. La música francesa de esa época tiene un timbre de solemnidad regia que deja en evidencia el ímpetu de una corte poderosa. Los franceses querían explotar su momento. En su espléndido ‘El siglo maldito’ –‘Global Crisis’ en el original, alguien quiso salpimentar el título– Geoffrey Parker nos cuenta las penurias económicas de Francia durante la Guerra de los Treinta Años. Los fríos y las malas cosechas tenían al país contra las cuerdas y Mazarino se esforzaba por no quedarse sin cash. Cuando se convirtieron en la gran potencia del momento, los franceses buscaron la pompa como signo de afirmación. Cristina de Suecia se divertía en el Trastevere mientras tanto. Y en nuestros tecnológicos días, la reina de Inglaterra ha nombrado sir a Ringo Starr. Justicia pura. Y un marquesado del Submarino Amarillo también le habría quedado como un guante. Feliz cuesta de enero.

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